La generación Contorno es ineludible. Ese conjunto de escritores, críticos e intelectuales (tres actividades que no pueden pensarse por separado, desde su perspectiva), nucleados alrededor de la revista dirigida por Ismael y David Viñas, conforman un núcleo duro que funda la crítica literaria moderna y establece un espíritu, más que un programa, que continúa interpelando a la producción intelectual contemporánea. Un movimiento esperable para un grupo de “parricidas”, si seguimos el adjetivo propuesto por el crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal que Ismael Viñas rechazaría con ironía. Sin embargo, este tipo de lecturas que tiñe de una pátina mítica el mismo nombre de la revista muchas veces dificulta entender que cada uno de los colaboradores era un mundo aparte, y que lo poco que tenían en común era más un índice que un proyecto. Recuerda Ismael Viñas en el prólogo a la edición facsimilar de Contorno (aparecida gracias a la editorial de la Biblioteca Nacional en 2007) que la idea de armar la revista surge por dos razones objetivas puntuales. Por un lado, los efectos producidos luego del proyecto fracasado de la publicación de Héctor A. Murena Las ciento y una, con la correspondiente pelea entre Murena y David Viñas por motivos que su hermano no menciona. Por el otro, la posibilidad de cambiar la revista del centro de estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, Centro, para así ajustarla a la visión en torno a la cultura argentina que el joven Viñas sostenía. Si del descarte de esta última opción surge Contorno, habría que pensar, al menos, una época de la revista Centro como algo más que un antecedente del proyecto de los Viñas: la presente antología, editada por el sello de la Facultad de Filosofía y Letras EUFyL y establecida y prologada por Miguel Vitagliano, profesor de la casa, permite revisar esa mitificación de los “contornistas” ampliando el campo intelectual de la época con muchos más nombres y opiniones y permitiendo encontrar una pluralidad de voces que es harto más fiel a las producciones individuales de los colaboradores de ambas revistas –a veces los mismos, otras tantas no– sin por eso no permitir encontrar un tono que nos permite hablar, mal o bien, de una generación, un término por demás injusto y no por eso menos necesario.  

Tomar la voz

Centro nace de las cenizas de la revista Verbum, publicación de la Facultad cuyo origen se remonta a 1905. El último número, el 90, de 1948, funcionó como cierre de una etapa en lo que se refiere a una publicación del centro de estudiantes. Verbum solía funcionar como un espacio que reunía en igual medida a profesores, intelectuales invitados y algunos alumnos avanzados que tenían una suerte de visto bueno generalizado, digamos, institucional. Tres años después, Centro aparecía como una propuesta diferente que se concentraba sólo en la producción de los estudiantes y que buscaba ofrecer una alternativa al imperante clima de la Universidad durante los años del primer peronismo. Noé Jitrík y Daría Cantón, sus dos fundadores y principales figuras dentro de la primera época de la revista, habían venido con la idea de la publicación luego de pasar unos días en la cárcel de Devoto, lugar al que habían sido llevados tras participar en una manifestación en repudio a la detención de un compañero de Química. Valga la anécdota para señalar la particular formación que la revista tuvo, gesto “denuncialista” y “contestatario” que se replicaría en gran parte de sus colaboraciones.¿Cuáles serían las características de este tipo de operación? En principio, tratar de distinguir en cada uno de los objetos analizados un nivel profundo, una suerte de verdad, y un componente retórico que oculta esa verdad, la disimula hasta el punto de que parece que ni el propio autor de la obra analizada parecería darse cuenta. El análisis de Jitrik de la poesía de Alberto Girri y el comentario de Viñas con respecto a tres autores de ese momento (Bernardo Verbitsky, Juan Carlos Onetti y José Bianco) ponen en evidencia esta necesidad de desenmascarar modos de escritura. Viñas lo encuentra, sobre todo, en la prosa de Bianco, que resulta falsa inclusive en su intento de darle características locales a sus personajes, armazones sin ningún tipo de sustancia. Jitrik, por su parte, sostiene que la poesía de Girri es compleja y refractaria no por profunda, sino por un evidente afán de no comunicarse con su lector, construyendo así una suerte de literatura de elite, destinada a unos pocos. 

¿Cómo entender esa preocupación de Jitrik por la falta de comunicación de una obra literaria? Bien podríamos considerar que en el horizonte de este tipo de intervenciones estaba la preocupación por el lector, estrictamente, por un nuevo tipo de lector ajustado a la escritura de estos nuevos intelectuales. Así, el artículo de Juan José Sebreli, “El escritor argentino y su público”, de diciembre de 1953, se concentra en mostrar la manera en la cual, en toda la historia literaria local, los escritores parecen no saber para quién escriben. Esa falta de idea del público representa, por un lado, la conexión de Sebreli con el existencialismo sartreano (se escribe para alguien) y, por el otro, la propia colocación de esos jóvenes escritores como los responsables de producir teniendo conciencia (término para nada inocente) de quiénes van a leerlos. Como sucede con cualquier grupo joven, la intención es reclamar un espacio propio porque se insiste en la idea de que los tiempos han cambiado y hay un público diferente que reclama otras cosas, público que si no existe, se inventa. ¿O no encontramos eso en aquel texto de Sebreli que funciona como manifiesto de Contorno, “Los ‘martinfierristas’: su tiempo y el nuestro”, artículo aparecido en el número 1, de noviembre del mismo año? Denunciar y destruir para crear: esos son los momentos de un ejercicio crítico a dos puntas (¿dos ojos?): Centro y Contorno.

