El 11 de marzo del 2011 hubo un terremoto en Japón, la realidad superaba la ficción, el mar avanzó sobre el continente arrastrando autos, destruyendo rutas. Miles de muertos y desaparecidos daban cuenta de la magnitud de la catástrofe.

El escritor Murakami relataba su vivencia de este modo: "El terremoto nos sacudió en el momento en que entraba a mi cuarto. Con la sensación de terminar atrapado entre los escombros, me sumergí debajo del escritorio con un bidón de agua, galletas y una botella de brandy. Por el sistema de sonidos llegó el anuncio de emergencia que decía: "El hotel fue construido con un sistema antisísmico, no hay riesgo de que colapse. No sabía si creer o no, decidí confiar en la alabra de las personas que saben más que yo. Decidí creer”.

La confianza, la creencia, la convicción en la palabra de la autoridad funcionan a modo de brújula orientando y rescatando a quien se ve sumergido en la confusión en situaciones de catástrofe.

Me pregunto, ¿qué nos sucede que ante el decreto de cuarentena declarado por nuestro presidente 20.000 ciudadanos viajan al exterior y luego reclaman ser repatriados?

¿Qué nos sucede que la cuarentena, con su prescripción de aislamiento social y permanencia en sus casas, es desafiada e interpretada como permiso vacacional?

¿Qué sucede con la creencia en la palabra del presidente, de los científicos, que son los que saben?

Uno podría argumentar que esta falta de credibilidad de algunos en la palabra del presidente Fernández obedece a la mentira, a la hipocresía, al doble discurso del macrismo que gobernó el país durante los últimos cuatro años. Si bien este podría ser un argumento válido para explicar esta causa, me interesa tomar otra mirada.

En situaciones traumáticas, de catástrofe, opera un mecanismo de defensa que desmiente y fuga ante una realidad temible. Se impone otro saber, el de la desmentida, que se expresaría a través del "aquí no pasa nada", "a mí no me va a pasar", colaborando con la incredibilidad del caso.

Este mismo mecanismo de desmentida operó durante el terrorismo de estado, esa otra catástrofe que impedía dar crédito a lo dantesco de lo vivido en ese entonces.

Esta catástrofe mundial difiere de otras catástrofes, el virus no es un terremoto pero cobra vidas, el terremoto se percibe con todos los sentidos, el virus no es visible, ergo luchar contra el enemigo invisible incide en su incredibilidad para muchos.

¿Cómo luchar contra ello sin caer en la paranoia ni en la desmentida? Confiando, creyendo en la palabra de los que más saben como hizo Murakami y se supo preservar de ese modo.

Lamentablemente la incredibilidad es aprovechada desde el poder por modelos económicos que priorizan el mercado sobre la vida de sus habitantes. Entonces humanoides como un Trump o un Bolsonaro plantean que la cuarentena es innecesaria pues no se puede parar económicamente el país.

Hace un mes, un funcionario norteamericano declaró que el coronavirus beneficiaría a la economía de su país pues las empresas no harían negocios con China. Asustan e indignan esas declaraciones.

En España e Italia se minimizó la situación y no se tomaron medidas de prevención a tiempo.

Afortunadamente, las autoridades del gobierno actual manejan otro modelo político-económico y otra ética, priorizando la vida humana sobre la economía.

Nuestro presidente se ha puesto al frente de esta batalla junto a un equipo de científicos de primera línea, junto a médicos que se exponen cumpliendo su función, eso nos da tranquilidad.

Lo traumático no es solo la complejidad del virus y sus efectos mortales sino lo impredecible del mañana. Lo traumático es la incertidumbre de ese no saber y el descuido.

Procuremos cuidarnos, escuchar y creer en las normas de los que más saben.

Ana Rozenfeld es psicoanalista, miembro de Psicoanalistas Autoconvocados y de la Asociación Psicoanalítica Argentina.