La ceguera humana ante lo increíble es lo que Stephen King esgrime como clave de su novela El visitante desde las primeras páginas. No en vano una cita de El país de los ciegos, de Colin Wilson, preside la edición de 2018: “El pensamiento solo confiere al mundo una apariencia de orden para aquellos que, en su debilidad, se dejan convencer por sus alardes”. Ese salto hacia la creencia en lo sobrenatural, que la novela construye pacientemente a lo largo de sus estancias por el horror y sus manifestaciones, es el eje del dilema que King instala en el corazón de su obra: las puertas al fantástico y los velos del realismo que las encubre. Por ello llevar la historia de El visitante a la pantalla constituía todo un riesgo. Poner en imágenes aquello que desafía la comprensión de los personajes y juega con los límites de la imaginación del lector podía quitarle su aura magnética, su oscuro encantamiento, dejar plasmado el misterio en lo visible de la representación.

Las primeras imágenes de The Outsider, la miniserie de HBO escrita por Richard Price a partir de esa novela, demuestran que ese riesgo puede dar frutos interesantes. No solo el que implica cruzar los lenguajes y encontrar un camino común, sino también integrar los dilemas que concitan a sus creadores, los hilos que definen ese horror ingente imaginado por King y su vertiente tensa y rigurosa delineada por Price. Escritor del realismo candente en libros como Clockers o series como The Wire, Price resulta una elección atrevida y desafiante, aquella que recoge los mundos más atávicos de King para darles un rostro pedestre, arraigado en la geografía sureña, expuesto en cuellos ampollados y vidrios estallados, en los ocres colores de una tarde de paseo en la que el cadáver de un niño expone toda crueldad velada. Es esa emergencia de prejuicios y rencores sociales la que Price modela como combustible de un caos que subyace a la armonía pueblerina. Partir de lo físico de las pieles rasgadas y los cadáveres mutilados para elevarse hacia lo que el discurso de King enhebra como intangible.

Las escenas iniciales de The Outsider recorren las calles vacías de un pueblo en la sureña Georgia, punteadas por los acordes de una melodía enrarecida. Un hombre pasea a su perro en ese paisaje inocente, poblado de pequeñas iglesias y casitas bajas, de pastos crecidos y una suave brisa que agita las copas de los árboles. Price recoge una de las más perdurables influencias del universo de HBO como lo fue True Detective, con sus paisajes primitivos y exuberantes, encubridores de muertes macabras. Aquí el entorno natural linda con una incipiente urbanidad que mantiene su equilibrio en la fuerza de esos límites que no se transgreden. Pero en el camino del perro y el paseador, una mancha de sangre anuncia el caos apenas disfrazado: son los tenues indicios de un crimen espeluznante que espera en un parque cercano, a la vista de todos, signo de una visita inesperada.

La notable actuación de Ben Mendelsohn es la que sostiene el dilema central de la historia. Ralph es un hombre huérfano de creencia, que ha perdido a un hijo y aún pena por su ausencia en el cementerio, recostado en su cama entre los retazos de aquella vida, sumergido en sus sueños de vigilia. La irrupción del cadáver de Frankie Peterson, arrojado como un despojo en la soledad de un parque, le recuerda su propio desamparo. Descubrir al culpable es otorgarle sentido a su propio mundo sin respuestas. Sin embargo, es ante el fracaso de ese cometido cuando todos sus cimientos se agrietan, cuando aquellos actos realizados por el afán de justicia lo llenan de culpa y remordimiento. Descubrir qué ocurrió, seguir a Gibney en sus cavilaciones, creer en el miedo de su mujer cuando dice haber recibido la visita de un extraño en la cocina, supone renunciar a esa exigencia de datos duros, saberes concretos, ideas lógicas. Porque nada de lo presente es comprensible. En la madurez de su vida, como le ocurría al curtido detective de No hay lugar para los débiles de Cormac McCarthy, el horror lo deja mudo. Un mal que escapa a su comprensión y pone en crisis todo aquello en lo que cree: el sentido de la existencia, la justicia de los hombres, los contornos de lo posible. Lo que queda es lidiar con ese vacío, con ese mal opaco y sin grandeza que anida detrás del aparente orden de las cosas.