La historia de las narraciones 

Pero el intento de establecer un nuevo modo de ejercer la actividad intelectual tiene también un correlato en las propias incursiones artísticas de los colaboradores de la revista. En el presente libro se recogen tres producciones en prosa de enorme importancia, además de un poema de Francisco “Paco” Urondo. La primera y la segunda son fragmentos de dos (supuestas) novelas: una de David Viñas y la otra de Masotta. La primera, “Los desorientados”, recoge algunos acontecimientos dados en el marco de una huelga y tiene aquello que va a caracterizar toda la obra literaria de Viñas: el intento de mostrar un choque de fuerzas que sólo puede resolverse a partir de la violenta toma de posición de sus personajes y la importancia de los diálogos, del entrecruzamiento de voces que luego explotará de manera ostensible en Tartabul, su última novela. “Los muertos”, de Masotta, tiene ya de por sí algo particular: es su única obra de ficción publicada. Si bien este relato ya ha sido recogido y comentado en publicaciones como El río sin orillas (octubre, 2009), la aparición de una parte de una supuesta novela por venir en Centro ya interesa por la particular elección de tema y no pierde vigencia a la hora de considerar la figura de Masotta como escritor: el fragmento narra las vicisitudes de un estudiante de Filosofía y Letras en la colimba. Las observaciones en torno a las prácticas militares y la conversación final entre los jóvenes personajes cumple el objetivo de distanciarse de un mundo para mostrarlo y, también, de detenerse en su lógica simbólica, en sus frases, en sus lugares comunes. Es tanto un análisis como un relato, o mejor, una anécdota. 

Pero, sin lugar a dudas, es la presencia en la antología del ya renombrado cuento de Carlos Correas “La narración de la Historia” el que sobresale por encima de los demás, quizás, por el peso que tuvo en el desarrollo de la revista Centro. O, mejor, en su fin. El texto cuenta el encuentro de Ernesto Savid, un joven universitario de un relativo buen pasar, y Juan Carlos Crespo, alguien un poco más joven que pasa sus días en la calle o en la estación de Constitución y sus noches en donde pueda. La práctica de levante y el retrato del mundo clandestino y marginal de los homosexuales a finales de los 50 en Buenos Aires tiene un registro impensable para la época (el encuentro sexual al costado de la General Paz es una clara muestra de esta afirmación), además de construir un personaje cínico y entregado plenamente a su existencia, a esa negación vibrante que el personaje de Ernesto representa y que bien lo emparenta (y también lo distancia) del Erdosain de Arlt. Publicado en el número 14 de 1959, el cuento levantó una inmensa polémica tanto dentro de la Facultad como fuera de sus puertas, teniendo como consecuencia el procesamiento y la condena en suspenso de Jorge Lafforgue (en ese momento, director de la revista) por tres meses de prisión y de Carlos Correas por seis. Los hechos y las consecuencias de este proceso han quedado documentados en el film de 2012 Ante la ley, de Emiliano Jelicié y Pablo Klappenbach, cinta que tiene como privilegio volver a la figura de Correas ya no como escritor maldito, sino como un auténtico innovador intelectual, literario, bah, que pagó las consecuencias de llevar a cumplimiento las intenciones de la revista Centro: mostrar lo que está oculto y generar una nueva forma de leer, tan novedosa, efectivamente, que bien podemos situar a Correas como alguien auténticamente de nuestro tiempo. 

Revista Centro: Una antología es realmente un material imprescindible para entender la conformación del campo intelectual argentino de mitad del siglo pasado. Nacida en un momento trascendente del primer peronismo y cerrada con la decepción del desarrollismo y la presidencia de Frondizi, palpable en los artículos recogidos de Ismael Viñas y Elena Rodriguez, esta publicación operó como un territorio de pruebas en donde un conjunto de intelectuales hicieron sus primeras armas pero, también, sentaron las bases de toda su trayectoria intelectual. Más que vicio juvenil, habría que entender a Centro como una herramienta de transformación universitaria, renovación que tuvo sus relativos efectos en la Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires durante la Primavera Camporista y luego, también, en la renovación democrática en los 80. La necesidad de un cambio de voces y un entregarse a lo imprevisto en términos de producción intelectual apareció en cada uno de estos momentos y tuvo a muchos nombres como figuras constantes. Y es que ya sea desde el existencialismo, pasando por el estructuralismo y terminando en la centralidad del discurso psicoanalítico de los 70, el ejercicio de la crítica, literaria y/o institucional, tiene y tendrá siempre como trasfondo la misma sensación de incomodidad frente al estado de las cosas y el mismo deseo por ponerlo en evidencia.

Revista Centro: Una antología Noé Jitrik, Jorge Lafforgue, David Viñas y otros EUFyL 224 páginas