Esta obligatoria cuarentena, que hay que cumplir a rajatabla, me permitió, ahora con todo el tiempo del mundo, leer alguno de los libros que en una alta pila esperaban que les dedicara el tiempo necesario y que había ido comprando desde mediados del año pasado. A esta altura ya fueron unos cuantos y diversos: Dashiell Hammett. Biografía, de Diana Jonson, Los hermanos Tañer, de Robert Walser; Tucumantes, de Sibila Camps, Tiempos. Signo. Lugares, el único y hermoso libro de poemas de Adolfo Prieto, que recién a los 85 años aceptó entregar una carpeta con los escasos 16 poemas que habían superado su implacable autocrítica, revelando que el gran crítico y ensayista que era escribía poemas desde su adolescencia; No robarás las botas de los muertos, del uruguayo Mario Delgado Aparain, una novela histórica notable para mi gusto.

Entre esos, estaba también Zona Saer de Beatriz Sarlo, que tampoco había tenido tiempo de leer. Más allá de que Saer me parece el mejor narrador argentino de la segunda mitad del siglo XX, de que fui su amigo desde la juventud y de que, sobre todo en los últimos diez años han proliferado los estudios y ensayos sobre su obra, me pareció muy valioso que ella, una de las primeras en valorar la obra de Saer, declarara en el comienzo del libro: “Me dije: si no puedo pensar de nuevo a Saer, no debo escribir sobre él. Escribí este libro tratando de transmitir la felicidad y el asombro que siempre sentí ante su literatura. Por eso evité el lenguaje académico y no volví a leer ninguna de las notas, artículos y ponencias que a lo largo de las décadas yo había escrito sobre él”.

A partir de esa decisión, los seis capítulos de su libro van aportando nuevas miradas sobre su narrativa pero también sobre su poesía, sus personajes, el haiku, Borges, la crítica visión de Saer sobre la narrativa argentina y latinoamericana, su admiración por Zama. Me pareció excelente este cierre de la introducción: “Un personaje de ‘En la zona’ dice: Si me dedico a la literatura tengo que hacerme hábil para las digresiones. La literatura misma es una digresión permanente de la realidad”. Señala Sarlo: “Hace más de cincuenta años, Saer ya sabía, en primer lugar que la literatura tomaba caminos diagonales respecto de la realidad, pero que había una realidad. Segundo: sabía que la forma de su escritura sería la repetición, la digresión, las anticipaciones. Sabía eso y lo escribió en un momento en que esas cosas no estaban de moda. Finalmente, no estar de moda, fue una admirable cualidad saeriana”.

Zona Saer, Beatriz Sarlo, Ediciones UDP (2018).