La alimentación es un tema sensible que atraviesa todas las clases sociales y todas las culturas humanas. Es objeto de encendidos debates, genera negocios, empleos y divisas, pero también refleja despiadadamente las desigualdades y origina miedos e incertidumbre.

A la par que nos proveen los nutrientes necesarios para vivir, crecer y conservar la salud, los alimentos se relacionan con el placer y el gusto del comer, con las relaciones familiares y sociales, nuestras convicciones éticas y religiosas, nuestros deseos de pertenencia a grupos identitarios, y son una vía muy importante, por lo cotidiana y universal, para ejercer nuestra libertad.

Campo fértil para la seudociencia, las ciencias de alimentos y de la nutrición deben reconocer que a pesar de la enorme cantidad de información que se produce, persistien enormes problemas en la manera en que nos alimentamos. En este contexto, diseñar una política pública relacionada a la alimentación social representa un enorme desafío.

Rica, diversa, nutritiva y sustentable

Según el Observatorio de la Deuda Social Argentina, en 2019 casi un 40% de los niños y niñas del país recibió asistencia alimentaria gratuita en la escuela, merenderos, copas de leche y comedores barriales. Pero son muchas más las personas que se alimentan de manera colectiva. Todas las instituciones de la salud pública, hospitales y geriátricos por ejemplo, dan de comer a sus residentes. También hay comedores municipales en algunas ciudades, y las universidades ofrecen almuerzos a los estudiantes.

Quienes comen en espacios que provee el estado, o usan cupones o trajetas alimentarias, ven restringida su libertad para elegir qué comer en pos de un objetivo más urgente, que es combatir el hambre. Sin embargo, las políticas públicas deben escuchar a sus beneficiarios y beneficiarias ya que la elección de los alimentos, su aceptación o rechazo está fuertemente enraizado con la subjetividad. Las costumbres y recetas populares o ancestrales tienen mucho que brindar a los menúes actuales y forman parte del capital cultural de todos. Cuanto más diversas las mesas, más ricas y más saludables.

La intersección de los hábitos de alimentación con el cuidado del ambiente es otro tema candente. En muchos ámbitos se plantea el dilema sobre el actual nivel de consumo de proteínas animales (carne) con el combate real al climático. A esto se suman las posiciones éticas e ideológicas sobre el consumo de productos animales y la relación entre los humanos y las otras especies que pueblan el planeta.

Todavía es un porcentaje realmente muy pequeño de la población la que cambió sus costumbres alimentarias en favor de vegetales, harinas complejas, cereales y semillas, rechazo a los alimentos industrializados, etc. Sin embargo, es un sector muy visible ya que muchas celebridades e influencers se cuentan en este grupo, combinando emoción con algún conocimiento y bastante ficción, desatan modas y pasiones – algunas bastante peligrosas, la mayoría afortunadamente inocua -. Mientras tanto, más del 60% de adolescentes y personas adultas en Argentina, aún los que dan likes a instagamers veganos, consumen diariamente papitas, conitos, alfajores, helados, jugos articifiales y otros alimentos similares. Y, como se sabe, las costumbres alimentarias son difíciles de cambiar.

Tecnología y economías regionales

Entre tanto debate la tecnología sigue asistiendo al mercado de alimentos: la nueva vedette es la carne cultivada, proteínas idénticas a las animales pero sin color, sin grasa, sin la textura adecuada todavía, pero que promete cambiar la ganadería y los mataderos por granjas hiper asépticas de cultivos celulares aptos para hamburguesas y salchichas. Y es que la industria alimentaria escucha a los consumidores y sabe reconvertirse mediante la innovación, un desafío que las numerosas empresas alimentarias argentinas deberán encarar.

A su vez, la alimentación provista por el estado representa una oportunidad de desarrollo para las economías regionales, y la posibilidad de seleccionar alimentos de alta calidad nutricional, frescos, de estación y composición equilibrada. Esta estrategia requiere una inversión estatal para garantizar un adecuado suministro a los comedores, mediante el apoyo básico a los productores locales para que puedan producir alimentos en la cantidad y calidad adecuada, concentrar y distribuir sus mercaderías y favorecer su ingreso en la economía formal sin poner en peligro la mera supervivencia del emprendimiento.

Pero los viejos problemas subsisten, sobre todo en los países pobres, y tienen que ver con la desigualdad y pobreza estructural de nuestras sociedades, más que con la calidad, la composición nutricional o la posibilidad de desarrollar tecnologías cada vez más eficientes para producir alimentos.

Frente a esta situación es evidente la responsabilidad de todos los niveles del estado en el diseño de políticas alimentarias para toda la población, especialmente para quienes no tienen otra opción que recibir alimentos en comedores públicos o a través de dispositivos de distribución.

 

Sin duda el gobierno nacional tomó nota y ha convocado a un comité de expertos. Pero el tema es complejo, necesitamos un rumbo de políticas públicas que trascienda la mera distribución y el debate sobre bebidas cola sí o no. El norte debe ser que cada quien pueda elegir y comprar los alimentos de su gusto en la cantidad suficiente y con la calidad adecuada para mantenerse saludable y desarrollarse a pleno. El camino posible hay que trazarlo todavía.

 Diputada provincial de Santa Fe, investigadora del CONICET en tecnología de alimentos