Murmullos en portugués. En un espacio compartido, unos jóvenes brasileros trozan porciones de una pizza de las económicas. Despatarrado, con los brazos cubriendo su rostro, uno con la remera casi flúor de la verdeamarela se lamenta: le acaban de robar el celular. Más allá, otros dos discuten con un francés algunas nociones de democracia. No bancan ni a Bolsonaro ni a Macron. Al costado, un artefacto de otra época: un vidrio de blíndex muestra la plomada del ascensor de La Inmobiliaria, uno de los edificios históricos del ADN porteño. Y, al final del día, todos se irán a dormir en unas camas embutidas de 1,50 metros de alto por 1,90 de largo. Con locker privado, electricidad, luz de lectura, puerto USB, wifi y aire acondicionado.

“Inspirado en Japón, adaptado a la Argentina”, dice Lucas Marcos Olmi, uno de los responsables de Franca City, el primer hostel cápsula de Buenos Aires. “Quisimos poner en valor un edificio de 1910”, asoma Olmi. Emplazado en Avenida de Mayo 1410, pegado a una casa de comidas rápidas, su casco histórico es categoría 1 en preservación patrimonial. Pero, de fondo, ¿qué pasa si un hostel se diseña con los patrones de los co-working y el espíritu de los apartamentos compartidos? Algo así es Franca City, una novedosa experiencia intuitiva para hospedarse en la ciudad. Por ahí, un espacio de co-living con revistas del mundo (un tendal de ejemplares de la británica Monocle), una chopera móvil (de 16 a 20 hay happy hour, con dos birras por 2,50 dólares) y 38 camas “cápsula” de tamaño king-size.

Franca City es el primer hostel cápsula del país (tras la experiencia de My Pod, el hotel cápsula de Esquel), y también va a contrapelo del hacinamiento y la mugre: dos de los grandes enemigos de los hostels. Acá todo está limpio, casi ascético. Los baños yacen en net: pegados, casi sin privacidad. Gana la noción de compartir, incluso lo que no amerita compartirse. Por allí, lienzos de jóvenes artistas latinoamericanos que, asegura Olmi, irán cambiando por temporada como una suerte de galería dinámica y viva. Todo está diseñado con nociones sustentables y bajo normas de eficiencia energética. “Es que está inspirado en Japón y en los estándares internacionales”, refuerza el emprendedor. Organización, limpieza y orden. Arriba, entre pósters de MGMT, Erlend Øye y CocoRosie, hay un espacio para ver televisión. Y una sala con sillas rositas prestas para reuniones, calls y la trajinada (pero cool) vida corporativa del viajero.

El público es treintañero y, en general, las habitaciones están ocupadas por brasileros. “También vienen muchos surcoreanos”, asoma Naol, el recepcionista nocturno. ¿Será porque están acostumbrados a estas dimensiones? “No lo sé, pero se quedan como: ¡wou!, esto en mi país no existe”. Pasar la noche en el Franca City cuesta entre 15 y 45 dólares, dependiendo entre las opciones single, matrimonial o familiar. “En Booking encontré una cama por 7 dólares”, cuchichea un brasilero.

Cada cápsula es un mundo

En búsqueda de intimidad, una chica israelí de ojos celestes como pinturita Jovi corre el velo de su cápsula y apaga la luz. Las habitáculos fueron diseñados por Números Primos, el mismo estudio de diseño industrial y desarrollo inmobiliario que trabaja para WeWork, uno de los espacios de co-working más importantes del mundo. “También son herreros de Francis Mallmann”, suma Olmi.

“El principal problema de los hostels es la inseguridad”, asoma Olmi. Por eso en Franca City tienen un sistema de cámaras, identificaciones magnéticas y eslingas para atar las pertenencias a las cápsulas. Además, cada una tiene su propio ropero privado. Pero lejos de la inmersión ombliguista y orwelliana, la experiencia tiende a ensancharse. “Siempre terminás encontrándote con alguien”, sigue el fundador. Y, sin pasar por la cápsula, unos colombianos se despiden: llegarán tarde, procurarán no hacer ruido al volver. Cada cápsula es un mundo.

De paso, esta experiencia también se yergue como un viaje. Y sí: que el link sea con Japón ya predispone a los huéspedes. Todos están conformes con lo que representan las cápsulas. Espaciales, cibernéticas, secas y futuristas. Así, contiguo al Palacio Barolo, el Franca City propone entronizar el gesto cosmopolita de los hostels –todos juntos, todo el tiempo– con la innovación millennial (diseño funcional y tecnologizado).

En el piso, algunas zapatillas y mochilas. “¿Qué es una previa?”, pregunta un brasilero. Y es lo que estaban haciendo hasta recién: comer pizza, tomar Jägermeister del pico y hablar sobre democracia, antes de salir de faena. La cama cruje, alguien se da vuelta: siempre hay algo inquietante en el hecho de dormir con desconocidos. De fondo, la Avenida de Mayo va apagándose. La calle que fue testigo de la historia ahora la comprime.