¿Es posible hablar de un dialéctica fecal y un pánico homosexual en el origen de la escritura de Borges sin que, por la blasfemia, se nos caiga un tomo de la biblioteca en la cabeza? ¿Hay entre Martín Fierro y Cruz pliegues de un secreto que se forjó en la pampa antes que en la montaña? ¿Y si encontráramos una mujer fuera de molde en las hojas amarillentas de un libro de lectura escolar de principios del siglo XX? Estas preguntas se vuelven inviables si intentamos responderlas desde corsé ceñido de eso que se presenta como el canon de la literatura argentina, y que no es otra cosa que lo que Raymond Williams llamó tradición selectiva (tan selectiva que dejo afuera casi todo, más si no era blanco, macho y heterosexual).

La editorial de la Universidad Nacional de La Plata acaba de publicar “Desde el armario. Disidencia genérico sexual en la literatura argentina”, una antología (casi arqueología) de textos diseminados en los bordes y que inauguraron una indagación a contrapelo a partir de los conceptos de género, feminismo, hetero-homosexualidad, disidencia sexual y corporalidades. Angélica Gorodischer, Daniel Balderston, David Foster, Sylvia Molloy y nuestra adorada reina plebeya María Moreno, entre muchos otres, forman parte de esta compilación monumental de 650 páginas coordinada por José Maristany.

La mayoría de los textos, dispersos y escritos en un mundo pre Internet, fueron rastreados con olfato de detective queer y recuperados de publicaciones marginales y revistas condenadas al olvido. Varios artículos no habían sido traducidos hasta ahora, como es el caso del análisis de Hebert Brant sobre Rosaura a las diez de Marco Denevi, o las lecturas que hizo David Foster sobre las novelas de Oscar Hermes Villordo y de Carlos Arcidiácono; o bien, el análisis de Gustavo Geirola sobre erotismo y homoerotismo en el Martín Fierro, publicado hace un cuarto de siglo, y que crea plataforma para las reescrituras que en esta clave pudieron hacer Gabriela Cabezón Cámara o Martín Kohan. Aparecen también textos tan valiosos y olvidados como el de Bonnie Frederick publicado en la mítica revista Feminaria, cuya sección literaria dirigía Lea Fletcher.

“Al equipo que dirijo le llevó más de tres años de recuperación, lectura y selección de los textos incluidos en esta antología. Se leyeron más de un centenar de artículos. Somos conscientes de que este recorte no es exhaustivo y que dejamos fuera otros textos y autorxs que constituyen referencias igualmente importantes. Sin embargo, hemos privilegiado aquellos que han sido pioneros en conmover los pilares de una crítica dominantemente falocéntrica y que en alguna medida han revisado, impugnado y ampliado las operaciones de canonización de nuestra literatura”, dice Maristany.

Esta compilación tiende puentes entre las perspectivas feministas y gay-lésbicas, principalmente en el período 1980-2004, y crea un antecedente único, más allá de lo mucho que todavía cuesta que los estudios gay-lésbicos tengan un lugar en las agendas de investigación locales (a diferencia de otros países donde el financiamiento para estas temáticas es moneda corriente). Algunas de las lecturas que se emplazaron en esa órbita ofrecieron miradas efervescentes y articularon muchas veces sus premisas y categorías teóricas con aquellas otras que el feminismo venía produciendo desde los años 60. En este sentido, el libro hace retrospectiva para no pensar la ruptura como algo autoengendrado, sino como el resultado de un movimiento crítico cuyos orígenes y condiciones de posibilidad se remontan más atrás. Ahí también se pueden rastrear, algunas formas incipientes de los enfoques posidentitarios, posfeministas o queer, presencia clave en los últimos quince años.

Así, cada una de estas lecturas desviadas, legitimadas en nuestros días, significaron una verdadera ruptura de los límites y silencios de una hétero-crítica masculinista y hegemónica. Por considerarla dentro del “terreno de los sensible”, hasta ahora no se había puesto el ojo en la violencia ejercida desde la critica literaria al momento de seleccionar cuáles eras lxs autorxs dignos de pertenecer al panteón de los consagrados. Maristany hace en esta compilación una especie de justicia poética.