La nota iba a ser en persona pero terminó siendo telefónica. Se iba a hablar de la presentación de Malosetti y La Colonia, su flamante disco en trío, pero surgieron mil dudas sobre fecha, concreción, modo y lugar. Iba a hablarse solo de música, pero sobre la marcha hubo que improvisar cuestiones de la intersubjetividad, vinculadas al Covid-19 que está acechando al mundo. “Yo qué sé, el 23 de abril por ahí no pasa nada o por ahí nos convertimos todos en zombies”, ironiza Javier Malosetti. Es que ese jueves tiene -o tenía- pensado estrenar el álbum tocándolo en La Trastienda, pero ahora tiene que “esperar hasta cuando se pueda”.

Otra duda es saber cuándo se va a publicar Malosetti y La Colonia en formato físico. “Hasta ahora, solo está colgado en plataformas virtuales, pero yo soy del físico, del objeto. Aparte, esto de hacer una entrevista por un disco y tener que mandar un link no me cierra mucho. Incluso tengo ganas de sacarlo en vinilo. Pienso hacer una tirada de cien para los amigos y la familia, más que para vender”, dice el exbajista del Flaco Spinetta.

-Mirar la tapa, escuchar la música y abstraerse un rato de pandemias, paranoias y delirios sin moverse de casa: linda finalidad.

-Tal cual. Reconozco que escuchar música en computadoras y telefonitos hoy es la más rápida… Hay muchos músicos además que ya no sacan el discos físicos y solamente se cuelgan de las plataformas. Ojo, comprendo eso, porque la música circula más rápido y la gente no escucha más discos, pero para mí sigue siendo “el” soporte para la música.

-Incluso el disco como objeto portador de un concepto, de una obra integral, de algo que significa más allá de tal o cual canción individual, ¿no?

-Es que un compacto o un vinilo no es una olla donde tirás todos los temas y ya fue. En mi caso, lo pienso como un show: un tema de arranque, después piezas más íntimas, luego otros más subiditas y así. Un desarrollo cronológico, quiero decir, que se pueda escuchar todo y de corrido, como en un concierto.

Hay diversas maneras, entonces, de entrarle a Malosetti & La Colonia, disco que Javier grabó junto a su flamante trío (Milton Amadeo en teclados más Tomás Sainz en batería), y ocho piezas que se mueven como peces libres en las aguas de las músicas negras. “Otro dato importante es que volví a los 40 minutos de duración, que era el tiempo que duraban los vinilos. Un poco por eso y otro poco porque, si sale en ese formato como estoy pensando, no tengo que sacrificar el orden del track list, porque no hay que sacar ningún tema. Está todo perfectamente balanceado”, amplia el bajista de las cinco cuerdas.

-Menos mal que no sos Miles Davis ni el Peter Gabriel de Genesis...

-(Risas) Tenía el In Concert de 1965 y Seven Steps to Heaven, de Miles ¡y los dos se me cortaban antes de terminar! No sé porqué eran tan largos los temas... Me acuerdo que había un disco de Weather Report, banda que amábamos mucho con el Mono Fontana, al que también le tenían que hacer el fade out, barrerlo, para que entren bien. Una locura.

-¿Por qué le pusiste La Colonia al trío?

-Porque era como la banda suplente del cuarteto en el que también estaban Hernán Jacinto y Ramiro Flores, hasta que un verano Hernán me avisó que se iba a Estados Unidos hasta mayo, y dije "Cagué, me quedo sin banda en el verano". Entonces armé algo para las vacaciones. Nos juntábamos en casa, nos metíamos a la pileta, tomábamos algo y tocábamos… Por eso le puse La Colonia, por colonia de vacaciones (risas). Es más, al principio se llamaba así y después le saqué lo de vacaciones.

-Cuando llegó el trabajo.

-Colonia full time, sí. Y lo dejé en formato trío porque es una formación que me persigue, yo qué sé. Armo un cuarteto y termino tocando en trío, como siempre.

-¿Cuál sería la particularidad de éste, puntualmente? En principio, no tiene guitarrista, excepto algunas partes tuyas o de ciertos invitados.

