En muchas ocasiones, si estoy andando por las callecitas de Buenos Aires que tienen ese no sé qué, necesito colaboración para sortear los obstáculos que el modelo social de la discapacidad desparrama por todos lados. Pero hay una situación que invariablemente se repite: cuando el que ofrece ayuda es un hombre, sé que tendré que esforzarme para que comprenda que no la necesito.

ADOQUINES EN El CAMINO

Pan, queso, paltas. Tomé la decisión de salir de mi casa, luego de casi 15 días de elegida reclusión, para comprar eso en el supermercado chinese que está a 1 cuadra. Al regresar, por ausencia de rampas, decidí rodar por la vereda hasta una esquina en la que sí podría bajar a la calle. Antes de llegar ví que en vez de baldosas, frente a una casa, había adoquines. Pensé o quizá dije: “Adoquines y la yuta madre que engendró a quien puso esto”. En el carrito la carrocería soy yo y el pavimento que no está lisito me agita las entrañas.

Desde el interior de esa casa, salía un señor. El señor me preguntó si necesitaba ayuda. Respondí amable y enérgicamente, con una sonrisa: “No, ¡gracias!”. El hombre insistió: “Te ayudo, dale…” Sin la sonrisa, volví a decir lo mismo. Nuevamente, el hombre creyó necesaria su colaboración, se colocó detrás de mí y posó sus manos en mi carrito diciendo: “Pero mirá cómo te cuesta…” Giré el rostro como la tipa de El Exorcista y dije ya sin amabilidad, sin sonrisa y con dureza “NO, GRACIAS”.

Pasé sin mucho esfuerzo la estúpida vereda con adoquines y regresé a mi dulce y adaptado hogar. Comprobé que había comprado pan, papas fritas, galletitas y una cerveza. Estoy grande y llena de vicios. Las paltas y el queso fueron olvido. La excursión duró menos de 30 minutos pero comprobé una vez más que quienes me desoyen siempre son hombres porque me perciben como mujer y estoy tullida (pura redundancia según Vanesa Gómez Bernal).

Las veces que me han tratado como si fuera otro masculino no se vincularon con situaciones en las que me ofrecían ayuda. Entre machos, la ayuda o la amabilidad exacerbada está mal considerada. Pero basta usar carrito y parecer mujer para que los hombres quieran someterme a la imprescindible colaboración de su masculinidad superpoderosa e imprescindible. Nunca, reitero: ¡¡¡NUNCA!!!! me ha pasado que una tipa haya insistido luego de que yo respondiera a su oferta de ayuda con un “No, gracias”.

UNA AYUDITA PARA CABALLEROS

Si creen que alguien necesita ayuda, pregúntenle a esa persona y ya. El mecanismo no es tan complejo, y además tengan en cuenta que tocarme el carrito es como tocarme una teta sin mi consentimiento. He incorporado la silla de ruedas (incorporar = hacer cuerpo) y soy una centaura, mitad torta, mitad ruedas y estructura de aluminio. Entonces, quien no me conoce y piensa que puede tocar cualquiera de mis partes sin pedirme permiso, quizá un día se encuentre con una respuesta muy descortés.

Y quienes piensen “Ay, bueno, pero quiso ser amable y vos sos una mal llevada” pueden ahorrarse la perorata. A mí no me van a disciplinar con esas imbecilidades. El ejercicio de la amabilidad requiere tener presente a les otres, si se anula la voluntad o el deseo de eses otres, no es amabilidad sino violenta imposición.

Les úniques humanes que son trasladados en carrito son les bebés y les tullides y, supongo que debido también a eso me suelen colocar automáticamente en la misma categoría. Recuerden que infancia, etimológicamente, significa “lugar de la no palabra, del no lenguaje” Entonces, ¿por qué habría de ser tenido en cuenta lo que digo si mi palabra no vale, si mi palabra no es? El ejército de la buena conciencia está repleto de personas que necesitan llevar a cabo acciones que consideran positivas sin que les importe quién y cómo son recibidas. Y no se constituye esa legión sólo en el ámbito de la discapacidad, claramente.

Una de mis amigas trabaja en un hogar para pibis y hace unos días me comentó indignada que hay quienes donan comida ya vencida. Le dije que no me sorprendía: la caridad implica dar lo que nos sobra y si está un poco vencidito, bueno, no es para tanto, total les pibis son pobres… Detesto los conceptos de caridad y solidaridad porque anuncian una relación de poder y suponen la superioridad de quien da. Confío en la reciprocidad así que si no hay reciprocidad que no haya nada entonces. Todes hacemos lo que hacemos por algo, y hacer sabiendo que estamos en el mismo juego nos libera de la necesidad de hacer trampa.