¿A quiénes se les ocurre que hay que estar tan apurados para ver soluciones inmediatas?

Podría ser un interrogante correspondiente a una mirada oficialista furiosa, cerrada. Pero no es así cuando se comprueba que desde la oposición mediática no se concede ni siquiera ese breve período de gracia de los primeros tiempos.

El dato tiene que ver con las críticas por el manejo y perspectivas de la economía, excepto por el elogio casi en forma unánime al plan de lucha contra el hambre y la tarjeta alimentaria. Fuera de eso, despuntaron cuestionamientos furibundos a la ministra de Seguridad, Sabina Frederic, provenientes del ala humorístico-gurka de Ex Cambiemos más algún fuego propio desde Sergio Berni. El resto del gabinete permanece más bien “a salvo”, porque no hay por dónde entrarle a la rectitud de la inmensa mayoría de sus integrantes.

Con lo económico, en cambio, no hay pausas. Desde el principio se trató de horadar e inclusive, graciosamente, se pretende que hay en marcha un ajuste de características similares a las del gobierno fenecido en diciembre. Cosas veredes.

El domingo pasado, en este diario y en otro de sus notables artículos que suelen desafiar al confort consignista a derecha e izquierda, Claudio Scaletta planteó la pregunta sobre cuáles grados de libertad tiene Alberto Fernández para su política económica.

No necesariamente da la respuesta. ¿Quién podría darla con certeza absoluta, además, cuando estamos frente a un gobierno estrangulado por una deuda descomunal en moneda que no emite, en situación de aislamiento regional porque todas las administraciones vecinas van a contramano de su tendencia y con un mundo enloquecido de oligarquías financieras?

Pero Scaletta sí previene acerca del diagnóstico que nunca debería perderse de vista: el resultado electoral fue consecuencia de las relaciones de poder realmente existentes.

Se encontró la fórmula para romper la polarización extrema que alentó el macrismo. Hace tan sólo un año –bastante menos, en verdad- era inimaginable un equipo como el actual. Y sapos al margen como costo de unidad en la diversidad, “reconforta ver ocupando los espacios de mayor relevancia (…) a una mayoría de figuras que lucharon contra el régimen precedente, de reconocido compromiso ideológico con el campo nacional-popular y con dilatada experiencia en el sector público”.

Es solamente después de ese registro básico cuando cabe aludir a decisiones que más temprano o más tarde apuntan, directamente, a cómo se resolverá el intríngulis de una economía externamente asfixiada.

De nuevo, y todas las veces que sea necesario: Argentina tiene restricción de dólares no ya para pagar lo que debe sino a fin de solventar una etapa de crecimiento, y aun de cierta recuperación, porque su matriz productiva termina dependiendo de insumos importados. No entremos a discutir ahora cuánto juegan en eso los patrones del consumismo cultural.

Es en ese punto -argumentado, desde ya, con una profundidad técnica mucho mayor- donde Scaletta admite la legitimidad del debate “heterodoxo” del presente, en el sentido de que inyectar plata por abajo, cobrando más impuestos por arriba, va en la dirección correcta pero sin que alcance para salir de la recesión este año (y, quizás, durante los próximos).

Entonces, “así como en determinados momentos los gobiernos kirchneristas se dieron cuenta de la necesidad de recuperar los fondos previsionales o el control estratégico del sector hidrocarburífero, hoy ayudaría recuperar el control de todos los precios básicos de la economía, y en particular de las tarifas y combustibles, (como) proceso inseparable de la recuperación de la propiedad estatal de todas las empresas proveedoras de servicios públicos”.

En otras palabras, como señala el economista, controlar esos precios básicos es lo que potencia los grados de libertad o autonomía de la política económica.

¿Con que correlación de fuerzas se encararía un objetivo de tal naturaleza, si se acepta que no hay más o mucho más margen para proveerse de fondos?

Esa sí que es la pregunta del millón, o seguro que una de ellas.

¿La correlación de fuerzas viene predeterminada y es relativamente estática, porque la sociedad tiene tendencia natural hacia el conservadurismo? ¿O varía según sea la disposición de los liderazgos, y los momentos históricos, para ir en una dirección u otra?

