Daniel Melingo encierra en sí mismo un mundo de paradojas. Una de ellas es que ahora sacó un disco cuyo nombre es Oasis, que se puede escuchar solo, independiente de su contexto, o como parte de un todo mayor. La primera opción implica buscarlo en plataformas, cliquear la puerta de acceso a sus trece piezas y escuchar sin pensar de más. La otra, incluir en la escucha la obra conceptual que el ex Los Twist y Los Abuelos de la Nada tiene pensado estrenar el año próximo en formato de “ópera itinerante”, y que contiene cuarenta y ocho piezas en total. Una y otra son válidas, claro. Garpan bien. Y, por supuesto, no se contradicen.

Al menos no tanto como para no soportar una explicación conjunta. “Aunque parezca compleja, la obra tiene una razón de ser”, dice él al teléfono. “Oasis es la tercera parte de una totalidad que completan Linyera y Anda, mis discos predecesores. Una reducción llevada a una edición que representa de alguna manera la continuidad, los personajes, la cronología y el tono del trabajo total. Por eso, tomé la decisión de grabarlo en un formato como si fuera un vinilo de 16 minutos por lado, que achique el tiempo pero, a la vez, no desvirtúe la obra”, desarrolla Melingo.

Músicas del mundo (pago chico incluido) y narrativas apocalípticas se entremezclan entonces en un marco mayor que engloba el sentido final de la obra. Para ello, el compositor pone a jugar entre sí a una serie de personajes, reales y ficticios, que interactúan a lo largo de tres actos. Él, que está haciendo un curso de guión de ópera para cuando ésta estrene, es el Linyera. Y lo rodean Vinicio Capossela (el Cafisho Cocoliche); Andrés Calamaro (7 Vidas); Fernando Noy, (personaje dual que ensambla al Malevo Noy con La Chamana); y Enrique Symns (Henry El Adivino). “Con Rodolfo Palacios fuimos diseñando los personajes como alter egos, inspirados por la misma persona que puso su voz en él. Mi personaje, el Linyera, nació cuando empezaron mis viajes a países de Europa central en los que no se habla español y mucho menos lunfardo. El Linyera fue el que disparó esta historia a partir de un sueño revelador”, cuenta Melingo, mientras atraviesa con calma casera la pandemia del Covid-19.

-¿Cómo fue ese sueño disparador?

-El Linyera sueña con una melodía que nunca escuchó, con una isla y con una persona de espaldas. Después se levanta poseído por esas imágenes y empieza a caminar por las calles de Buenos Aires, luego viaja por el mundo, y se va encontrando con diversos personajes. Lo que intenta, en realidad, es reconstruir ese sueño primero. Esto se ve claro en “La búsqueda”, tema que expresa el momento en que el Linyera, después del sueño, va en busca de su epifanía en el mundo que lo rodea.

-Y se va topando con personajes duales, buenos y malos a la vez, cuyas acciones van hilando el argumento de la obra. Incluso se arma un lío entre semidioses y humanos que recuerda a las novelas de Leopoldo Marechal.

-Justamente, sí, porque la trama está poblada de alteregos como en el Adán Buenosayres, donde interactúan los amigos del autor con los nombres cambiados. Son coincidencias que forman parte de mi cultura, de mi historia… Miguel Abuelo era fan de Marechal, él nos metió en sus lecturas.

El nombre de la tercera y última parte (o acto) de la obra es Oasis porque, tras una serie de enredos entre muertes, pasiones, danzas y resurrecciones, el delirio va encontrando un cauce. Un orden. Incluso una especie de goce. “Todos los personajes vuelven a la vida en un barco fantasma, donde un grupo de hombres (Los filántropos del futuro) explica la trama, el argumento central de la obra, que es el de un viaje onírico al pasado para evitar que la diosa Hécate transforme a los seres humanos en híbridos o criaturas deformes. Eso hubiese llevado a que en el futuro sólo existiese una especie monstruosa que causaría la extinción de los humanos”, explica Melingo. “En este sentido, La Chamana, uno de los personajes que vive en Noy, es clave porque es la que le devuelve la vida al Linyera”

-Parece un delirio pero al final todo tiene su cauce

-Por eso, como el trabajo es medio complejo me gusta explicarlo bien (risas).

