En la actuación hay algo arrebatado que da vuelta la obra, la separa de la anécdota y ubica todo lo que pasa en Pampa Escarlata en un lugar que se parece a un expresionismo lejano que Julián Cnochaert utiliza para darle cierto aire moderno a una historia victoriana.

Es que Mildred Barren, la joven protagonista, es una chica de clase alta inglesa, enfermiza y con alardes de artista. En la vida aburrida que el siglo XIX le dejaba a las niñas de la alta sociedad, esta muchacha se propone buscar cierta aventura en las artes plásticas. Hay una osadía en los deseos que enuncia que no se corresponde con ese cotidiano previsible y siempre dudoso al que ella obedece sin ganas. Pintar sería la oportunidad de salir del encierro y para eso cuenta con el mejor maestro, Woodcock que al estar postrado en una silla de ruedas no le queda otra que ganar algún dinero denigrando el trabajo estéril de esta joven sin talento.

Pero en Pampa Escarlata los diálogos sufren una ráfaga de palabras intempestivas. Hay un espesor en los textos de Cnochaert que se pega a una inteligencia desproporcionada, brillante, donde en la simple rutina victoriana comienzan a mezclarse reflexiones alocadas sobre el arte, hasta que todo lo que ocurre en escena deviene en drama colonial.

La empleada de esta casa adinerada es una argentina bien india, chica de las pampas que entra en escena para instalar la locura creativa en su patrona. Lo hace a partir de una sopa cuya sustancia tiene un secreto que no es conveniente revelar. Podríamos decir que el misterio de Pampa Escarlata está en algo que esta india le da a la inglesa deprimida y mediocre, algo que sale de su propio cuerpo y que transforma a este proyecto de artista en un ser descomunal y extremo. Cnochaert introduce lo político en esta pequeña epopeya, drama deseoso que podría convertirse en una trama lésbica si el contacto entre los cuerpos no tuviera tantos remilgos y si la palabra no fuera el verdadero cuerpo de esta dramaturgia.

Hay un modo de decir que iguala a los personajes y los mantiene en un procedimiento que está regido por la actuación. Lucía Adúriz tiene una vibración que parece abrir a su personaje a todos los estados que debe soportar esta niña rica. Mildred Barren es tan quisquillosa y presuntuosa como vulnerable. Escribe un diario porque está detenida en una soledad irrespirable y cuando sale al mundo descubre que esa obra que ha realizado y no le pertenece es tan incomprensible para lxs demás como para ella misma.

El humor está para atemperar un drama que es irreversible. La manera en que lo político/ histórico se juega en los términos de una querella sobre el arte basada en el realismo y la mimesis de algo que la autora del cuadro jamás vio, se expresa en esa forma estilizada que viene a romper el realismo.

Ese momento donde Pablo Bronstein desparrama su divagación de crítico frente a una escena de malón que desconoce, es graciosa hasta la exquisitez pero discute con las palabras de Isidra que Gala Ibarguren expresa con una tonalidad diáfana. La india también se apropia de la autoridad de pensar el arte y lo hace cuestionando ese imaginario que le han robado. Si ella da algo de su cuerpo, si esa receta la involucra hasta lo íntimo, lo que su patrona le quita corresponde al campo de lo intangible. Esas imágenes del cuadro rechazan a sus nuevxs dueñxs y si pueden mostrarse en los salones es solo para liberar la bronca que el cuerpo desnudo del indio genera en esas mujeres de camisas abrochadas hasta el cuello y en esos hombres atorados en sus trajes caros. La creatividad viene de las pampas, del salvaje y a lxs europexs no les queda otra que dejarse envenenar porque ese afuera que desprecian, se les viene encima.

Pampa Escarlata se presenta los viernes a las 21:30 en el Centro Cultural Rojas.