Cuando se habla de lo nórdico algunos piensan en atrapantes novelas policiales o de suspenso. Otros en muebles funcionales de líneas sencillas. Están quienes se remiten a rubios guerreros musculosos. Y no falta tampoco quien piensa en el rincón del planeta donde el Estado de Bienestar aún subsiste en buena forma. Lo claro es que, de un tiempo a esta parte, lo nórdico se impone en materia audiovisual. En algún momento fueron los vampiros, luego los zombis y ahora es turno de Odin, Sif, los gigantes de hielo, los lobos y toda la progenie. El mascarón de proa (de langskip) de esta “invasión” fue claramente la serie Vikingos (History Channel), que impuso en la pantalla la fascinante vida de Ragnar Lothbrok y su séquito de saqueadores de pueblos europeos, y que recientemente tiene la segunda parte de su sexta temporada subida a Netflix.

 

Pero ciertamente ésa no es la única vertiente de lo nórdico que circula por las pantallas en los últimos años. Lejos de las versiones pop del Thor y el Loki de Marvel Comics, Netflix lanzó recientemente Ragnarok, producida por su filial en Noruega: la serie recrea el antiguo mito un poco en clave estudiantina, otro poco en clave policial ecologista y conspiranoico, con alusiones a la salud mental y a cierta liberal circulación de los cuerpos.

¿Qué hace a todo esto tan atractivo? ¿Por qué, después de años de poner el ojo en bichos sobrenaturales, ahora los productores se vuelcan a las hachas, los rayos y las invocaciones a dioses paganos? Hay varios posibles motivos. El primero es que los vikingos son cool. Hacen la suya con poca oposición, son representados con una belleza heterohegemónica fácil de trasladar a la pantalla y permiten filmar en paisajes fascinantes: fiordos, pequeños golfos y montañas increíbles. Borrachos + hachas, hay que reconocerlo, es una combinación que promete acción.

Un posible segundo motivo, ya en los contemporáneo, es que las novelas policiales nórdicas (básicamente la saga Millennium de Stieg Larson) la rompieron a nivel de millones de ejemplares vendidos. Y pocas cosas se disfrutan más que ver cómo se escarba en la miseria de sociedades aparentemente perfectas. Aquí también ronda la figura de Loki –hola, fake news–, lo cual lleva a una tercera posible razón. Que es que podría estar dándose también cierta fascinación con el imaginario mitológico nórdico, que no sólo es pródigo en figuras fuertes y pregnantes, sino que además por momentos parece plantear una ética (o dos) que da consuelo en el contexto mundial actual.

Lo nórdico y la ética de la acción directa

Por un lado, la mitología nórdica –la de Odín, Thor y los demás dioses– propone una domesticación del caos: los dioses le paran el carro a monstruos y gigantes para traer algo de sosiego a los vikingos –para que puedan lanzarse al mar a saquear libremente, pero ése ya es otro tema–. Ante un entorno hostil, las deidades nórdicas prometen algo de orden, aunque sean exigentes y no muy dadas a la benevolencia. En medio del quilombo que proponen los medios de comunicación a diario, figuras que imponen un poco de orden a martillazos tienen potencial.

Pero al mismo tiempo aparece una ética de la acción directa: quien quiere algo lo toma. Si es lo suficientemente fuerte para hacerlo y si se atiene a las consecuencias luego, claro. No es exactamente una ley de la selva ni del más fuerte, pero se le acerca mucho, y no es imposible ver allí el reflejo del accionar de grandes corporaciones y potencias mundiales, aunque también resuena en el esquema punk del hacelo vos mismo. De hecho, en estas series el “qué vas a hacer ahora” no suele ameritar grandes deliberaciones.

 

En el caso puntual de Ragnarok, hay un juego interesante para el espectador de ir descubriendo todas las posibles referencias mitológicas que la serie sugiere velada o explícitamente. Y la relectura que proponen de algunos de estos personajes es muy interesante: el Loki que se insinua queer y usa las camisas de su madre para las fiestas estudiantiles mientras mete púa en su entorno y se queda al margen de los desastres que arma es notable.

Lo interesante de estas series es que abrevan en las historias mismas que mentaron la teoría campbelliana del camino del héroe. Sus protagonistas los representan cabalmente. Además, hacer ante un mundo turbulento no sólo es un rasgo de los héroes nórdicos, sino de los héroes de cualquier cosmogonía, legendaria o pop. Ante el bardo, pararse de manos. Y si no, que te parta un rayo.