A cualquiera se le complica seguirle el tranco a Tony Levin. El año pasado, por ejemplo, arrancó enero trabajando con el alemán Markus Reuter para darle los últimos toques al nuevo disco de Stick Men: Prog Noir; las presentaciones del trío comenzaron en mayo en los Estados Unidos y saltaron a Europa en octubre. Mientras tanto, ensayaba para la gira Piedra, papel o tijera de Peter Gabriel/Sting y se preparaba para los nuevos shows de King Crimson de septiembre y noviembre. En junio, como al parecer le había quedado cierto tiempo libre, editó un libro de poesía: Fragile As a Song, y se tomó un ratito para firmar a mano cada una de las copias. Tampoco olvidó participar del summer music camp anual (Three of a Perfect Pair), en el que bandas y solistas interactúan con otros músicos y sus fans (“Es una experiencia muy divertida”, dice). Hace más de veinte años que mantiene vivo su blog Road Diary –fue uno de los pioneros en utilizar este recurso de comunicación– y sigue disfrutando de uno de sus grandes amores: la fotografía. Sus decenas de proyectos paralelos con otros artistas llenarían dos almanaques y toda la guía de Telefónica. Aun así, Tony Levin “tiene una vida”: es ésta.

Se lo vio tocando en vivo aquí con Peter Gabriel, con King Crimson, con Stick Men (su más reciente visita fue hace dos años) pero ahora, nuevamente, es otra cosa: Tony viene a tocar con su hermano Pete.

Dafne Gentinetta
Tony Levin, un músico notable que ha tocado con los mejores.

–Siempre dijo que le importa mucho la “química musical”; década tras década parece que, si se topa con alguien con quien se siente a gusto, ahí va usted...

–Eso es muy cierto, sí.

–Pero, ¿cómo se da cuenta?

–Bueno, desde que empecé a tocar creo que lo que siempre tuve, más que nada, fue “mucha suerte”… Lo más notable fue en 1976, cuando me llamaron para tocar en el primer álbum solista de Peter Gabriel; ese día conocí a Gabriel, claro… y un rato más tarde lo conocí a Robert Fripp. 

–Ese mismo día.

-Sí (risas)… ¡y, cuarenta y un años después, sigo haciendo música con ambos! Eso, para mí, es una señal muy clara: cuando hay músicos que se tienen que juntar, se juntan. Esa es la “química” de la que usted hablaba y no hay razón para ponerle freno; quizá pueda durarte toda la vida… Soy muy afortunado. Y están también, por supuesto, todos aquellos músicos impresionantes con los que comparto otros proyectos: mientras nos dé para tocar juntos, lo seguimos haciendo. ¡Pero que nadie crea que es tan fácil “armar bandas, salir de gira y vivir de eso”..! (Se ríe.) No siempre es sencillo pero, mientras la música nos reúna y veamos las cosas del mismo modo; mientras nos respetemos y nos permitamos hacer nuestras propias vidas, todo se hace fácil y muy placentero; eso es “química musical”. Espero que mi buena suerte siga así, espero seguir tocando con Peter Gabriel y con King Crimson y también con Stick Men. El rock progresivo es muy importante para mí. 

–Y ahora graba a dúo con su hermano mayor… ¿Cuántos se llevan bien con sus hermanos mayores? 

–(Se rie.) ¡Tiene razón! Es realmente una bendición… Vea: mi hermano y yo somos músicos desde siempre y cada quien hizo su historia por su lado, aunque compartimos alguna que otra gira con otros artistas (N. de la R.: con Paul Simon, por ejemplo), pero éste es un asunto que en los Estados Unidos llamamos Bucketlist: “Esas cosas que tenés que hacer, sí o sí, antes de morirte”. Y ahí fuimos los dos, entonces, a grabar juntos. 

–Pudiendo haber elegido entre tantos estilos –algunos de los cuales usted mismo ayudó a crear–, ¿por qué el cool jazz de los ‘50?

–Quisimos recrear la música que ambos escuchábamos cuando éramos chicos y estábamos creciendo. Por entonces, en los años 50, lo único que hacíamos Pete y yo, religiosamente, era escuchar cool jazz. El cool jazz nos influyó tan, pero tan profundamente, que entendimos que muchas de las cosas que fuimos componiendo a lo largo de nuestras vidas tenían que ver, finalmente, con eso. El cool jazz no es fácil, hay que decirlo; las canciones son breves y no necesariamente gratas para la mayoría de los fans del jazz, pero fue tanta la influencia que ese estilo tuvo en mi hermano y en mí, que merecía este disco. 