-Pasa que con la guitarra, cuando éramos cuarteto, no quedaba mucho lugar. No lo digo por un cuarto integrante sino porque la viola medio que llena mucho espacio con sus lluvias de distorsión, incluso aunque suene media limpita. Ese sonido nos cubría todos los temas y cuando empezamos a tocar en trío, sin guitarra, encontramos espacios buenísimos. Música más espaciada, quiero decir, más para jugar por ahí.

-Igual suenan guitarras. Hay solos en algunos temas.

-A veces hago de violero con el bajo, con una octava arriba y eso. Soy violero por un momento y el tecladista hace de bajista con su mano izquierda, también. Pero es durante un momento de rock and roll, solamente. Después volvemos al espacio, al aire, a esa atmósfera linda que se respira cuando hay lugar, y nos escuchamos más. La bata y el bajo arman un contrapunto muy bueno. Tan a gusto nos sentimos en este formato que volvimos a grabar muchos temas que ya estaban grabados en cuarteto. Entre ellos, uno que me gusta mucho: “Ostura Furita”.

-¿Qué quiere decir eso? Qué nombre raro…

-Viene del japonés que cocina en El Gourmet, que le dice así a la costra frita (risas).

-¡Un título spinetteano! Como las auroras que llegan al techo del Flaco en “La montaña”.

-(Risas) Tal cual. Parece un nombre de un poeta japonés, algo más sofisticado, un escritor, un kamikaze, y nada que ver.

-Volviendo al tema de las guitarras, ¿alguna vez hablaste de ese espacio que se genera sin ellas con dos animales del instrumento como tu papá Walter o el mismo Luis?

-No. Aparte, yo soy re amante de las violas, pero lo que cuento ahora al respecto es más específico. Pasa por seguir desarrollando el mismo repertorio pero sin la guitarra. Solo eso. Es como un descubrimiento que salió a partir de un experimento fortuito, porque es la primera vez que empiezo una banda con un sonido y de repente reformulo hacia otro lado.

-¿Cómo vas a hacer con la falta de la guitarra cuando lo toques en vivo?

-Para “Mapa”, que es una canción de guitarras, vienen invitados: Ezequiel Cantero y Sebastián Lans, ambos de Román.

-En otros discos tuyos hacés más versiones de otros, y en éste hay solo una: “Hallelujah, I Love Her So”, de Ray Charles. ¿Motivo?

-Que se corresponde con el segmento en que me quedo solo, casi sin banda, en la mitad del show. Es bajo, voz, batería con escobillas suaves, un pequeño unplugged que siempre tiene diversos temas. Pasó que justo en esa época estábamos tocando ese tema de Charles… Se desprende del show, digamos.

-¿Algún tema, entre el resto, en el que quieras poner la lupa por alguna razón especial?

-Sí, en “Big Ale”. Me gusta mucho tocar este tema porque es el que abre los shows. Tiene un tempo medio que va calentando los motores y además es el único que fue compuesto para formato de trío de entrada, ya que al resto, excepto “Mapa” que lo hice solo, hubo que formatearlo. Después nombraría también “KDS”, que es el más fuerte y el más largo. Tiene pasajes extendidos y un solo de piano acústico increíble que hizo Hernán Jacinto como invitado.

-¿Cuánto costó cambiar los temas de formato de cuarteto al de trío?

-No es haya costado, pero tuvimos que volver a arreglarlos porque lo que antes hacía la guitarra en melodías, acordes o solos, ahora hubo que hacerlo desde el bajo o desde el teclado. La conversión fue repartirse eso entre nosotros. Igual, todo bien, somos músicos de jazz y estamos muy acostumbrados a formatear, reformular y reformatear. Cuantas veces pasa que vas a tocar con gente que no conocés, o te falta uno y entra otro... La improvisación es un ítem central en nosotros. La libertad de sacar andando todo, ¿no? (risas).

-¿La Colonia es tu trabajo principal, hoy?

