Orlando Pozo, de origen quechua, tiene 27 años y es uno de los senadores electos más jóvenes de la historia de Bolivia. Nació en el seno de una familia campesina de Aiquile, un pueblo pequeño ubicado entre Cochabamba y Santa Cruz, donde migró a los siete años. Fue electo por el Movimiento al Socialismo (MAS) en las últimas elecciones, pero nunca llegó a asumir: en noviembre tuvo que escapar hacia la frontera argentina con lo puesto, luego de que en los días posteriores al golpe de estado se agudizara la persecución a dirigentes del MAS y detuvieran a sus asesores más cercanos. Grupos paramilitares, en complicidad con la policía, atacaron su casa en Montero. Corría riesgo su vida y su libertad.
Pozo es perseguido por el gobierno de facto de Jeanine Áñez, que le abrió una causa por asociación delictiva, terrorismo y sedición en grado de complicidad en base a los levantamientos populares que ocurrieron en la ciudad de Montero, donde Pozo era dirigente, los días que se desató el golpe de Estado. “Somos actores políticos que tenemos coordinación con las organizaciones locales territoriales y con los sectores populares, por eso nos acusaron”, dijo el senador electo y luego agregó que "uno de los objetivos de esta dictadura es acabar con los liderazgos jóvenes y con los cuadros políticos que tienen proyecciones futuras. Por eso me persiguen".
En Argentina fue recibido por la Liga Argentina de Derechos Humanos. Hoy se encuentra, como tantos otros de sus compatriotas, en calidad de refugiado en Buenos Aires, donde el MAS se organiza para las nuevas elecciones. “Una vez en suelo argentino avisé a mi familia que estaba en un buen lugar y con vida. Al resto, nada. Recién pude avisar que estaba bien cuando asumió Alberto Fernández”, dijo en diálogo con PáginaI12.
-¿Cómo fueron los días del golpe?
- Después y antes del golpe, los militares, policías y grupos fascistas empezaron a golpear a personas, había una incertidumbre total. No había estado de derecho, ni quien te proteja. Fueron días muy difíciles, sobretodo para los que fuimos protagonistas por ser parte de un proyecto político, el MAS, y para aquellos que denunciamos lo que estaba sucediendo e hicimos resistencia. En el departamento de Santa Cruz radica la derecha más racista y fascista y en Montero, donde yo vivía -a una hora de Santa Cruz-, se dieron los primeros conflictos y resistencias. Los medios decían que allí había grupos opositores armados, cosa que era falsa, pero buscaron culpables. Culparon al alcalde, a los concejales y a mi también por ser senador del MAS en esa región. Los dirigentes fuimos muy estigmatizados, buscados como los peores criminales.
- ¿Cómo tomó la decisión de dejar Bolivia?
- La violencia comenzó a incrementar, hay grupos paramilitares que se denominan “Unión Juvenil Cruceñista” y “Juventud Cochala” que siembran terror, odio y racismo. Empezó a no haber control de la policía; ellos también fueron parte del golpe. Estos jóvenes dormían en las instalaciones de la policía y a la noche salían a amedrentar. Apedreaban las casas pintadas del color de nuestro partido y atacaban a personas de rasgos indígenas de forma brutal. La persecución iba en aumento, se llevaron presos a tres de mis compañeros más cercanos - de 22 y 23 años-. Entraron a sus casas y rompieron sus cosas. También apedrearon la casa de mi madre y ahí decidí salir de la ciudad para no exponer a mi familia. Fui a Santa Cruz, no creí que iban a buscarme allá. Tenía dónde quedarme y estuve varios días encerrado en un cuarto haciendo llamadas para intentar ayudar a mis compañeros presos. Fue difícil porque uno de ellos fue coordinador de mi campaña, sentía mucha responsabilidad y sus familias estaban desesperadas. Cuando empezaron a ampliar las investigaciones, por el simple hecho de ser amigo, o tener una foto con alguien que buscaban, ya eras culpable. Era evidente que me iban a buscar pero no lo creí verdaderamente hasta que empezaron una investigación en mi contra.
- ¿Qué opciones evaluó en ese momento?
- En un principio evalué instalarme en la frontera y quedarme ahí, pero me di cuenta que corría riesgo de ir preso o ser víctima de un show. El gobierno de facto montaba enormes escenas con los dirigentes que apresaban y los presentaban en la prensa cómo los peores delincuentes. Cuando imaginé eso dije: “no voy a ser trofeo para la derecha, jamás”. Todavía no tenía orden de aprehensión, ni orden de captura y no habían terminado de conformar la listas de opositores a perseguir, entonces tomé la determinación de salir del país.
-¿Cómo fue el camino a la frontera?
- Un amigo me llevó en su auto. Viajamos una noche y un día entero hasta llegar. Salí solo con una mochila y sin saber a qué país escapar. Argentina era desconocido para mí, no había venido nunca. Durante el camino me acordé de distintos compañeros de otros países que había conocido en un encuentro por el 50 aniversario de la muerte del Che y les escribí. Hablé con varios brasileños y mexicanos, y tuve cierta tranquilidad cuando vi que me respondían. Pensé en México porque muchos compañeros ya se habían asilado allá, pero era imposible llegar, entonces hice contacto con argentinos. Por suerte me dijeron que estaban al tanto y que había compañeros de Organismos de DD.HH. que iban a acompañarme. “Si me reciben, voy a pasar”, pensé. Pero todavía sentía temor por lo que podía suceder en la frontera, por los controles, o de tener una alerta migratoria. Durante todo el camino estuve haciendo averiguaciones y me dijeron que todavía no existía ninguna en mi contra.
- ¿Cómo hizo para cruzar?
- Cuando llegué al paso fronterizo me encontré con que antes de migraciones había dos controles informales. Uno policial y uno militar. Tenían listas con nombres, estaban identificando opositores. Pedían documento y revisaban sus listas. Cuando vi eso pensé que, si bien había averiguado que no estaba en las listas oficiales, podía llegar a estar en las que tenían ellos. Obvié esos controles con ayuda de compañeros y solo pasé por el control oficial donde hice los trámites con mi documento.
- ¿Cómo fue su experiencia una vez que llegó a suelo argentino?
- Me encontré con compañeros de la Liga por los Derechos Humanos que conformaron un corredor humanitario y nos ayudan a los que estamos en mi situación. Con ellos viajé a la ciudad de Salta donde hice mi primer refugio. Te acompañan, te dan un lugar donde descansar, alimentación, y sobre todo apoyo político y moral. En ningún momento te dejan solo. También te ayudan con los temas legales para poder hacer el refugio, lo cual es central porque es dificil entrar a un país del que no conoces sus reglas. Sin embargo, creo que lo más importante fue el abrazo. Lo primero que recibí fue amor de personas que no conocía. Me di cuenta que eran muy solidarios y comprometidos. Me han ayudado no solo militantes sino personas que acompañan ya que muchos de ellos también pasaron por dictaduras y exilios.
Entrevista: Melisa Molina.