Sin tapujos ni largas introducciones, la miniserie creada por Steven Moffat y Mark Gatiss va directo al hueso: en un convento, una monja le pregunta a una víctima de Drácula, el Sr. Harker, si tuvo relaciones sexuales con el Conde de Transilvania. Es la excusa perfecta para que narre cómo se convirtió en el prisionero de un anciano que muta en joven chongo gracias, no solo a su sangre fresca. También al sexo nocturno. Con marcas de varios siglos en la piel, este Drácula (interpretado por el danés de 53 años Claes Bang) rápidamente se convierte en un galán de manos grandes y uñas filosas. Con su jopo engominado, el Conde hipnotiza a sus víctimas, haciéndoles creer que están teniendo sexo con su amor soñado, cuando en realidad es el vampiro quien los cabalga. Insaciable de placer queer, la sangre nunca es suficiente para su paladar goloso.

No es un Drácula más del montón debido a los autores que están detrás de sus dientes torcidos. Steven Moffat y Mark Gatiss son la dupla inglesa que actualizó al mítico Sherlock Holmes, en la serie de 2010 que duró 7 años: Sherlock. Pero la bisexualidad del Conde no es algo que lo redima, sigue siendo un depredador sexual manipulador e impiadoso con un único objetivo, eternizar su no-vida consumiendo a sus presas. Sí, este Drácula es chispeante e ingenioso, más seductor que aterrador, amante de la ciencia y el arte, obsesionado con el futuro y siempre dispuesto a tener una conversación interesante. Pero eso no diluye su cruel voracidad a la hora de saciar sus apetitos. Luego de morder el cuello de su invitado, el Sr. Harker, Drácula lleva a su hombre en brazos por cada una de las escaleras caracol que conforman un laberinto en el castillo. Alza su cuerpo como si estuvieran recién casados y esa fuera la luna de miel. "Quédate. Puedes ser mi mejor novia", le susurra el Conde a un Sr. Harker débil, casi sin sangre en sus venas. La eternidad se le hace larga al Conde, se aburre, necesita compañía.

Permiso para entrar

Toda la imaginería vampírica, las reglas del monstruo, en esta serie son mostradas con vueltas de tuerca tanto estéticas como formales. Las víctimas de Drácula devienen en zombies con movimientos de marioneta. El vampiro tiene una dentadura de tiburón, y no colmillos alineados. Y goza de la capacidad de transformarse en animales de una manera singular. En un espectáculo grotesco, un lobo negro azabache se para frente a la reja de un convento. Está esperando que le den permiso para entrar, regla número uno de la leyenda del vampiro. Adentro de ese lobo se oculta Drácula, quien, de un momento a otro, nacerá del cuerpo del animal en una escena que recuerda a la secuencia más terrorífica de La Cosa de John Carpenter. 

El Conde sale ensangrentado, envuelto en la placenta del lobo, y enfrenta a las monjas haciendo gala de su fálica desnudez. Drácula se ufana de que las monjas le esquivan la mirada, hasta que una de las hermanas lo corrige afirmando que es otra cosa lo que evitan mirar. Ingenioso y buen estratega, consigue ingresar a la casa de Dios, pero no para rezar o confesarse. Con una enorme espada decapita a la madre superiora y lanza la cabeza a las monjas, como si fuera una novia que tira el ramo a sus mejores amigas. 

No culpes a la noche

En su más que libre adaptación de la novela de Bram Stoker, uno de los cambios que los guionistas introducen es que el eterno antagonista de Drácula, Van Helsing, ahora es una mujer, fuerte e inteligente. Una monja (interpretada por Dolly Wells) que cuestiona tanto a Dios como a la Iglesia católica, y ve al vampiro más como objeto de estudio que como demonio por eliminar. Intentando encontrar a qué le teme este Conde que ya suma más de 300 años. "¿Le temes a la cruz?" le pregunta la monja, Agatha Van Helsing, a Drácula. "Claro que sí. Todos lo hacen, ese es el problema. No es un símbolo de virtud y bondad, sino de horror y opresión. Tu estúpida Iglesia ha aterrorizado a la población campesina durante siglos. Llevo mucho tiempo bebiendo la sangre de esas mismas personas y absorbiendo sus miedos a la cruz", le responde. Los cuestionamientos hacia la figura de Dios y la Iglesia se repiten a la largo de los 3 capítulos de 1 hora y media. De los derruidos castillos de Hungría a los boliches top del Londres actual: este Drácula de la BBC recorre la noche en una desaforada búsqueda de compañía. Ahora usa Tinder y ejercita sus piernas en una bicicleta fija. La pregunta es, ¿puede un monstruo del pasado sobrevivir con las reglas del presente? En la miniserie Drácula se encuentra la respuesta.