Desde Logroño, España

El escritor Manuel Vicent lo expresó con soltura: “Las verdaderas pandemias mortales de este planeta son el hambre, la violencia, las guerras, la emigración masiva, la tumba del Mediterráneo y las enfermedades confinadas al Tercer Mundo, pero estos males endémicos no causan miedo ni pánico porque no se transmiten a través del aliento y la saliva”. No necesitábamos más instrumentos del miedo, teníamos de sobra, teníamos suficiente. Un miedo más vino para quedarse.

Cómo gestionar una realidad que no deja de mutar, que perfora la médula del desconcierto: te contagia quien más te quiere, quien más te bese, quien más te abrace, quien te dé la mano, quien te ayude a cruzar la calle, quien te proteja. La ternura y el cariño como milicias infames de una pandemia descontrolada. El mundo al revés.

La vida consiste en dar un par de vueltas alrededor del sol, una por año, como episodio contingente de una aventura bioquímica sin sentido; mientras la muerte es un hecho inevitable que viaja en calesita, sin tiquet de regreso, en la feria de un dueño misterioso de la quien nadie sabe nada.

Bastó un virus en forma de muñeco diabólico para que la humanidad se contagiara de la frase de Rimbau: “el desarreglo de todos los sentidos”.

La Rioja, la Comunidad más diminuta de España se ha convertido en unos de los focos de infección más importante de Europa: 241 casos y tres muertos en doce días, sobre una población de 320.000 personas. Contabiliza 74,71 casos por cada 100.000 habitantes. La segunda comunidad en España por contagios es Madrid, con 29,77 casos por 100.000 habitantes.

Con estas cifras en la mollera los riojanos contienen el aliento y se desentienden del azul del cielo. El lugar que antes ocupaba Dios hoy lo ocupa Internet, y como obedientes sacerdotes tecnológicos se aferran al celular inflamado en un intento por descifrar los que se esconde, lo que se oculta, lo que no se dice en el mundo desinformado de la información.

Un funeral de dolor multitudinario disparó el foco hace doce días. Los primeros 23 contagios en la localidad de Haro deslizaron un reguero de microorganismos infecciosos por toda la región. Desde entonces el goteo se convirtió en sorpresa, más tarde en estupor y hoy en pánico controlado.

El cierre de colegios, juzgados, centros de ocio, espacios recreativos, negocios, universidades, fútbol y deportes en general, persiguen el control de un coronavirus latente y descontrolado. Lo cierto es que la ironía ante el desánimo no ha desaparecido: tanta falta de estímulos y tanto roce hogareño puede ralentizar el contagio pero incrementar los divorcios. El coronavirus letal se metió de lleno en la estabilidad emocional de las familias.

En Logroño, capital de la Comunidad, la emblemática arteria de la Gran Vía, el paseo más elegante y acomodado de la ciudad, agonizó con el cierre sistemático de sus negocios. La multinacional textil española Inditex, con su marca emblemática Zara, cerró sus tiendas de forma precipitada. En la jugada le acompañaron un ejército de tiendas minoristas acongojadas, y en cuestión de horas la acaudalada avenida modernista se convirtió en un páramo de soledad fantasmagórica.

La icónica calle Laurel, zona de bares y tapas, visitada anualmente por cientos de miles de turistas, cerró sus puertas y con ella el corazón festivo y gastronómico de la ciudad. Ni la guerra civil de 1936 consiguió apartar de la “senda de los elefantes” (ruta de bebedores) la alegría de la gente. Hoy la travesía descansa dormida en un silencio apocalíptico propio de sentencias bíblicas.

La Cámara de Comercio de La Rioja estima en un millón de euros al día las pérdidas de los 70 bares apiñados en no más de un kilómetro de distancia. La cifra total para el comercio minorista y mayorista se ha calculado, extraoficialmente, en cientos de millones de euros.

Los hospitales no dan abasto y se enquistan en la lógica pragmática de no recibir enfermos si no revisten alta gravedad. El 87 por ciento de los infectados residen en sus casas, controlados por los especialistas sanitarios.

Hace unos días el enfado de las autoridades se hizo notar al presenciar cierta relajación ciudadana de irresponsabilidad consentida. Las familias, con los niños de “viru-vacaciones”, se lanzaron al disfrute del sol del mediodía inundando las terrazas de cerveza y calamares en un “recreo” inesperado de mayores imprudentes. El portavoz del Gobierno Regional se saltó el protocolo y embistió: “Los niños no están de vacaciones. Deben estar en sus casas con los adultos”. Hoy el espíritu festivo de los riojanos ha desaparecido de las veredas, en las sillas de las terrazas de los bares se sientan los gorriones y algunas mariposas despistadas que ya están de primavera.

Se necesitaba un espacio para refugiarse. Unos días atrás, sin un átomo de lucidez, cientos de riojanos se cobijaron en los supermercados. En unas horas los almacenes se mostraron generosos en decenas de contagios, y en un desabastecimiento de proporciones africanas. Las langostas del primer mundo, poco acostumbradas y sensibles a la hambrunas crónicas de la humanidad, hablaban de la barra de pan como si de un unicornio blanco se tratara: todos hablan de él pero nadie lo ve.

Bajo este cielo de incertidumbre las aguas volvieron a su cauce y los servicios en la alimentación se decantaron por la normalidad. De todas formas, los consejos sanitarios alcanzan el grado de voz divina y numerosos mortales se atribuyen un rigor excesivo en las normativas: la última panadera que visité se empecinaba en entregarme la barra de pan con el codo. Una exageración.

España está en estado de alarma, y La Rioja se encuentra en el epicentro infeccioso del país. El Gobierno decretó, en un Consejo de Ministros relámpago, la limitación en la circulación de personas, la posibilidad de intervenir las industrias, requisar temporalmente bienes o racionar el uso de servicios o el consumo de artículos de primera necesidad. Se prevé, en los próximos días, el contagio de 10.000 personas a nivel nacional.

El informe de varias universidades europeas (Socio-Economic Segregation in European Capital Cities) sostiene que la gente diferente vive en sitios diferentes, lo llaman segregación urbana. En este infierno metafísico que se acaba de instalar se percibe un cierto comportamiento selectivo del coronavirus. El virus ataca de forma indiscriminada pero por la segregación residencial la recuperación del contagio lo convierte en selectivo. La segregación se viene apoderando de las ciudades de forma silenciosa, donde los ricos pueden elegir donde vivir, y los pobres donde la ley del mercado les aconseja: lejos de los ricos. Los barrios acomodados, con amplios espacios de jardines extensos y alejados de la masificación, representan un escenario ideal para pasar la cuarentena y mantener el control del virus. En los barrios más humildes, donde se hacinan los más necesitados en construcciones precarias, con toda la humanidad a puertas abiertas, el foco de infección se acelera de manera exponencial.

El mapa del coronavirus en España se perfila en más de 6000 afectados y 187 muertos. En esta radiografía, los barrios más afectados se ubican al sur de Madrid, donde el ingreso per cápita no supera los 11.000 euros. En las zonas más acaudaladas el contagio prácticamente está estacionado en cifras modestas. El coronavirus quiere ser libre y moverse a sus anchas por la vida sin reparar en las víctimas que va dejando en el camino. Conocer a fondo el alma humana, conservando la virginidad en la mirada ante cualquier tragedia como si fuera la primera vez, ese es el desafío.

José Luis Lanao es exfutbolista, periodista.