A veces, el encuentro con la poesía se vive como un arrebato. ¿Es el caso de Estefanía Papescu (Chubut, 1985)? En su primer libro, ella dedica gran parte del conjunto de los poemas a documentar esa experiencia.  Los textos, cosecha de un pacto mágico, parecen actuar por contagio. En vez de acudir al hechicero vudú o a la lectora de manos, Papescu repasa un repertorio de figuras (la poeta triste, la viajera, la recopiladora de leyendas o la poeta monstruo), cada una con su propio acento, para reemplazar el consumo por la magia. “Mi primer libro es el resultado de las ganas de escribir poesía -dice la autora, que coordinó dos ciclos de poesía, además de trabajar como periodista?. Me anoté en el taller de Cecilia Pavón, fui un año. Ahí se gestó toda la primera parte, ‘Consumo por magia’. Leía mucho, iba a varias lecturas y me tomaba varios tiempos cortos para escribir en la semana, aunque en mi cabeza estaba todo el tiempo lo que quería escribir, cómo escribir, alguna palabra o algún poema. En ese momento, que duró un año, sentí que estaba como en un trance con la poesía.”

¿Qué frutos dio esa conmutación de consumo por magia? La escritura de Papescu, a la que se puede calificar de sustitutiva, es afirmativa y al mismo tiempo paródica: “de esta vida/saldré victoriosa”; “la salvación está en mis manos/ no pesa”; “soy atemporal”; “sólo quiero consumir ropa linda”. Conectada a un inconsciente más grande que el suyo, aunque este adopte la forma de la luz del monitor a la madrugada o de una ráfaga de sentimientos que podrían apagar (o causar) un incendio, la voz poética se filtra por objetos, memorias, el estado actual de la moral o escenas de un viaje a Nueva York: “brillo cómplice de nada/ de nada/ de una época”.

Hay pocos clichés líricos en Vertical de agua, lo que no quiere decir que no haya otros clichés vinculados, precisamente, al modo de leer y de escribir poesía en el presente. Cierto candor, una preferencia por la anécdota cotidiana o por la interfaz siniestra de la primera persona, a veces infantil (“Mi papá me gusta/ Su hija me da miedo”), vinculan su poesía con las búsquedas de otras escritoras argentinas contemporáneas. ¿En qué se diferencia? Los poemas de Papescu deforman el trayecto de aquella que escribe; se convierten en mandamientos, en constataciones (“hoy me di cuenta…”), en confesiones (“Al poema lo escribo engañándome”), en cartas repletas de incertidumbre. 

“Un poema requiere de una distancia/ deseo escribir poemas que sean paisajes”, se lee en “Deseo”, uno de los pocos poemas que llevan un título. Si bien ese efecto no se logra en todos los textos, el ímpetu de su escritura se oculta, aún, en esa intención de despegue, en esa “flexión del momento oscuro”. Hacia arriba y vertical, el poema (como el agua) puede caer o elevarse. “El título del libro sale de mi tumblr (verticaldeagua.tumblr.com), donde iba subiendo mis primeros poemas -cuenta Papescu?. El agua es algo efímero y abstracto pero, a la vez, es el elemento del sentimiento, algo tan hermoso y pasajero también. Una cascada puede ser una vertical de agua, una cascada como un sentimiento que pasa rápido y se va pero siempre está.” (También el llanto o la lluvia.) En el poema del mismo título se lee: “En tu generación las mujeres desconocían su fuerza/ eran la fuerza que empujaba la fuerza visible/ cambiaban los detalles/ y el sentimiento de la piedra afloraba/ logrando una vertical de agua”. Se dice que alguien que saca agua de las piedras consigue, con poco, hacer algo o mucho. Con materiales dispersos, como objetos que odian a las personas, fugas de responsabilidad interior, lecturas de  Dorothea Lasky, Raúl Scalabrini Ortiz y Virginia Woolf o la propia historia escrita en tinta indeleble, Papescu le falta el respeto al orden y encuentra en ese gesto una victoria surrealista: “el papel se acostó sobre la piedra y ganó”. Ó

Vertical de agua 
Estefanía Papescu

Caleta Olivia