Cualquiera fuere la respuesta y el destino de las negociaciones con el Fondo y los acreedores “privados” (¿acaso hay mucha diferencia en sus intereses?), es irreversible que, en algún momento, el Gobierno deberá acentuar la decisión de a quiénes afecta para intentar resolver lo estructural.

Eso no será cuestión de punto más o punto menos en las retenciones agropecuarias, ni de apretar con más torniquete la compra individual de dólares a la que debió resignarse la propia banda macrista, ni de moratorias de emergencia para asistir a las pymes, ni de tarjeta alimentaria.

Ya será asunto de medidas mayores, so pena de que la ambigüedad pase sus facturas desde conjuntos sociales cada vez menos pacientes, cada vez más excitados por los cantos de sirena de las soluciones rápidas así fuese que incluyan al odio como motor existencial, a las ridículas pretensiones de salvación individual, a la confianza en bruloteros fascistoides.

Ignorar que al cabo del tsunami macrista hubo más de 40 por ciento de electores capaces de votar desde el aborrecimiento de clase, contra toda la evidencia de un corolario económico catastrófico, es un alerta que jamás de los de los jamases puede ningunearse.

Y justamente por eso no debiera perderse el horizonte de confiar en lo que hay como única probabilidad de hallar la salida.

Es verdad que alcanzaría con tomar nota de lo dejado por el domador de reposeras. Un sinvergüenza capaz de mudar de Presidente de la Nación a administrador benéfico ¡de la FIFA!. Un reconocedor de que se iba todo a la mierda mientras él, primer mandatario, simplemente se dedicaba a advertírselo a sus subordinados. Pero no alcanza.

Estaría claro que las memorias masivas son progresivamente más cortas.

En consecuencia, apurarse a lo pavote en la pretensión de que un gobierno reformista -el que se votó- mute a jacobino así como así, por el solo argumento de que este país no tiene arreglo vistos los batracios a tragar y de que ya mismo debe demostrarse valentía “soberana” ad infinitum, casi aislacionista, es una guachada ideológica y política.

No van ni dos meses de gobierno y la derecha corporativa, tal como era previsible, es esa que acecha sin descanso desde el primer día: Alberto y su equipo se durmieron en adelantar un plan económico consistente, Alberto es el títere de una Cristina que maneja los hilos en todas las áreas, Alberto tiene que domar a Kiciloff, Alberto no llega ni ahí con su imagen de “centrista” porque las decisiones se toman desde el Instituto Patria, Alberto improvisa sobre la marcha la relación con el FMI.

Todo de manual. Y se escucha también que el default es la auténtica pretensión oficialista en las sombras.

Quienes arguyen eso eluden lo elemental, a sabiendas: un default conlleva entre sus probabilidades la disparada del dólar hasta niveles estratosféricos, con ello una inflación descontrolada y, de ahí para muy arriba, lo que quepa imaginarse. Ya se sabe quiénes pagan una situación de ese tipo.

¿En serio alguien cree que el default es la intención oculta de los Fernández?

¿No será que es la operación obvia del establishment?

Hablamos de las ventajas financierizadas del poder permanente y no de sus actores políticos porque, si es por eso, la derecha no está en condiciones de capitalizar nada. Hoy por hoy. Macri se va con la mafia de la FIFA. Los radicales siguen en trauma de anomia. Y tampoco despunta algún bolsonarismo con figura concreta, capaz de suscitar pasión de multitudes. Eso es muy complicado de conseguir en Argentina.

Este Gobierno todavía podrá estar armándose, hay signos de improvisación en áreas diversas, podrá faltar que la comunicación no pase central o exclusivamente por la disposición periodística de Alberto Fernández y las referencias twiteras o gestuales de CFK, más casi todo lo que se aspire a encontrar por la negativa.

Pero de sólo pensar dónde estaba este país, con cuáles expectativas, hace apenas unos meses, para darse cuenta que ahora hay gobernando gente como … (póngase en la lista a tantas y tantos, de probidad y honestidad a toda prueba), da cosa, mucha cosa, que se ponga en duda la condición necesaria de que vamos para mejor. O, si se quiere, hacia el único lugar a donde puede intentarse ir con intenciones de cierta justicia social. De real politik y no de chiquilinadas.

Porque a derecha ya se sabe para dónde corren.

Y hacia izquierda siempre hará falta indicar que no se le haga el juego a la derecha.