Los cínicos –y en especial Diógenes– cultivaban la “irreverencia”. Con un “carácter” especialmente excéntrico criticaban y provocaban a la sociedad. Eran autárticos y fuera de todo condicionamiento externo. La anécdota con Alejandro Magno en su encuentro, es de antología.

Alejandro Magno iba camino a las Indias para conquistar el mundo, Diógenes tomaba el sol desnudo a la orilla del río. Alejandro se dirige a él, asombrado y atraído por la belleza de Diógenes, y le pregunta qué podría hacer por él. A lo cual Diógenes responde: “Muévete un poco hacia un lado porque me estás tapando el sol, eso es todo. No necesito nada más” (1). Frase que condensaba su desprecio al Otro y al mismo tiempo reconocía la existencia del Otro. ¿Por qué hablar del Otro con mayúscula? Porque es el que representa a una ley cualquiera esta sea, provenga de donde sea: religión, ideología, legislación.

El cinismo de hoy es diferente y podríamos considerar a Zazie en el Metro (subterráneo) de Raymond Queneau, escrito en la posguerra en 1959, como la imagen del cinismo del siglo XX. Es con Zazie que Jacques-Alain Miller (2) aborda la cuestión del cinismo que él llama de “cinismo femenino” pero que es aplicable a toda una época.

En el Seminario que dictó, “De mujeres y semblantes”, en 1992 dedicó especialmente un tramo a Zazie. Si bien el cinismo es definido hoy como “mentir descaradamente”, en Zazie nos encontramos con una “máquina de perforar semblantes”, Miller lo señala, en esta oportunidad, “como un odio especial al semblante”, agregando que, a falta de filósofas cínicas, para encarnar esa figura se le ofreció con toda frescura un personaje de Raymond Queneau.

La estructura de la novela no es presuntuosa. La protagonista es una niña de 12 años que llega a París con el único anhelo de conocer el Metro (subterráneo) y lo hace en un día de huelga del transporte. Con lo cual su plan fracasa.

El argumento es simple, casi básico. Una madre deja a su hija, Zazie, para que pase un fin de semana con su tío Gabriel. Un tío que es una tía y que está casado con alguien que le dirá que ahora es su tío. A ella lo único que le interesa (no cesa de decirlo) es conocer el Metro. Ante la imposibilidad de acceder, camina y se va metiendo en líos. Zazie es un personaje callejero. Todo lo que no sea el subterráneo a la niña le permite una exclamación de burla: “mon cul” (en el sentido de “me importa un carajo”). Lo cierto es que, conforme va discurriendo la novela, todos los personajes se van contagiando con su eficaz mon cul (“me importa un carajo”) y van detrás de ella, que está sola, aunque circulen muchos y variados personajes. Un personaje en particular, un loro, Laverdure, que repite sin cesar: “Cotorreas, cotorreas, cotorreas, siempre igual.” En alusión al “bla, bla, bla”.

Al agujerear los semblantes, Zazie devela lo real del goce. Hacia el final de la novela, le dice a la madre que ha envejecido. Zazie se vuelve una Diógenes. Y en un planteo interesante, Miller juega con la resonancia entre el mon cul de Zazie y el Kultur de Sigmund Freud, para afirmar “allí donde Freud escribió El malestar en la cultura, Queneau escribió Zazie. Al igual que la lectura de El malestar en la cultura, la lectura de Zazie nos conmueve.

Siglo XXI. Verano del 2020. La muerte nos sorprende. El asesinato a “sangre fría”, a golpes, a puñetazos y patadones, nos conmueve. Le damos el nombre de una “manada”. Término con el que se designa a los animales que atacan muertos de hambre. ¿Cuál era el “hambre” aquí?

Diógenes, un pensador, un filósofo; la pequeña Zazie, un personaje pleno de frescura y encanto. Pero aquí: No. Sólo la brutalidad en su más desnuda expresión.

No hay encanto o reflexión filosófica alguna, sino sólo una partida, una jugada, donde el humano no es más que un objeto que les era posible de aplastar, denigrar, humillar, insultar, romper.

La vida nada vale. El Otro no existe. No hay instituciones, no hay leyes, no hay ideologías, religiones, normas morales o éticas. Solo existe el goce de ver como el semejante exhala su último suspiro, como la luz se va apagando en sus ojos. Surge lo peor.

¿Drogas, alcohol, deportes? Ninguna de esas cuestiones inducen o provocan, per se, a matar o asesinar. Eso ya estaba puesto de antes en cada uno. Lo peor de cada uno. El sujeto es siempre responsable de su posición subjetiva en la vida. Y las acciones son con consecuencias.

En 1936, Miguel de Unamuno escuchaba horrorizado el grito que provenía de un militar franquista, José Millan de Astray: “¡Abajo la inteligencia! ¡Viva la muerte!” 

¿Acaso, ochenta y cuatro años después, escuchamos resonar la misma frase… aún?

(1) Wikipedia. La frase supongo textual.

(2) Contemporáneo de Lacan, nació en 1903. Se graduó en la Sorbona en Matemáticas, Filosofía y Psicología. Surrealista activo.

(*) Psicoanalista. Reside en Córdoba. AME de la Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP).