El 10 de abril de 1970, el mismo viernes que Bob Dylan publicó el extraordinario Nashville Skyline, Paul McCartney anunciaba su separación “oficial” de The Beatles. Fastidiado con el arribo del empresario Allen Klein, pollo de John Lennon, George Harrison y Ringo Starr, a Apple; totalmente disconforme con el trabajo de Phil Spector en algunas cintas de Let it be; e influido por su mujer Linda Eastman que pujaba por ubicar a su padre Lee y su hermano John por sobre Klein en la administración del sello, notificaba al mundo que la cosa con el grupo no iba más. La decisión sería ratificada veinte días después cuando el bajista se atrevería a algo impensable años atrás: demandar a sus ex compañeros

Razones de fondo había miles, pero dos en especial: Paul tampoco toleraba que el recién avenido ejecutivo estadounidense le compitiera el papel de manager que había asumido sin autorización del resto, y que sus compañeros impidieran a Eastman & Eastman tener una mayor participación en la empresa. El bajista anunció su ruptura con el grupo aduciendo diferencias personales, de negocios y musicales pero sobre todo porque pasaba mejores momentos con su familia... y tenía un disco solista del cual envió copias de avance a los mismos periodistas a los que mandó el comunicado.

Tudo bom tudo legal, pero tal noticia fue, en el mejor de los casos, la concreción de un final largamente anunciado. Y en el peor, apenas una entre un tendal de concreciones. Se sabe que las separaciones, cualquier sea su tipo, pueden tener un anclaje temporal más o menos preciso, pero jamás una sola causa. No fue que McCartney colmó su paciencia solo por la llegada de Klein y mandó parar. Fue, más bien, el resultado de un inextricable nudo de causalidades que no arrancó en su cabeza sino en la de Lennon, y se retroalimentó a través de varios hechos. Entre ellos, la muerte de Brian Epstein, cuyo vacío generaría problemas y pérdidas; los bed-in por la paz de John y Yoko Ono que provocarían la respuesta del mismo Paul en el periódico Everning Standard (“Todos hablamos de amor y paz, pero no lo estamos sintiendo”); la publicación de “Cold Turkey”, a cargo de John y la Plastic Ono Band; la presencia permanente de la nipona en los estudios de grabación; el mal agüero de Lennon al anunciar tempranamente el quiebre de Apple Corps; o el foco puesto por éste más en los dos volúmenes de Unfinished Music, el Wedding Album y Live Peace In Toronto (todo publicado entre noviembre de 1968 y diciembre de 1969) que en el White Album, por caso.

En las antípodas del conceptual y maravilloso Sargent Pepper, este disco –no menos maravilloso, claro- mostraba empero una especie de caleidoscopio en el que convivían variados géneros, sonidos y posturas estéticas, como reflejo musical de los recurrentes líos internos. La explicación no era otra que más de lo mismo: un grupo desgajado en el que cada parte componía y grababa por separado, tendencia que se intensificó claramente en Abbey Road. Que configuró, al cabo, una madeja de fricciones, pérdidas, roces y juicios, cuyo último episodio musical llegó el 20 de agosto de 1969, cuando los cuatro se juntaron en estudios para mezclar la poderosa versión de “I want you” (She´s so heavy)”.

Es cierto que lo harían otra vez, el 3 de enero de 1970, pero con un pequeño datito: sin John, que se había ido del grupo el 20 de septiembre de 1969, bajo juramento de no hacer pública su decisión. Tres meses después de aquella juntada, en la que Paul, George y Ringo retocaron los últimos detalles de “I me mine”, llegaría el anunciadísimo anuncio de McCartney. Tan anunciado que dos días después, el 12 de abril, el mundo se enteró, New Musical Express mediante, que el bajista había comprado la compañía MPL Comunnications. Y cinco días después, que el flamante músico-empresario publicaba su primer disco solista.

Descolgado del contexto, John exponía litografías en una galería de arte de Londres, al tiempo que convocaba a George para que lo ayudara con “Instant Karma”. El mismo Harrison grababa la bella “My Sweet Lord”, mientras daba rienda suelta a sus investigaciones orientales, y la edición de Let it Be, en su mayoría grabado antes que Abbey Road, devenía como regalito póstumo. Jamás habría vuelta atrás. Las palabras de Paul cuando se enteró de la muerte de Lennon en 1980 (“John era un gran un gran tipo, y lo va a extrañar todo el mundo”) suenan a exigidas si se las lee a la luz de lo que había dicho John poco tiempo atrás a la periodista Barbara Graustark, para la revista Newsweek. “Hace más de diez años que no me comunico con Paul. Yo sé tanto sobre él, como él sobre mí, y eso es terrible. Hace como dos años se me apareció en la puerta. Yo le dije ¿Por qué no avisás antes de venir? Tuve un día terrible con el chico (Sean), estoy agotado, ¿y vos venís con una guitarra?”, dijo el guitarrista en aquella nota. Al poco tiempo, en su última entrevista antes de morir, Lennon le confesó a Andy Peebles, de Radio Uno de Nueva York, que en 1966, tras la gira por Estados Unidos, había estado pensando durante un mes y medio en separarse pero que no lo había hecho “por falta de coraje”.

Fue en esa misma charla en la que el autor del héroe de la clase trabajadora admitió por primera vez haber compuesto “How do you sleep? (“Cómo duermes?”), resentido por la pelea que había surgido entre Paul y el resto del grupo, un año antes de la edición de Imagine, disco que contiene la canción. El tema, grabado con George en guitarra slide, fue una contestación irónica al tiro por elevación que le había mandado Paul en “Too many People”. Ese diálogo indirecto entre ambos alimentó incluso el mito de la muerte temprana de Paul. “Aquellos locos estuvieron en lo correcto cuando dijeron que habías muerto”, le cantó John, en trance irónico.  ¿A quién le respondía?, al McCartney que se había burlado de sus pretensiones de predicador. Demasiada bronca para volver atrás.

Como fuere, medio siglo después The Beatles siguen derramando tinta de todos los colores, hacia todos lados y para todos los gustos. Esto, y sus inolvidables músicas, obvio, tampoco tienen vuelta atrás.