-También tengo el Cuarteto y siempre aparecen cosas, participaciones que me copan: El Marcapiel de todos los años en homenaje a Luis, o el dúo con Jacinto, o algunas grabaciones y colaboraciones. En este sentido, me encantó tocar “Inconsciente colectivo”, el evento que hizo la Red Solidaria de Juan Carr en todo el país. Me copa mucho la mano solidaria, sobre todo en estos tiempos que tanta falta hace.

Los días del virus

-¿Cómo es tu reacción emocional ante el clima humano, cultural y social que generó la pandemia del coronavirus?

-Trato de conservarme tranquilo. La verdad es que no me engancho en el amarillismo. Digo esto porque durante los últimos años hemos asistido al fenómeno de la tele hasta el hartazgo, sobre cualquier noticia. Sea un tipo que le pegó a la mujer, que lo pisó un auto, o que lo chorearon, no sé, y uno ya sabe cómo se manejan las noticias. Ahora, sí, esta ocasión es para dar bola y hacer caso, claro. Lo primero que hago es no abrir ningún mensaje de whatsapp por todas las porquerías que están circulando por esa vía. Sé lo que tengo que hacer y no quiero darme tanta manija con otras cosas. No me quiero hacer la paja con el coronavirus, quiero decir. Sé que no se puede boludear con eso, y por eso me parece bien cómo se está manejando a nivel institucional y gubernamental. Solo los medios me hacen ruido, porque todos sabemos cómo, para qué y por qué operan.

-Hay muchos músicos que están proponiendo hacer presentaciones de discos vía streaming. ¿Lo tenés pensado por si la cuarentena se extiende?

-No me gustaría porque es como el sexo virtual, pero está contemplado, sí. Vi que Juana Molina se presentó así y ahí se me ocurrió. Incluso no tiene por qué ser en La Trastienda o en algún lugar específico. Lo podés hacer tranquilamente en tu casa, con varias cámaras, en un marco intimista, cálido. De todas formas, olvidate… sigo soñando con hacerlo en vivo.

La ficha

Javier Malosetti se subió sobre los hombros de su padre Walter, extraordinario guitarrista de jazz y, en vez de entrar en pánico y bajarse de ahí, jugó a más. Aprovechó la sangre, el apellido y el talento dados y protagonizó desde ahí un devenir que lo ubica, hoy, entre los mejores bajistas del jazz, blues, soul y funk de la Argentina. Nacido bajo el signo de sagitario en noviembre de 1965, arrancó como baterista, siguió por la guitarra y se consolidó en el bajo, instrumento en el que brilló orbitando sobre la estrella de Luis Alberto Spinetta durante ocho años. Su bajo es el que suena en Don Lucero, Exactas y Pelusón of Milk.

En 1993, con 28 años, grabó su primer disco solista y tan bien le resultó que insistió con una decena más, entre los que se destacan Spaghetti Boogie, publicado en 2001; Onix, disco en que tocaron su padre y Pappo, y que vio la luz en 2004; Varsovia, de 2007; y Ten, de 2010. En medio de esas tareas, entreveró talentos con Dino Saluzzi, Lito Vitale, Herb Ellis, Jaime Roos, Inés Estévez, Alex Acuña, David Lebón, Larry Coryell, Baby López Furst y Jim Hall, entre otros, produjo y/o tocó en las ediciones de El Marcapiel y Tu vuelo al fin (festivales homenaje a Spinetta realizados en el Konex y en el Centro Cultural Kirchner, respectivamente).

Malosetti también incursionó en televisión, donde condujo el programa Música para soñar, por Telefe, y una serie de notables documentales bajo el nombre de El perseguidor, donde puso en valor historias de los géneros vinculados a la música negra por la pantalla de Encuentro. En la veta actoral, protagonizó el musical El pasajero, versión argentina del musical Passing Strange, en 2011. Fruto de sus diversas labores culturales ha sido galardonado con premios como el Gardel, el Konex, el Estrella de Mar, el Hugo del Carril y el Martín Fierro, entre otros, además de haber sido nombrado visitante notable de Mar del Plata, en 2010.