Hubo una vez un cine a punto de ser más, un proyecto que pudo haber alumbrado de otra manera. Tal vez lo hizo. Quizás duró tanto como pudo, obligado por las circunstancias a transformarse de otras y muchas formas. El cine argentino es este misterio. Durante los años ’30 y ’50, así como Hollywood, tuvo estudios, star-system, obras maestras, incidencia continental. Con realizadores autorales como Luis Saslavsky, Carlos Hugo Christensen y Hugo del Carril.

Vale comenzar por Saslavsky, sea por el orden cronológico de las películas como por su rosarinidad. En YouTube puede encontrarse Vidalita (1949), https://www.youtube.com/watch?v=UtlOMC7wxk4 , todavía una rareza para ciertos cánones del cine. Ambientada en escenario campestre –entre escenas en exteriores y otras rodadas en los estudios Emelco-, la película de Saslavsky retoma la tradición gauchesca desde el juego de mascaradas. A saber: Vidalita es el nombre del nieto que espera el estanciero que interpreta Narciso Ibáñez Menta, rodeado de polleras –toda la descendencia le salió mujer– y ansioso por un hombre que le acompañe y releve en la faena del campo. Pero lo cierto es que Vidalita es mujer (Mirtha Legrand). Así que mejor evitar el disgusto al abuelo y hacerse pasar por hombre.

Lo que sucede a continuación es puro disparate. En una comedia de enredos donde la identidad sexual es puesta en entredicho a partir del festival de las máscaras y el travestismo. El ardid del guión hará que la Legrand lleve su treta al absurdo, hasta vestirse de mujer allí cuando algunos crean que se trata todavía de un hombre. Entre medio, enamoramientos imprevistos –con guiños homosexuales evidentes–, y la templanza de una mujer que se reafirma a sí misma mientras pone en entredicho la hombría de quienes dicen preferir un carácter huraño. Desde ya, la caracterización del inmenso Ibáñez Menta –viejo, cascarrabias, odiador de indios– hace que la película sea un disfrute aún mayor.

A propósito: aun cuando en su temática esté lejos de ser una de las primeras, Vidalita se adelanta una década a Una Eva y dos Adanes, la fiesta travesti del austríaco Billy Wilder, con Tony Curtis, Marilyn Monroe y Jack Lemmon. Por otro lado, en la película de Saslavsky se celebra un matrimonio homosexual. Lo dicho. Y es una película realizada durante el gobierno de Perón. No es un dato menor. Será décadas después, durante un gobierno peronista, cuando se apruebe la Ley de Matrimonio Igualitario.

 

Si bien la comedia tampoco fue ajena al realizador santiagueño Carlos Hugo Christensen, el policial y el melodrama tuvieron en él a uno de sus artífices. Dos ejemplos dan muestra de ello. Son un díptico y deben mirarse así. No abras nunca esa puerta (https://play.cine.ar/INCAA/produccion/256 ) y Si muero antes de despertar (https://play.cine.ar/INCAA/produccion/266 ) (ambas de 1952) versionan relatos del norteamericano William Irish y delinean un mundo de laberintos, confesiones calladas, y Edipo. En la primera, dos relatos organizan al film, a través del incesto que se esconde entre los pliegues de un hermano vengador (Ángel Magaña), y un hampón (Roberto Escalada) que se esconde en el nido materno con la confianza puesta en el cuidado de la madre (Ilde Pirovano). Por su parte, Si muero antes de despertar deposita su atención en el mundo de la infancia, en el horror de un chico (Néstor Zavarce) que no entiende por qué sus compañeritas de grado desaparecen. Hay alguien que las espera a la salida de la escuela. Les da caramelos, tizas de colores. Y se las lleva. Él lo sabe, pero dio su palabra de no contar; ni siquiera a su papá, que es policía. Un mundo de hadas de pesadilla se traduce en algunas de las imágenes más hermosas y terribles del cine argentino. Christensen era un genio.

Finalmente, otro de los más notables realizadores de todos los tiempos es Hugo del Carril. Así como lo es, entre todo el cine, su película Amorina (1961) (https://www.youtube.com/watch?v=B8PXR0qItxg ). El melodrama tiene aquí una de sus más brillantes puestas en escena, a partir de la obra de Eduardo Borrás y el guión de César Tiempo. Amorina (Tita Merello) vive confiada en el amor puesto en su pareja (Hugo del Carril) y familia. El cometido para el cual vivió su vida. Pero la mesa familiar ya no está siempre completa. Peor cuando descubra que el amor de su compañero está ahora en otra mujer. Lo construido trastabilla. Sólo queda alucinar. Dejarse atropellar por un vehículo. Penar hacia dentro.

A partir de allí, Amorina oficiará como vértice y disparará la historia de modo simétrico, con ella desdoblada, como mujer imaginada. Amorina se replica y obliga de igual modo a quienes le rodean. La mesa volverá a estar completa. Así lo parece. El desenlace, entre las sombras que guarda la casa alguna vez luminosa, tras el torbellino mental que cifra la hélice de un avión, es puro desgarramiento. Para llegar a tales instancias dramáticas se necesita oficio y talento, no en vano Hugo del Carril también dirigió Más allá del olvido (1956), el melodrama más importante del cine argentino.