El experimento era tentador: un estreno teatral a través de YouTube, como parte de la amplia oferta puesta en marcha por Timbre 4 en esta cuarentena que a todas las artes golpea, pero fundamentalmente al teatro. ¿Qué ocurre con él cuando no hay cuerpos presentes? 

Todos estos días es posible recorrer piezas liberadas en el escenario virtual. UNA, con actuación de Miriam Odorico y dirección del italiano Giampaolo Samá, incorpora una variente. No es documento de un espectáculo del pasado, ni uno parido específicamente para el formato que tomó. El estreno en la sala quedó trunco por el coronavirus, entonces los artistas, que son pareja, inicialmente quisieron transmitirlo en vivo. Por problemas de conexión prefirieron no arriesgarse. En la mañana del sábado, Samá -fotógrafo también- filmó el unipersonal en un único plano americano, en el living de la casa que ambos comparten. Lo dejaron disponible durante dos horas desde las 17 del mismo día. Superó las 1500 visualizaciones.

Se trata de una versión libre de la novela Uno, ninguno y cien mil, de Luigi Pirandello, sobre un hombre que afronta una crisis de identidad a partir de un comentario de su mujer acerca de su nariz. Vitángelo Moscarda muta aquí en Angélica, cambio que otorga una perspectiva de género a tono con los tiempos que corren. Odorico -Memé en la célebre La omisión de la familia Coleman- entrega una interpretación exquisita que ilustra la multiplicidad y diversidad de máscaras que puede utilizar un ser humano ante los demás e incluso ante sí mismo. O que le son impuestas. 

Un texto con pasajes filosóficos y psicológicos se vuelve cotidiano en la historia de esta mujer de pueblo que busca desprenderse del estigma de su padre banquero, "usurero" ante los ojos de los demás. También de la cáscara en la que la envuelve su marido Hugo. Moscarda se halla en una inmovilidad becketiana que contrasta con lo dinámico de sus ideas. Está sentada por más de una hora en el centro de la pantalla, sobre un taburete de madera, con un telón azul de fondo casi del mismo color que su remera. Evoca a diversos personajes y escenarios y todo parece que está allí, como sucede en los unipersonales de buena factura. Todo está en los gestos y en el movimiento de las manos, en la sutileza de los silencios, en la música de la voz. Hay mucho en la mirada. No es casual, de eso trata la obra.

El tono del texto resulta favorable para el modo en que accidentalmente llegó a los espectadores. Resuena una invitación a la introspección más que adecuada para el aislamiento. Porque Moscarda interpela, pregunta; busca complicidad y señala la universalidad de su propia crisis. Ella siempre fue lo que otros quisieron que fuera. ¿A quién no le pasó, si nadie puede verse desde afuera? Pero ¿qué hay después de la liberación? Hacia ese interrogante viaja el personaje.