Desde Santiago de Chile.

Ya pasaron algunos días del 8M pero aquí, en Santiago, nadie puede (ni quiere) dejar de hablar de eso. Es que el aire a revolución que se respira en las calles, en las plazas y en cada una de las esquinas de la ciudad más grande de Chile desde el estallido del 18 de octubre, también estuvo presente este domingo, cuando la multitud rebasó las calles principales del centro y los alrededores, y millones de mujeres y trans colapsaron la Avenida Alameda -la principal de Santiago- en uno de los mediodías más calurosos en lo que va del verano.

Pero no fue solo la enorme marea feminista-insurrecta, superior incluso a la del año pasado, apoderándose una vez más de las calles, lo que hizo que este 8M y 9M sean distintos a los anteriores: el domingo, las estudiantes secundarias, quienes junto con sus compañeros y compañeres habían marcado el comienzo del estallido social de octubre con las evasiones masivas al metro de Santiago, también volvieron a encontrarse para ser, una vez más, protagonistas de un día inolvidable para toda América Latina.

Los torniquetes sociales

Fueron les estudiantes secundaries quienes se animaron a tomar la iniciativa de saltar los torniquetes de una sociedad formada por varias generaciones que tuvieron que crecer silenciosa y temorosamente, bajo regímenes políticos violentos y autoritarios que gobernaron a Chile durante décadas. “No era silencio, era rabia” se puede leer en una de las tantas paredes grafiteadas que hay por todo Santiago desde que empezó el estallido, y ese resumen podría ser, tal vez, la conclusión más contundente.

Muchas más jóvenes también van sumándose a la marcha. Algunas se acercaron con sus amigas y otras vinieron con sus familiares. Magdalena, 17 años va al colegio Barrie Montessori, en Peñalolén. Vino con sus amigas y juntas hicieron un cartel con un dibujo que dice “Pelea como zorra”: “Estamos marchando hoy porque además de todas las injusticias que hemos sufrido por ser mujeres en este país y en el mundo en general, desde el estallido social, acá en Chile se han cometido muchas injusticias contra las mujeres, como los abusos y violaciones por parte de Carabineros. Por eso es muy importante que ahora estemos aquí más fuertes y más unidas que nunca para que sepan que, hagan lo que hagan, nosotras no les tenemos miedo”.

Julieta escucha con atención a su amiga, y cuando la charla vira hacia la educación sexual y las nuevas generaciones, comenta: “Estamos rompiendo todos los estereotipos que nos ha generado el colegio, porque nos dimos cuenta de que tenemos una educación sexual muy mala. Por eso ahora estamos dándole mucha más importancia a la comunicación entre nosotras y entre nuestros afectos, y estamos aprendiendo a vivir nuestra sexualidad como nos da ganas para poder quitarnos todos los prejuicios de encima”.

Amanda, 17, va al Instituto Alonso de Ercilla, lleva un cartel en alto que dice “Unidas por la igualdad”, y vino a la marcha con su mamá y una amiga: “El feminismo es algo que nos une a todas, una lucha por un mundo más igualitario y menos violento e injusto. En este 8M estamos viviendo otro contexto social, pero igual esperamos que sea tranquilo y que no haya violencia”.

Violencia de Estado

Sin duda el deseo de Amanda es el de muchas, pero aparentemente eso no parece ser algo que pueda suceder, al menos en lo inmediato, en este Santiago revolucionado. Y no solo porque lo que se conmemoró el domingo en las calles, ganadas notablemente por las mujeres y feminidades, no es bajo ningún sentido una fiesta sino una rebelión, sino también porque desde el 18 de octubre pasado, el centro, las comunas aledañas, y también las comunas más populares de la ciudad más grande de Chile están convulsionadas: arden fuegos improvisados a modo de protesta en cualquier esquina, en los días y en las noches, como ardieron también los ojos, las narices y los cuerpos de todas las personas que el viernes pasado se autoconvocaron una vez más en la Plaza Dignidad para seguir demostrando que en Chile el estallido social está más vivo que nunca, aunque los Carabineros les hayan devuelto, a cambio, gases lacrimógenos y balas de goma a mansalva.

Por eso es difícil que este 8M sea la excepción, y sobre el final de la marcha la violencia estatal se recrudece en varios puntos de la movilización; como cuando las primeras manifestantes quieren llegar al metro “Los héroes” (el lugar pautado para terminar la marcha) pero no pueden porque una fila interminable de carabineras las estaban esperando con la excusa de que no tienen permiso, y les impiden el paso violentamente, sin importar la presencia de niñas, de ancianas, ni de nadie.

Aproximadamente a la altura del metro Santa Lucía, empiezan a sentirse los primeros gases lacrimógenos. Algunas mujeres dan la vuelta y comienzan a caminar hacia el lado contrario. La represión se sigue extendiendo por varias cuadras de la Alameda, generando caos y desconcierto en un día histórico que, a pesar de todo, les estudiantes secundaries junto a todas las mujeres y feminidades de la región, supieron hacerlo propio.