Todo empezó con una notita en el ascensor. Dicen que fue la misma señora que impulsó el aplauso balconero en el edificio pero yo no sé porque no vivo en ese edificio, de hecho a esta altura de los acontecimientos prefiero mantener mi ubicación en secreto. El horno no está para bollos. La cuestión es que una mañana apareció en el espejo un papel de impresora que decía “Vos, la del cuarto B que te veo salir todos los días, estás poniendo en riesgo a todo el consorcio. #QuedateEnCasa o te denuncio”. Iban apenas unos días de la cuarentena pero la gorra ya se venía marcando en varias cabezas, así que no hubo mucha extrañeza pero sí una respuesta: a la noche en el ascensor podía leerse “A quien corresponda: soy enfermera y estoy #CuidandoLaSaludDeTodos así que cerrá bien el orto”.

La cosa escaló. Hubo acusaciones cruzadas de salidas a pasear al perro demasiado extensas y viejas rencillas por la caca en las veredas, intervenciones de otros vecinos que fueron estableciendo facciones, bandos enfrentados, profundas reflexiones del sociólogo del segundo C y un inolvidable texto de los hermanos fumetas del sexto A que terminó publicado en la versión online de THC. Podría haber sido una curiosidad más del insondable mundo de un consorcio de propietarios, pero la cuestión es que, con los detalles de cada caso, el asunto se estaba replicando en edificios de toda la ciudad.

El primer estallido, entonces, fue entre Cuarentenados y Exceptuados. No había acuerdo posible: los primeros acusaban a los segundos de aprovecharse de su libertad para salir y airear la cabeza, los segundos señalaban que el riesgo de transitar las calles y la depresión de ver escenas dignas del comienzo de Exterminio sin la onda de Danny Boyle no suponían ninguna ventaja apreciable. Como en la asamblea de un partido de izquierda, pronto comenzaron a surgir las diferencias, las subfacciones, las divisiones. Matices que agregaron ruido en lo que, con los comunicadores de medios y redes azuzando todo el tiempo, ya era un batifondo.

Contra lo que podría pensarse, los Exceptuados no eran un bloque monolítico. Las miradas de desconfianza en las calles eran solo un indicador: cada cual semblanteaba al prójimo tratando de descifrar en qué rubro caía para estar autorizado, y si no estaba fingiendo. Con toda lógica, los médicos se preguntaban cómo podía considerarse tan esenciales como ellos a los periodistas, algunos de los cuales exhibían su esencialidad mostrando en pantalla cómo hacer un barbijo con una hoja de papel de calcar, o presentando el enésimo videíto de gatos disfrazados de ambulancia. Camioneros, taxistas y colectiveros profundizaban viejas, irreconciliables pujas de poder. Los policías encargados de organizar colas en los bancos preguntaban a viva voz por qué durante varios días los bancos habían autorizado a sus empleados a quedarse en casa, contribuyendo así a un cuello de botella de espantosos resultados. Cuando un colectivo llenaba sus asientos disponibles, alguno que se quedaba sin lugar gritaba desde la parada “a ese del tercer asiento lo conozco y no es Exceptuado Esencial, es de los Exceptuados Necesarios Pero Tampoco Tanto, que se baje que yo vengo de una guardia de 36 horas”. Los ejemplos abundaban.

No es que los Cuarentenados la tuvieran más sencilla. A nadie sorprendió que el encierro produjera rápidos efectos distorsivos sobre la conducta humana, de los cuales las notitas en el ascensor eran apenas un botón de muestra. O un botón a secas. Las discusiones a los gritos por el aplausómetro de las 21 a ver quién palmeaba más fuerte derivaron en franca beligerancia entre quienes sacaban la cacerola media hora más tarde y quienes no; en una reedición de las invasiones inglesas, hubo quien apeló al agua hirviendo (al precio que estaba el aceite nadie se atrevía a semejante despilfarro, aun cuando se tratara de fijar convicciones ideológicas). Si las preferencias por consumos audiovisuales hasta entonces no pasaban del debate en redes sociales más o menos civilizado, el permanente bombardeo y uso de plataformas virtuales produjo escisiones innegociables: el estreno de la cuarta temporada de La Casa de Papel provocó acciones de guerrilla entre quienes explotaban de fanatismo y quienes se reían de ellos por seguir “esa pelotudez atómica con acento gallego”. Hubo sabotajes de luz y agua. Más de un encargado de edificio tuvo que ponerse a patear puertas.

A regañadientes –había cosas más importantes de qué ocuparse-, el Gobierno debió plantearse el tomar medidas para poner un poco de orden. Pero para cuando se acercó el horario en el que Alberto Fernández debía dirigirse al país, para dejar bien claras las sutiles diferenciaciones entre los Exceptuados y así quitar margen a las discusiones al pedo, la cosa se había desmadrado más allá de toda lógica. Los Exceptuados Esenciales Paladar Negro se reían con soberbia de los Esenciales Pero Un Poquito Menos, éstos a su vez apuntaban con el índice a los Exceptuados Necesarios Pero Tampoco Tanto; los Aparentemente Esenciales Según El Cristal Con Que Se Mire no sabían bien dónde ubicarse, los Exceptuados No Categorizados Campeones De Operar Cosas Con El Codo bregaban por establecer una nueva disciplina olímpica y los Exceptuados Por Lobby De Sectores Interesados se sentían el último orejón del tarro. En el medio, los Cuarentenados We Are The World Tercermundista cantaban “Supón” a voz en cuello en el balcón, mientras en la terraza de enfrente se asomaban los Cuarentenados Por Una Banda Más Ancha, y en la de al lado los Cuarentenados Es Menester Que Sea Rock, a putear a todos sin distinción por ralentar el tráfico en la red con videos de artistas ignotos que aprovechaban la volada para rascar algo de fama. Un quilombo.

Decí que un día internet se cayó a la mierda y las diferencias no se limaron pero tuvieron menos resonancia. Cierto es que ante la desconexión se produjeron algunos suicidios en el puente de la Facultad de Derecho en Avenida del Libertador, pero muy pocos se enteraron porque no había manera de subir los videos  al popular sitio web ExceptuameEsta.com.ar ni mucho menos dilucidar por qué justo en ese puente con tan poca altura habiendo tantos otros lugares mucho más efectivos. Uno sostuvo en la tele que era un veladísimo señalamiento de la ineficacia del sistema de leyes en la pandemia, pero como pertenecía -contra su voluntad- a los Exceptuados Esencialmente Pelotudos nadie le llevó el apunte. Un yogi hindú muy parecido al Gurú Maharaj-Ji dijo “Lo esencial es invisible a los ojos” y se evaporó en el aire. Nadie se enteró.

En fin, que aquí estamos todos dale que dale, cada uno en su casa discutiendo con los cercanos o con el espejo. El que dijo que las diferencias nos enriquecen no tenía forma de prever este escenario. Y tampoco hay manera de pedirle opinión, porque en tres años y medio de pandemia hemos superado los cincuenta millones de definiciones de exceptuación, esencialidad y cuarentenismo y, como cantó anoche -en su terraza y a quien quisiera escucharlo- un Charly García recuperadísimo por los cuidados ante el coronavirus Covid-32, difícil que lleguemos a ponernos de acuerdo.