–Si bien usted ha colaborado con grandes maestros del jazz, su hermano ha tenido una carrera más “jazzística”, ¿no?

–Sí, es cierto; él ha tocado jazz toda su vida y con bandas muy famosas; Pete surgió del jazz, pero también puedo decir que es un muy buen músico de rock. A mí me pasa al revés.

–¿Cómo se las arreglaron para componer las canciones de este disco?

–Por suerte, fue un proceso bastante sencillo porque congeniamos muy bien. Cada quien escribe sus temas y luego se los manda al otro para que los cambie, los adapte o se fije qué hacer con ellos. Y todo sale muy rápido, además. En mi caso, compongo algunos acordes simples, se los mando a Pete, le digo que los cambie si quiere, y sé que lo que Pete construya quedará perfecto. Este tipo de colaboración, que requiere de mucho respeto para con el otro instrumentista o para con el otro compositor, no me ha resultado tan cómoda en otras bandas en las que estuve pero, sin duda, con mi hermano resulta muy fácil porque provenimos de la misma fuente. Se me hace muy fácil trabajar con mi hermano. Y después de un par de años (N. de la R.: el álbum salió en diciembre de 2014) nos miramos y dijimos: “toquémoslo en vivo”. Justo Peter Gabriel no estaba de gira y King Crimson tampoco estaba de gira, así que era un buen momento. Y tenemos unos músicos impresionantes que nos acompañan; es la primera vez que llegamos a Sudamérica y a la Argentina con esta música, y no sólo con jazz sino con esta clase especial de jazz: el cool jazz. 

–Pete tocó teclados, usted el bajo y el chelo, y para grabar este disco eligieron a Erik Lawrence (saxo), Jeff Siegel (batería) y David Spinozza (guitarra). Sin embargo, Spinozza no viene en esta gira…  ¿por qué?

 –Eso es correcto: David no viene. Es un buen amigo mío y es un guitarrista estupendo, pero la realidad es que salir de gira con cinco personas es como demasiado. 

–¡Es sólo uno más!

–(Se ríe.) Ya sé, pero incluso ahora, sin David, somos uno más que los Stick Men, que son tres. La perfección es tres. Nos habría encantado traer a David pero –lo sé por experiencia– “más de cuatro” se hace difícil: hay que ir a lugares más grandes, hay que manejar otras circunstancias… 

–Tiene un chiche relativamente nuevo: el “chelo eléctrico”. ¿Quiere hablar de este enamoramiento?

–Me enamoré del chelo escuchando al bajista Oscar Pettiford (N. de la R: 1922-1960) en aquellos discos de jazz de los años 50 de los que le hablaba antes; cuando planeamos el disco de los Levin Brothers supe que tenía que usarlo. Y el chelo eléctrico es un instrumento impresionante; es como un bajo eléctrico pero es chelo, suena increíble… ¡y es finito y mucho más fácil de transportar! ¡Imagínese sentada en un avión de gira durante todo un día, con un estuche gigante de chelo acústico en el asiento de al lado; sería un delirio!… (se ríe). Y un bajo o un chelo eléctricos suenan hoy igual de bien que los acústicos. Le digo: el chelo eléctrico, unido al saxo, es hermoso. Tuve que equipararlo a la velocidad de mi forma de tocar el bajo y darle esa misma calidad, y me terminó brindando una enorme satisfacción. Pero todo se me hizo más fascinante aún cuando tuve que llevarlo al tema de Piazzolla…

–¿Dijo “Piazzolla”?

–Sí, vamos a tocar un tema de Astor Piazzolla: la “Milonga del angél” (sic). No la queremos hacer como tango y, por cierto, estamos intentando convertirla en cool jazz… ¡pero esta milonga no tiene otro mejor estilo que el “estilo Piazzolla”!  Sinceramente, no puedo describírselo todavía: recién la estamos ensayando; sólo puedo decirle que la queremos interpretar como si fuera cool jazz. También vamos a tocar en vivo “Don’t Give Up” (del disco So, de Peter Gabriel, 1986). 

–¿Y quien de ustedes hará de la señorita que canta?

–(Risas.) ¡No, no canta nadie, pero habría estado bueno! Lo que intentamos hacer es tomar el estilo original, desarrollarlo y pasarlo al cool jazz. 

–También les debe haber costado trabajo el único tema ajeno que figura en el disco de los Levin Brothers: “Matte Kudasai” de King Crimson (del álbum Discipline, 1981). ¿Por qué lo eligieron?

–Ante todo, porque esa canción me encanta, es totalmente King Crimson pero no es “progresiva” del modo en que se entiende qué cosa es King Crimson. Es hermosa. Y cuando la pensé para este disco a dúo con Pete resultó que funcionaba muy bien en una versión instrumental con mi chelo. Mi hermano modificó algunas cosas para que sonara más a jazz, pero estoy seguro de que quienes se interesen por este disco, conociéndome desde King Crimson, entenderán el por qué de esta decisión.

–¿Qué opina Robert Fripp de esta nueva versión?

–Nada; nunca le conté (risas). ¿Sabe qué pasa? Con Fripp hacemos música juntos, pero jamás nos contamos qué cosas hacemos por separado. Cuando me junto con Fripp, o con Gabriel, siempre estamos tremendamente ocupados ensayando y trabajando, y por eso Peter tampoco conoce mi versión de “Don’t Give Up”.  Les voy a decir, se lo prometo (se ríe).

–¿Qué le pasa a usted cuando enfrenta a King Crimson como oyente pero también como protagonista? Es decir, desde adentro y, si puede, también, tomando distancia?

–Es una muy buena pregunta: si pudiera elegir una única palabra para definir a King Crimson sería challenge (“desafío”). King Crimson es una banda muy desafiante para mí y, me parece, también para todos los que estamos ahí. Es una banda a la que le gusta desafiarse a sí y a cada uno de sus músicos. Ninguno de nosotros había hecho algo así antes. Cada quien tuvo que distanciarse, de alguna manera, de cualquier banda en la que venía tocando, de lo que había venido tocando hasta entonces y encontrarse con esto totalmente nuevo; tuvimos que meternos en este encuentro, en esta provocación. En mi caso, me encantan los desafíos y, cuando tuve la oportunidad especial de crecer como instrumentista, me acerqué a King Crimson para las giras y para los discos y supe enseguida que todo lo que sabía o habia intentado hacer antes ya no servía tanto: tenía que descubrir algo nuevo, algo nuevo dentro de mí, para aportarle a la banda. No digo que siempre me haya salido bien, pero siempre lo intenté. Eso es lo que significa King Crimson para mí. Y quiero agregar que a cada uno de los músicos se nos da un enorme respeto para tocar; es una sensación buenísima… Aunque sabemos que lo que tocamos es una música muy seria y muy difícil, manejamos un sentido del humor y de diversión entre nosotros que me hace disfrutar enormemente de los ensayos y de las grabaciones y de las giras. No sólo porque la música es buena, ni porque los músicos son personas divertidas, sino porque el nivel de excelencia de mis compañeros es altísimo: con músicos así, el nivel de mi ejecución en el bajo sale solo.

–¿“Sentido del humor”? Disculpe pero, en persona, Fripp o Bruford más bien dan “amargos”… 

–Visto desde afuera, la comprendo; desde adentro, es muy distinto… Si usted se fijara con cuidado en todo lo que pasa en algún show de Crimson… Una vez me mandé un error, chiquito, en el bajo, los demás me miraron mal y yo hice como que el error había sido de la flauta de Mel Collins, quien estaba a mi lado; quizá no debería contar esto públicamente (se ríe). En vivo hacemos todo el tiempo esas cosas, nos bardeamos y el público quizá ni se entera… Sí, desde afuera King Crimson no parece tener ni un poco de sentido del humor pero, por cierto, nosotros en escena nos divertimos mucho.

–King Crimson es el desafío. ¿Pero cuál de todas las bandas, artistas y “experimentos” con los que tocó (desde John Lennon hasta Pink Floyd, pasando por otros cuarenta nombres) le resultó el más complicado?

–Me gusta contestar esto: King Crimson es mi mayor desafío, sí: ahora, y siempre. Pero, bajando un poco, diría que el proyecto que me resultó más complicado fue, sin duda, the Liquid Tension Experiment; esos tipos (N. de la R.: John Petrucci, Jordan Rudess, Mike Portnoy) son verdaderos virtuosos de sus instrumentos; grabamos dos discos, hicimos dos giras y para mí fue un placer loco: yo resultaba ser el tipo que no llegaba al piné de ellos, nunca alcanzaba el nivel de técnica que ellos tenían… Fue un desafío maravilloso y me resultó muy difícil: tuve que estudiar y practicar muchísimo sólo para mantener mi lugar y no avergonzarme por estar junto a ellos; para mí, fue un aprendizaje tremendo. Visto en perspectiva me encanta, pero tuve que hacer un enorme esfuerzo. Esa ha sido, hasta ahora, mi dificultad más grande. 

–La relación bajista-baterista siempre resulta fundamental. ¿Con cuál o cuáles de los bateristas con los que tocó se ha sentido más a gusto?

–Tiene razón: esa química es muy importante. Tuve muchísima, muchísima suerte durante mi vida, de tocar no con “tantos”, sino con “muchos” de los mejores bateristas. Aprendí a tocar jazz escuchando a Steve Gadd, no hace falta que le diga nada más… (N. de la R.: Steve Gadd, 71, aparece como invitado en dos temas del disco de los Levin Brothers). Bill Bruford en King Crimson y Pat Mastelotto en Stick Men y en King Crimson… No soy de las personas que tienen “favoritos” de nada y no sé cuál es “mi baterista favorito”. Lo que hago es dar las gracias por haber podido tocar con algunos de los mejores bateristas que existen en el mundo. Soy muy afortunado.

–¿Qué cosa nueva está escuchando estos días, que pueda recomendar?

–Ah, ahí no sé qué decirle: todo el tiempo estoy trabajando en mis cosas y haciendo “la tarea para el hogar” de lo que me toca en cada gira… Por ahora no puedo darme el lujo de escuchar músicas nuevas. Escucho Levin Brothers hasta que termine la gira, y tengo que escuchar los viejos temas de King Crimson también, ahora, ¡porque no me los acuerdo y los tengo que ensayar! (Risas.)

–A esta altura, ¿qué le queda por aprender?

 –Me encanta pensar eso: no me queda nada, sino todo por aprender. Algunos me piden que haga clínicas, que enseñe: les contesto que, luego de tantos años, lo que a mí más me interesa no es enseñar sino aprender; tengo que aprender muchisimo todavía del stick, de cómo manejar el chelo y el bajo eléctricos. Me encanta mejorar como instrumentista. Eso, para mí, es ser músico. 

–Hace más de cuarenta años que se lo ve haciendo tremendos pasitos en escena… ¡Usted sí que sabe danzar!

–Sí (risas). Pero en estos recitales no vamos a bailar… aunque el público podrá bailar, si quiere. Mi hermano y yo bailamos por dentro. 


LA FICHA

Levin Brothers, el único –hasta ahora– disco de los hermanos Pete y Tony Levin, salió a la venta hace poco más de dos años y ahora, por primera vez, podrá escucharse en vivo en América del Sur. “¡Y ya es Disco de Oro!” (Chiste: en su edición alternativa, el álbum deslumbra en vinilo dorado y por eso ahí fue el hermano mayor, Pete, de traje, para “recibir” –entre risas– ese imposible galardón; dorado, seguro que era.) Desde Santiago de Chile y Montevideo hasta Mar del Plata, La Plata y Rosario, Pete y Tony llegan a Buenos Aires el sábado 18. Desde aquí volarán para tocar el 21 en el teatro Municipal de La Paz, Bolivia, y el 24 en el Scenarium de la capital de El Salvador. El disco, con catorce temas (todos de los hermanos, salvo “Matte Kudasai” de King Crimson) está centrado en el cool jazz. Cuando se le pregunta a Tony Levin si existe alguna música, como el cool jazz, que valga la pena ser rescatada, dice: “No sé qué contestarle, espere…” Matte Kudasai quiere decir: “Por favor, espere”. Y enseguida agrega: “No sé. A mí me gusta tocar la música que para mí tiene significado”.


* The Levin Brothers se presentarán mañana en el Teatro Colón de Mar del Plata, el jueves en el Teatro Sala Opera de La Plata, el viernes la sala Lavardén de Rosario y el sábado en ND Teatro.