Las ruinas incineradas del Club Hotel acechaban inmóviles a la espera de un error en la trama. Apenas un desvío en la perpetua y silenciosa soledad de la llanura pampeana. Una rajadura que les permita soltar su maldición. Las ráfagas de ese sofoco son las que magnetizan a un periodista escuálido llamado Basilio Villareal: en una de las paradas que hace el micro en el que viaja, decide apearse y abandonar –al menos por un tiempo– el hastío familiar. Empieza a caminar por las calles olvidadas de Villa Ventana, un recóndito pueblo bonaerense, hacia las fauces de ese hotel en el que se incineraron los sueños de grandeza de la aristocracia vernácula. Y también hacia lo que podría ser su propia tumba. Así comienza el ensueño espeluznante de Sanputa (Club Hem), la primera novela del escritor y periodista cultural Martín Graziano,

“Siempre me atrajeron muchísimo los pueblitos del interior de Buenos Aires, donde todos se aburren, donde todos ven todo igual. A Villa Ventana viajé muchas veces. Acampaba con amigos al pie del hotel, en invierno, en verano. Una noche entramos en una de las zonas que hoy están cercadas. Encontramos diseminados algunos puñados de pelos negros. Volvimos re cagados. Ahí empecé a juntar información”, recuerda Martín Graziano, nacido en Tres Arroyos, acerca de ese escenario siniestro sobre el que, en 2006, escribió una crónica para la revista Rumbos. “Muchos años después de eso tuve un sueño sobre la fiesta de inauguración del Club Hotel, al estilo El bebé de Rosemary. Me desperté y lo escribí, dos hojas que fueron lo primero que tuve del libro. Había algo de ese lugar que nunca me dejó de dar vueltas, que gravitaba adentro mío mucho más de lo que yo pensaba”.

A medida que Basilio Villareal se interna en Villa Ventana, la novela empieza a ramificarse en torno al maleficio. El periodista logra que le acepten una nota en una revista de viajes y de a poco va quitando capas de una historia cuyos cimientos se remontan a los comienzos del siglo XX. Allí encuentra la primera huella de lo pervertido: un fastuoso hotel clavado en el corazón del país, entre cuyas paredes una chica criolla es sometida para el divertimento de las familias patricias. “Basilio es un tipo que va a buscar la nota que tiene que escribir sin tener del todo desarrollado el oficio. Encuentra fragmentos y empieza a reconstruir. Hace entrevistas, busca referencias históricas en libros, revisa material de archivo”, explica Graziano. “Pero a la hora de escribir se da cuenta de que tiene un montón de huecos. Entonces esa historia repleta de agujeros la llena de invenciones. Llega hasta el lugar exacto donde el periodismo se agota y empieza otra cosa”.

Al interior de Sanputa, las herramientas de la crónica se perturban hacia lo paranormal. Martín Graziano pone a funcionar los mecanismos de la investigación periodística y el anclaje en el dato certero para darle vida a un relato mágico que se va rizando sobre sí mismo como si se tratara de Las mil y una noches. Al tiempo que recupera los nombres y las vidas que signaron la construcción y el sostén del Club Hotel –los asesinatos pergeñados entre sus hacedores, la reapertura en 1943 para que sea ocupado por 350 marinos integrantes de la tripulación del acorazado nazi Admiral Graf Spee, el incendio que arrasó con todo su casco en 1983–, las lleva hacia territorios inesperados. “Hay una idea de que el periodismo es una versión pauperizada de la gran escritura, que es una gran mentira”, esgrime Graziano. “Lo que sentí con la novela, como también cuando hago periodismo cultural, es la importancia de no desactivar el misterio”.

El relato se cuela entonces por las hendiduras de la historia y desemboca en el interior de una tribu antropofágica en medio del desierto, en las percepciones de un baqueano que escucha los murmullos del universo, o se pierde entre los rezos infinitos de un cura penitente en busca de la santidad. El trazo refinado e hipnótico de Graziano los va hilvanando a todos hasta no saber a qué mundo pertenecen. Autor de los libros Cancionistas del Río de la Plata (2011), Estación Imposible: Expreso Imaginario y el periodismo contracultural argentino (2016) y Tigres en la lluvia (2017), Martín Graziano hace su primera incursión literaria escondiendo entre líneas tesoros de la cultura pop: fragmentos de la obra de Bob Dylan, de los hermanos Coen, de David Bowie, de The Doors o de Damián Szifrón pueden ser detectados por un ojo entrenado entre los pliegues de Sanputa, convertida en una suerte de melodía folk cuyos acordes van encadenados por el terror gótico.

“En un momento entrás en algo así como un estado novela y el mundo te habla. Capaz escuchaba una canción de Dylan y ahí encontraba la llave para destrabar un diálogo o una escena. Lo anotaba donde podía y luego usaba esa herramienta. Las citas están siempre, la diferencia es que en la literatura no ponés comillas”, asegura Graziano, guionista de la película Charco y cuyas notas y crónicas han sido publicadas en revistas como Rolling Stone, Orsai, Gatopardo, Billboard y el suplemento Radar de Página/12. “A mí lo que me gustan son las máquinas narrativas. Cuando el tono es tanto o más que la historia. Ahí no te queda otra que entregarte, es embriagante. No querés que pare. Te toca una fibra. De alguna forma, eso es la felicidad”.

-Los límites entre literatura y periodismo siempre se vuelven un terreno difuso. ¿Cuáles fueron las cercanías y distancias que encontraste al escribir Sanputa?

-Finalmente el chiste de la novela es abandonarse, tiene que pesar la intuición, tiene que hipnotizarte de verdad. Hay una vara muy alta en eso y también una musiquita que te hace avanzar. Me tomé cinco años para escribirla. Si con algo me quedaba titilando, lo dejaba. Una sensación como la de soñar y no saber bien qué estás haciendo. Creo que hay algo de eso en los dos mundos. Más allá de que tenés que sostener una estructura. No tiene que ser tu mambo, tiene que haber una comunicación. Y después, la centralidad del misterio. Cuando hice el libro sobre el disco de Invisible, que es uno de los que más me gustan de la vida, me di cuenta de que no puedo escudriñarlo tanto y que finalmente se disuelva para mí. Más bien me interesa, donde hay un misterio, generar diez. Abrirlo. La grieta no en términos políticos sino de salir transformado.

-¿En qué momento supiste que podías confiar en esa intuición como guía para la escritura?

-Al escribir mucho, encontrás más rápido el camino y dejás que aparezcan los comentarios que vienen desde bien atrás de la oreja. Cuando entrenás el oficio empezás a aparecer vos, pero limpio. No aparecés porque te querés meter, no está viciado del ego. La hornalla del ego está al mínimo. Fabián Casas le dice a eso "la voz extraña". Algo que no sos vos, que te dicta o te trasciende. En ese momento podés jugar, divertirte. Producís Clonazepam humano. Eso es aprender. Algo que podés metabolizar. Te estás drogando con tu propia droga.