-El Linyera muere y resucita, entonces.

-Claro. Todos mueren. Hécate, esa deidad camaleónica, es la que provoca la masacre de todos los personajes, incluso la del Linyera, que muere acuchillado por el Cafisho. Otra parte intensa es cuando, en medio de ese sueño-viaje, el malevo mata a La Chamana en una especie de suicidio, porque son la misma persona. Después La Chamana resucita, claro, si no no cierra (risas).

-En Los ojos, Spinetta tiene un tema que se llama “Ekathe”. ¿Te referís a la misma diosa?

-Es una deidad griega y en ella nos inspiramos tanto él como yo, porque es un personaje que no tiene piernas. En su lugar tiene unos tules que van flotando como si estuviera en el agua, lo mismo que su pelo y sus largos brazos. También tiene como una corona de antorchas, y un ejército de perros que la custodia, entre ellos “Cavallier King Charles”, el nombre de otro de los temas del disco.

-El perro que habla.

-Porque era un rey y Hécate lo transformó en perro.

-¿Cuál fue el disparador real de la obra?

-Me tengo que remontar a 1985 cuando, en esta misma casa, soñé con una melodía modal, de tono oriental.

-La que suena en la Obertura…

-Y que contiene todos los elementos que luego aparecerán a lo largo del álbum. A propósito, recién hace diez años me enteré que tengo antepasados griegos y que mi abuelo me inspiró para usar el baglamá, que se usa para tocar música rebética.

-Un género que aparece mucho, en el blues que lleva su nombre y en especial en la versión que hacés de “Caminito”. ¿Por qué centralizaste la música ahí?

-Bueno, porque este género es considerado, junto al tango, el blues, el flamenco y el fado, una de las cinco músicas de resistencia que quedan en el planeta. La rebética es una música de resistencia porque apareció en Esmirna, cuando la gente de la isla fue corrida por la revolución nacionalista y se instaló en Tesalónica, donde se fundó este movimiento musical, que tiene mucho paralelismo con el tango no solo en lo musical sino su filosofía. El vocablo viene de rebelde, y las letras están relacionadas con juegos de dados, fumadores de hachis y cárceles; una resistencia cultural que la asemeja a los orígenes del tango. Entonces, al encontrar todos estos puntos de referencia, fui armando también el rompecabezas musical de la obra.

-¿Cómo te atreviste a tan heterodoxa versión de “Caminito”, vanguardia de la ortodoxia tanguera si las hay?

-Cierto, sí (risas). Vienen “La cumparsita”, “El choclo” y después “Caminito”. Tan groso es que en Grecia mis amigos rebéticos lo conocen bien y lo tocan seguido. De ahí salió esta versión tocada por músicos griegos, con instrumentos de su música como el bouzouki y el baglamás. Como decía antes, hay muchas conexiones entre los géneros.

-Antes te habías quedado en el '85...

-Sí (risas). Vuelvo. Estábamos grabando La máquina del tiempo, con Los Twist, cuando soñé con eso de la música modal que contaba. Y al levantarme exaltado con esa melodía que me sonaba todo el tiempo en la cabeza, la toqué en el piano, se la mostré a Pipo Cipolatti, le pusimos una letra y terminó siendo “La cueva de Alí”. En este hecho me empecé a inspirar para contar la historia de la trilogía Linyera Anda Oasis. Incluso, la isla a la que llega el linyera durante su viaje, es la isla griega de Zakynthos, donde estuve después, y descubrí que es un matriarcado, donde los apellidos se trasmiten por vía materna. El apellido Melingo se transmitió por esa vía.

-Luis Alposta no está entre los personajes pero sí en las letras. La de “Está vivo”, interpretada por la Típica Melingo, le pertenece.

-Y es el momento clave de la obra porque, después de la masacre cuando el Linyera cae apuñalado de la torre, su alma empieza a elevarse, ve en el piso su cuerpo y canta ese tema. La letra es de Luis, sí, con quien me une una amistad que trasciende esta obra. Es más, esta letra surgió en un estadio anterior, también. Cuando presenté Tangos bajos, lo busqué en la guía para llamarlo por teléfono, porque admiraba su obra y sus laburos con Edmundo Rivero, Rosita Quiroga. Lo llamé para invitarlo a la presentación del disco. Cuando levanté el tubo y me atendieron, pregunté si estaba él y cuando me dijeron que sí, que estaba y que lo iban a llamar, se me escapó un “¿Está vivo?” (risas). La cuestión es que él me escuchó y se le disparó la canción, que entró muy bien en una parte clave de la obra.

-La más tanguera. La obra también muestra que sonás cada vez más tanguero y europeo a la vez. ¿Ultima paradoja?

 

-Muchas gracias por el piropo (risas). Lo de sonar mas europeo tal vez sea por el paradigma de tener que trabajar en esa región, y lo de más tanguero será que con el pasar del tiempo uno se va poniendo más exigente con la sonoridad y el mensaje. 

 

Elenco variopinto

Personajes y personas

Daniel Melingo acudió a varios amigotes para encarnar los personajes cuyas acciones van hilando la trama de su ambiciosa obra. Uno de ellos, el cantautor Vinicio Capossela, hace las veces del “Cafisho cocoliche”, un mercenario aventurero (traficante de opio), cuya misión es la de seguir al linyera por todas partes con la intención de matarlo. El tema que lo expresa musicalmente es “Camino y hablo solo”. En la parte que le toca a Andrés Calamaro, el nombre de la pieza musical es el mismo que el de su personaje: “El blues del 7 vidas”. 7 Vidas Calamaro es el prisionero de la diosa Hécate que aparece en la dionisíaca fiesta donde todos los personajes se matan entre sí. Es, como dice el tema, el que recuerda todo “desde el génesis hasta el lodo”. “El canto de Andrés es sobre los pesares de sus vidas pasadas”, explica Melingo, que pospuso la gira presentación del disco por Europa para julio y septiembre. “Por eso (Andrés) conoce todos los idiomas del mundo, incluso los que cayeron en desuso”.

Fernando Noy, en tanto, encarna un ser dual. Por un lado es el malevo, el cuchillero al que llaman “el mafioso del hastío”, y que mata al linyera. Y por otro La Chamana, una poetiza que tira las cartas, hace inteligencia entre los hampones y resucita al linyera. “La unión de las dos almas representa al tango rebético, el malevo es la parte porteña. La chamana, la parte griega”, sigue Melingo. Enrique Symns, interminable poeta y monologuista, aparece por su parte como “Henry, el adivino”. Es el viejo sabio, a quien los incrédulos tachan de “charlatán de feria”, que se manifiesta en el tema “Soy un virus”. Lo explica Melingo: “El adivino Henry se jacta de percibir el dolor del mundo y de todo lo que le ocurre al ser que lo rodea”.

Esta vez, además de los personajes nombrados, el cantor se nutrió de un variopinto elenco de músicos para poblar de sonidos su historia: Oliverio Sofía en electrónica y coproducción, Muhammad Habbibi en guitarra y bouzouki, Juan Ravioli en bajo, Matías Rubino en bandoneón, Juan Pablo Gallardo en piano, Pato Cotella en contrabajo, Miguel Zavaleta en los coros del onírico “Sueño del éxodo”, Baltasar Comotto en guitarra, Gómez Casa en batería y Patán Vidal en piano.

-¿Cómo definirías al Linyera, más allá de lo que ya esbozaste?

-Hay mucho más para decir de él. Es un trashumante que va de un lugar a otro trasladando mucho más que su cuerpo. Lleva consigo historias, relatos de viaje, paraísos perdidos, terruños conquistados, mensajes construidos de boca en boca. Siempre en un camino de libertad. Debajo de un cielo estrellado, al lado de las vías o de un río incesante, en medio de la incertidumbre de la vida. Bohemio, gnóstico y anarquista, no le debe nada a nadie. Y otra cosa es que su leyenda no pudo ser aprehendida por nadie. De él se sabe poco. Sólo que es una persona transparente… El origen del Linyera es ignorado hasta por el propio Linyera. Es un anarquista croto y libertario.