En la oscuridad del sistema carcelario hay un proyecto que crece e ilumina sus rincones. Lo lleva a cabo con prepotencia de trabajo la periodista y comunicadora social Ana Sicilia, quien desde hace años combina su rol en los medios con una militancia fina, dedicada, hacia quienes están privados y privadas de su libertad. Tiene un plan maestro: descentralizar las bibliotecas de las cárceles, es decir, que los libros estén en los pabellones. También que eso suceda en todo el país. ¿Por qué? “Porque las bibliotecas están generalmente en el área del colegio y los que asisten ahí son muy pocos, lo que dificulta enormemente el acceso. La superpobrepoblación de las cárceles se traslada a los colegios y así es difícil que un libro pueda circular”, explica a Página/12 la activista, que con valentía ya fundó siete bibliotecas, una de las cuales lleva su nombre por pedido unanime de los internos.

El gen de este proyecto tuvo lugar en 2012 en el marco de una tesis de maestría para la que Sicilia se propuso abordar la mirada de los presos respecto a los medios de comunicación. Aquello no prosperó, pero algo de esa etnografía quedó dándole vueltas y a los cinco años, tras leer el blog que publicaba desde su entonces residencia en Chile, el escritor Julián Maradeo la convocó para el taller que daba en el penal nº 9 de La Plata. “La primera vez les conté que la escritura era mi trinchera, mi lugar para sobrevivir, y les propuse que también fuera el suyo, que intentaran esa forma de poderse salvar. Algunos no entendían ni el concepto de lo que hablaba, pero del trabajo de ese día salió algo muy lindo. Nunca más me fui”, cuenta la periodista, por estos días al aire de El Destape Radio y de Crónica Tv.

El primer pedido lo hizo por redes: que le donen libros de todo tipo para llevar a los pabellones. La sorprendieron la recepción y la cantidad, que hicieron posibles que fundara la primera biblioteca móvil, en aquel penal de aquel primer taller. Ya va por la séptima: cinco el unidades de varones y los últimos dos de mujeres, para las que pidió que le regalaran literatura escrita por autoras feministas y con perspectiva de género. Porque eso también le pasa: dice está cada vez más exigente. “Como decía Evita: caridad no, solidaridad. No seamos hipócritas, no donemos libros de contabilidad de 1995 llenos de humedad que nunca leeríamos. Yo necesito incentivar la lectura de personas que nunca leyeron, no que miren a los libros como un arma letal”, dispara.

-¿La mayoría de los presos y presas entonces nunca leyó?

-La mayoría son pobres y son personas que entre un 90 y 95 por ciento no terminaron sus estudios. Para mí leer es lo normal, no me imagino un mes sin un libro, pero ellos no tuvieron nunca un incentivo a la lectura y ahora en la cárcel tampoco. Quiero decir: en lo formal hay bibliotecas en casi todos los penales, pero en un salón aparte donde funciona el colegio. Los colegios tienen cupo y para ir tenés que tener un carnet. Entonces lo que pasa es que es muy difícil que alguien quiera por sí solo leer y aún si quisiera es muy difícil en este contexto poder acceder. Sin mencionar que las bibliotecas suelen estar a tope de donaciones son obsoletas, que tienen tierra, telarañas y humedad.

-En cambio en el pabellón circula, se mueve…

-Sí, se descentraliza. El libro nunca estuvo en el pabellón así que el espíritu es el de “bueno, vamos a llevarlo”. Cada vez que fundamos una nueva biblioteca en un pabellón le digo a los pibes que ahora depende de ellos. Que ahora tienen los libros cerca de sus celdas para agarrarlos y empezar a cambiar.

-En la idea de federalizar el proyecto, ¿crees que es algo que debería hacer el Estado, por ejemplo a través del Plan Nacional de Lectura, o más bien algo independiente y militante como hasta ahora?

-A mí me ofrecieron de todos lados armar proyectos y incluso en la letra chica del Plan Nacional de Lectura dice algo de las cárceles. Pero va a pasar y pasaría lo mismo que ahora: los libros llegarían a las bibliotecas y estaríamos frente a la misma dificultad de acceso. Yo pienso que hay que hacerlo desde abajo, desde adentro. Es algo muy a largo plazo, un cambio muy chiquitito, un esquema que hay que ir carcomiendo entre nosotros. Es un proyecto con mucho potencia. Hay cerca de 85 mil presos en todos el país. Mi utopía es que cada uno tenga un libro en la mano.

-En estos días de aislamiento social es imposible no pensar en esas personas. ¿Cómo repercute en ella este contexto y cómo resuena tu proyecto en ese marco?

-Por lo pronto es muy fácil quebrarse en un contexto así porque es muy difícil mantener la cabeza en este estado de aislamiento donde ni siquiera pueden recibir visitas. Los libros son más que fundamentales porque ahora menos que antes pueden llegar a las bibliotecas de los colegios. En situaciones así un libro te puede salvar la vida. Yo estoy contenta porque el 9 de marzo, en el marco de las actividades por el Día de la Mujer Trabajadora, llevé cien libros al penal de mujeres Los Hornos, en la Plata, y le di uno a cada interna en la mano. Fue una acción todavía más descentralizada que de costumbre, porque se trató de un trato entre cada una de ellas y yo. El impacto es directo. Y si no les gusta ese libro, lo hacen circular. Estos días pensaba qué bueno que en estos días de cuarentena al menos esas cien mujeres van a tener algo para leer.

-¿En qué punto este proyecto se une con tu historia personal?

-Diría que es básicamente parte de ella. Nací en una familia muy humilde, en una casa que no tenía biblioteca. Lo que teníamos era para pagar la garrafa, la comida y la luz. El libro era para mí una utopía, un fetiche; quería tenerlos. Pasé mis años de colegio sin compu ni libros yendo a la biblioteca de Adrogué para hacer la tarea. A nivel inconsciente creo que conecto mucho con eso. Hoy tengo el departamento lleno de libros donados que no son para mí pero que cuando los entrego siento como si fuesen míos. Pienso mucho en aquello de “tarda en llegar y al final hay recompensa”.