La negociación de la deuda tiene una dimensión geopolítica con nombre y apellido,  Donald Trump, y una duda: ¿qué le pedirá Trump a la Argentina a cambio del eventual voto favorable de los Estados Unidos en el directorio del Fondo? Los funcionarios argentinos prefieren la cautela. Por el momento todavía están evaluando qué impacto puede tener la salida del número dos del FMI, David Lipton. Hasta ahora distintos miembros del Gobierno vienen recibiendo o interpretando pedidos en dos sentidos. Uno, más gestos sobre Venezuela, es decir contra Nicolás Maduro. Otro sentido, más gestos sobre Bolivia. O sea contra Evo Morales. Sin embargo, tres hechos de la última semana podrían convertir esos asuntos en abstractos o de poca importancia. La Argentina podría haber recibido un múltiple golpe de suerte.

El primer hecho fue la jugada fuerte de Serguei Lavrov, el canciller de Vladimir Putin. El viernes, en Caracas, el ministro ruso calificó de “ilegales” las restricciones norteamericanas al comercio con Venezuela. Tras reunirse con Maduro, dijo Lavrov: “Es importante desarrollar nuestra capacidad de cooperación técnico-militar para incrementar la capacidad de defensa de nuestros amigos frente a las amenazas armadas desde afuera”. Venezuela tiene cazabombarderos rusos e intensificó la cooperación militar con Moscú en los últimos años.

Los Estados Unidos no deben haber recibido con agrado las declaraciones de Lavrov pero tampoco hicieron mucha cáscara. Al revés de China, Rusia no figura en los documentos militares norteamericanos como el principal enemigo en América Latina. No lo es, en parte, porque Moscú carece del tamaño económico y la agresividad comercial de Beijing. Pero a la vez, como segunda potencia atómica después de los Estados Unidos, Rusia aún comparte la capacidad de destrucción mutua. La situación dista de repetir la que el mundo vivió en la Guerra Fría, con dos ordenadores excluyentes como Washington y Moscú. ¿Y entonces? Una cosa es que no todo sea lo mismo que en la Guerra Fría. Otra cosa es que ya no importen las ojivas nucleares ni los equilibrios a preservar. 

Lo de las ojivas está claro. En cuanto al equilibrio, tiene un costado intangible y otro real: Rusia no es un peón de China como a veces suele pensarse con demasiado facilismo. El juego de Putin sigue siendo la reconstrucción del Estado y la conservación de las actuales cuotas de poder con independencia de sus alianzas tácticas con China. La presencia rusa en Venezuela, en un sitio estratégico de América Latina y con recursos naturales formidables, sería un ejemplo de cuota de poder a conservar.

Ante el nuevo desafío de un jugador tan colosal como Rusia, ¿qué valor tendría para la Casa Blanca una declaración más o una declaración menos del gobierno argentino sobre Venezuela? Ninguno. No movería el amperímetro del tablero mundial de poder. Venezuela ya pasó a ser un tema de agenda permanente entre los Estados Unidos y Rusia. ¿América Latina debería desentenderse de lo que ocurra en Caracas? En absoluto. Lo mejor que pueden hacer los gobiernos del continente es evitar toda salida violenta en Venezuela, por hermandad de los pueblos y por conveniencia propia, y contribuir a cualquier escenario de diálogo que asome en el horizonte. De paso, Lavrov exhortó a lo mismo. Paz y conversación. Podrá comprobarlo en persona, cuando llegue a Moscú, la próxima embajadora argentina Alicia Castro, nominada como un gesto argentino de amistad hacia Putin. El Gobierno quiso mostrar que enviará una figura de alto perfil luego de que Mauricio Macri castigara con un regreso anticipado a Pablo Tettamanti, un diplomático de carrera respetado por los rusos que hoy es el vicecanciller político de Felipe Solá. Tettamanti había sido designado por Cristina Fernández de Kirchner. Es hijo de Leopoldo Tettamanti, el último embajador en Moscú antes del golpe de 1976.

El segundo golpe de suerte para la Argentina ocurrió en los Estados Unidos. Venezuela venía siendo un tema obsesivo de Trump. Su cálculo es que así garantiza votos ultraconservadores en el Estado de Florida, donde el antimadurismo es el anticastrismo de esta época. Pero Trump acaba de ser absuelto por el Senado y no sufrirá condena por juicio político. Necesita Florida, seguramente. Pero menos que antes.

La tercera buena noticia viene de Bolivia. Para usar una frase que alguna vez le dedicó Gustavo Beliz a Domingo Cavallo (“Sufre bulimia del poder”) la presidenta surgida del golpe Jeanine Añez se la creyó. Ahora imagina que también puede ser candidata en las elecciones de mayo. La bulimia de esta figura que, hasta el golpe, era opaca y desconocida en la política boliviana, produjo una crisis de gobierno. Hubo renuncias masivas en el gabinete y se astilló todavía más la derecha. La foto de hoy es una contienda entre una fórmula popular, la de los ex ministros de Evo Morales Luis Arce y David Choquehuanca, contra cinco candidaturas conservadoras.

La próxima vez que Mauricio Claver-Carone, el encargado de América Latina en el Consejo de Seguridad Nacional de Trump, muestre su enojo por el refugio argentino a Evo y a otros dirigentes de su espacio, Alberto Fernández podrá decirle: “Me parece que hoy tu dificultad no es Morales sino la pelea entre tus amigos bolivianos”. Si quisiera divertirse un poquito, AF podría agregar: “Ya conocí otro Mauricio que atribuía sus problemas a los demás. Y le fue mal.”

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