Discutir el salario de los políticos al boleo del cacerolazo en medio de una epidemia es tan difícil como discutir la corrupción desde la generalización prepotente o debatir sobre los responsables de una tragedia con el que lleva la soga de linchar. Nadie puede discutir con el que agita el miedo que produce la inseguridad. En cambio, a la derecha le resulta difícil discutir distribución de la riqueza, democratización de la información, ampliación de derechos o sobre salud y educación pública. Son los territorios donde las corrientes políticas que pujan en Argentina se instalan con más comodidad, según los intereses que representan.

Desde las corrientes populares se considera demagógica a la primera lista, porque se la visualiza como una cortina de humo para evitar discutir los problemas de fondo. La derecha, en cambio, asegura que la segunda lista es demagógica porque transgrede la naturaleza de los procesos económicos y atenta contra el derecho a la propiedad.

Lo real es que la derecha, con mayor potencia de fuego mediático, tiene más capacidad para instalar esa temática del miedo y los prejuicios. Porque en esencia se reduce a eso: la instrumentación política de los miedos y los prejuicios. Haciendo contrapeso, la presión de la realidad, de las angustias económicas de la mayoría, producidas por la desigualdad, eleva a los temas que tienden a superar esos miedos.

La derecha puede hacer una oposición muy destructiva con la manipulación de esos mitos y miedos urbanos, pero después es incapaz de instalar gobiernos sustentables porque sus políticas concretas son elitistas y habilitan el carancheo de los más ricos que destruye a la economía del país en beneficio de muy pocos.

A su vez, la historia ha demostrado que los movimientos populares se equivocan cuando desprecian la temática que plantea la derecha, porque de esa manera acrecientan su capacidad de destrucción. Cuando un gobierno popular gana las elecciones, esos miedos no se olvidan. Pasan a segundo plano hasta que la derecha encuentra la manera de regresarlos al primer plano, ocultando el trasfondo político que tienen para ella, que es destruir a su adversario.

Antes, la derecha se deshacía por hacer populares políticas impopulares moviéndose en un terreno que le resultaba muy incómodo, y que muchas veces terminaba en formas autoritarias como las dictaduras. Asistido por especialistas en mercadeo político que interpretaron esa contradicción y detectaron el mecanismo de los miedos y prejuicios subyacentes, el macrismo desarrolló en forma integral un lenguaje nuevo que descolocó a los movimientos populares. Fue eficaz, incluso para esmerilar a gobiernos como los kirchneristas que habían realizado reformas importantes que favorecieron a las mayorías.

La política en los tiempos del coronavirus tiene que aceptar que esa temática de las derechas con el manejo de miedos y mitos urbanos no fue circunstancial sino que forma parte de su nuevo aspecto, es el discurso que la identifica, sobre todo cuando está en la oposición. La artillería mediática, particularizada con mucha puntería para cada tema, convoca esos componentes que acechan en el sustrato irracional en las personas.

Es cierto que la derecha utiliza estos temas para evitar discutir las propuestas concretas. Pero también es cierto que no por eso hay que ignorarlas.

Desde que perdieron las elecciones, Cambiemos o Juntos por el Cambio no encuentra una fisura por donde recomponerse. No puede defender su gobierno y la gestión de la epidemia por parte de Alberto Fernández concitó el respaldo de más del 80 por ciento de la sociedad, en el que estaba incluida gran parte de la base de apoyo del macrismo.

El amplio acatamiento de la cuarentena y los aplausos masivos en los balcones a las nueve de la noche constituyeron un reconocimiento masivo a los trabajadores de la salud y en general a quienes desarrollan tareas asumiendo el mayor riesgo del contagio. Y es común que entre los aplausos se escuchen vivas a Alberto Fernández.

De repente surgió una campaña en las redes para bajar los salarios de los políticos. En la medida en que la consigna logró inserción, aparecieron convocatorias avaladas por gente del macrismo. La forma elegida ha sido cacerolear, que fue la principal forma de oposición a los gobiernos kirchneristas. Y la hora que se propuso fue inmediatamente posterior al aplauso de las nueve.

Y así, la señal de respaldo homogéneo a la cuarentena y en general a la gestión de salud ante la epidemia, al instante fue intervenida por una guerra de balcones entre los que cacerolearon y los que sintieron el ataque solapado del macrismo al Presidente.

Los salarios de los políticos pueden ser un tema a discutir, pero no tiene relación directa con la epidemia. El enojo que convocan es el rechazo a la cuarentena porque muchas empresas y comercios se perjudican con ella y muchos pierden temporalmente el trabajo. Un poco es: "si perdemos nosotros, que pierdan ellos también", como si la cuarentena fuera contra ellos y no para su protección.

La salud no existe en ese argumento, porque es irracional a partir del prejuicio que han construido hacia la política. Es el prejuicio que buscan remover para tratar de quebrar la curva de ascenso de popularidad de Alberto Fernández. De hecho, los bloques legislativos que representan a los que promueven bajarles el sueldo a los políticos son los mismos que votaron contra el proyecto para suprimir las jubilaciones de privilegio en la Justicia. Es más, nunca hubo funcionarios políticos mejor pagados que cuando ellos fueron gobierno en medio de una enorme crisis económica.

Es evidente que les importa un pepino la epidemia y lo que ganan los políticos y que en medio de la tragedia buscan un rédito político. Pero es un tema que hace contacto con una sensación generalizada de que todo el mundo, sin excepciones, tiene que hacer un sacrificio en esta gesta comunitaria.

Algunos comentarios de conspicuos dirigentes de la derecha burlándose de "la gesta de la epidemia que logró el Gobierno" dan cuenta de lo que les preocupa. Pero también de la importancia que tiene esa sensación extendida en la sociedad de gesta comunitaria, de esfuerzo solidario, para afrontar la epidemia y los rigores que implica.

Es importante para la salud de la sociedad preservar ese sentimiento comunitario. No importa si se piensa que los argumentos del macrismo para quebrarlo son demagógicos o politiqueros. La política es como un duelo a sable. Si el adversario lanza un mandoble, se lo frena y se le responde con otro, aprovechando la inercia que el antagonista puso en el golpe.

Algo de esa mecánica hubo en la actitud del bloque de senadores del Frente de Todos que ofrecieron sus salarios si fueran necesarios para la emergencia sanitaria. Es un duelo cuyo resultado de fondo, el único que importa, será si Cambiemos consigue romper el espíritu comunitario de solidaridad que permitió el cumplimiento de la cuarentena o si el Gobierno logra sostenerlo.