“Tenía que poner por escrito historias que recordaba de mis años de infancia y de crecimiento porque me daba cuenta al contarlas de que ahí había algún asunto, algo que trascendía a mi historia personal”, reflexiona el fotógrafo Andy Goldstein sobre Ellos nunca me creyeron, el libro que lanzó recientemente junto al ilustrador e historietista Ignacio Minaverry. Sin embargo, revela el autor en diálogo con Página/12, nunca tuvo la intención de convertirlo en un libro. Sencillamente, fue sucediendo como una serie de resultados encadenados. Primero, por mostrarlo a distintos amigos y ver cómo reaccionaban ante sus textos. Luego, por seleccionar los relatos-recuerdos mejor hilados. Y finalmente, por dar con Dora, la historieta de Minaverry que se destacó en la Fierro y en el mercado francés.

Goldstein tiene publicados, entre otros, libros como Vivir en la tierra, Inventarios. Fotografías 1973-2012, Diario de viaje y Gente en su casa, además de participar en numerosos otros volúmenes colectivos y haber expuesto sus series de fotografías en distintos espacios como el Museo Nacional de Bellas Artes, el Centro Cultural Recoleta o la fotogalería del Teatro General San Martín. La incursión en la historieta y la gráfica, sin embargo, es una novedad para él.

“La historieta es otro elemento que para mí se vincula con mi época de crecimiento, porque fueron la voz de la primera ficción literaria para mí, fue algo muy importante”, cuenta. “En las épocas que relato en este libro, yo leía muchísimas historietas, desde las ediciones mexicanas, como Pequeña Lulú, hasta las de aventuras de Hora Cero o Dante Quinterno, de modo que cuando ligué una cosa con la otra, decidí que como mínimo el libro tenía que adoptar una forma cercana al cómic”. Y efectivamente, el libro oscila orgánicamente entre las composiciones de página que propone historieta, viñetas que rozan la didascalia y momentos donde se asemeja más a un cuento ilustrado. Pero esas diferencias formales están perfectamente integradas. “Cuando decidí darle esa forma me puse a buscar y cayó en mis manos, porque nunca dejé de leer cómics, aunque sí me volví más sofisticado, Dora, y Minaverry”.

El encuentro con Minaverry fue de lo más curioso, recuerda con risa Goldstein. Es cierto que el dibujante, que hoy reside en La Plata, no es de tan fácil acceso. Pero cuando finalmente pudo reunirse con él, descubrió algo inesperado: el padre de Minaverry había sido alumno suyo en un taller de fotografía. “Recuerdo que yo le había planteado un trabajo de retrato con una cuestión técnica compleja y cuando él trajo su material era la foto de un nene de unos tres años dibujando en un tablero, ¡era Minaverry!”, celebra. “Admiro el trabajo que hizo lo mismo que admiro lo que hace con Dora, para mi es un honor que haya representado mi relato en este libro”.

Los recuerdos que presenta Goldstein son puntos de pasaje, en general de la adolescencia y vinculados a las relaciones con amigos y mujeres (o mejor dicho, a la falta de relación con ellas). “En esa época esos momentos de inflexión eran vividos por los púberes o adolescentes como circunstancias que generalmente no eran compartidas con sus padres”, recuerda al comparar esa época con el presente. “Nos teníamos que enfrentar a la situación con la falta de información, inventando o aceptando situaciones ridículas, absurdas, que pueden parecer graciosas pero que si se profundiza, ¡eran trágicas!”, considera.

De los cinco relatos que componen el volumen, el libro toma su título del primero, en que el protagonista se pierde y jamás llega al ansiado primer día de la primavera con sus amigos. “Creo que tiene muchísimo que ver con eso porque los relatos, la memoria y lo que uno escribe en cualquier creación literaria o de otro tipo, más allá de si es verdad o no, depende de si te creen”, revela Goldstein. Esa incredulidad, en el libro de este fotógrafo, es casi fundacional para su persona.

La cuestión de la verdad, o la creencia de la verdad, es un eje fundamental del libro. Uno de los principales escollos, reconoce Goldstein, es el de la memoria. “Hay un problema en qué es lo que recuerda uno y cómo los procesos mentales rellenan baches sin darse cuenta que lo están haciendo, cómo hacen una síntesis o una duplicación, algo que en el fondo es la operación misma de la literatura o del cine”, reflexiona. “De hecho, terminado el trabajo me encontraba preguntándome si de veras había ocurrido así, porque yo me lo creo, ¿pero de veras fue así? No hay manera de saberlo porque además uno inevitablemente hace una operación literaria para que eso pueda ser leído”.

La distancia generacional con los jóvenes de hoy también lo intriga. “Me parece interesante ver si les habla, con mis libros de fotografía puedo, a posteriori, ya con el material editado o exhibido, ver elefecto que producen las imágenes en las demás personas, si les conmueve o si reflexionan sobre ello, pero un material así nunca se me pasó por la cabeza”, explica y no puede ocultar su alegría ante esa novedad en su camino artístico. “¡No sé cómo este libro llegó a tener entidad física!”, cierra.