El tono del agente fue burocrático y amable:

--Disculpe, caballero, acá no se pueden tomar fotografías.

--Pero en esa pared dice que es un sitio de memoria --repuso Franco.

--Es un garage de la Policía Federal, caballero.

--Además nos autorizaron --dijo Franco--. Recién salimos de ahí adentro.

--Y encima él --agregué yo señalando a Franco-- ya había estado adentro mucho antes.

Juro que no fue una frase irónica. Me salió. No creo que el policía haya entendido, pero el tono cortante hizo que nos dejara tranquilos.

Ese 18 de agosto de 2019 no era cualquier día para Franco Castiglioni. En el edificio de Moreno al 1400, a una cuadra del Departamento de Policía, había estado secuestrado durante la dictadura cuando era un militante de la Juventud Universitaria Peronista. Allí funcionaba el campo de concentración de Coordinación Federal. “Coordina”, en la jerga de los perseguidos, era el organismo clásico de inteligencia y persecución política que reforzó la dictadura de Juan Carlos Onganía en 1966. En la última dictadura pasó a depender de Carlos Guillermo Suárez Mason, comandante del Cuerpo Uno de Ejército y se hizo campo.

Todos los días, cuando voy a la radio de las Madres, veo ese cartel gris con este título: “Aquí funcionó el centro clandestino de detención, tortura y exterminio”. Siempre, y también este 24 de marzo, vuelven las imágenes de Franco en su recorrida por el infierno de su vida junto con otras víctimas. Lo acompañé y no me las olvido.

Una escena: Franco recorre el sitio donde estaban encadenados. No dice una palabra.

Otra escena: Franco en la sala de torturas. Hoy funciona un área de delitos ambientales y la pequeña oficina está llena de cajas-archivo. Aquel día de agosto había un empleado trabajando. María del Socorro Alonso gritó: “¡Pero esto es una farsa!”. Ella estaba embarazada cuando la secuestraron. Perdió el bebé por las torturas.

Una imagen más: Franco absorto en medio de decenas de jaulas apiladas. ¿Serían decomisos?

Otra: Franco hablando del hambre. También lo dijo en la etapa de instrucción a cargo del juez Daniel Rafecas y en su testimonio en el juicio oral. El concepto es imborrable: “Tener hambre, hambre verdadera, es que uno piensa solo en comer. Incluso en el campo de concentración, así te sacaban la única libertad que te quedaba, la de pensar”.

Uno de los secuestrados, después liberado, fue Patrick Rice, el entonces sacerdote irlandés que luego dejó los hábitos y se casó con una catequista que también terminó en Coordinación, Fátima Cabrera. Patrick murió en 2010. A Fátima, que habla bajito y nunca hace bandera, la van a encontrar en toda marcha por una causa justa que se haga en Buenos Aires.

Mi amigo Franco fue “blanqueado”, se transformó en un preso, fue pasado a la cárcel de Devoto y después a La Plata. Más tarde, en Italia, estudió Ciencia Política. De los pagos de Maquiavelo y Gramsci volvió convertido en un politólogo sutil. Dirigió Ciencia Política en la UBA, en el kirchnerismo fue el director académico del Instituto del Servicio Exterior de la Nación y hoy es titular de Sociología en la Universidad Jauretche.

El 16 de diciembre de 2019 el Tribunal Oral en lo Criminal Federal 6 dio su veredicto. Carlos Gallone, jefe del campo de concentración, fue condenado a 25 años por siete delitos de violación y 57 casos de privación ilegítima de la libertad y tormentos “agravados por la condición de perseguido político de la víctima”. También lo sentenciaron a prisión perpetua por 30 homicidios calificados con alevosía.

Gallone es el de la famosa foto de un policía abrazando a una madre de Plaza de Mayo. El proceso en su contra se vio favorecido cuando Néstor Kirchner dispuso reformar la Policía Federal. La cúpula designada por él, piloteada por los comisarios Néstor Vallecca y Jorge Oriolo con Aníbal Fernández de ministro, desarmó los sistemas de protección contra los represores. El jefe de uno de los sistemas se llamaba Jorge “El Fino” Palacios, el comisario que murió el 7 de abril.

Para Patrick, y quizás también para Franco, fue clave la presión irlandesa. La ejerció en persona el entonces secretario de la embajada en la Argentina, Justin Harman, que después sería embajador aquí entre 2014 y 2018. Harman fue, dirían los judíos perseguidos por los nazis, un justo. Uno que ayudó. Como el norteamericano Tex Harris, muerto el 27 de febrero. Mientras estuvo destinado en la Argentina, con las denuncias armó las primeras listas de desaparecidos junto con el valiente periodista Oscar Serrat, de Associated Press.

El 24 de marzo también es un buen día para recordar a los justos.

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