Parece increíble que en plena pandemia, donde las noticias de muertos y contagiados nos consternan, la novedad de la renuncia de Bernie Sanders a la contienda electoral en la capital del Imperio USA, se referencie con que es el candidato que promueve una salud pública gratuita de carácter universal, siendo que el presidente Donald Trump y su partido siguen oponiéndose.

Judith Butler, una de las intelectuales más importantes de este momento, en su artículo (https://www.lavaca.org/notas/el-capitalismo-tiene-sus-limites-la-mirada-de-judith-butler-sobre-el-coronavirus/), cuyo eje de reflexión es USA y las elecciones de ese país, afirma que el “Medicare (cuidados de la salud) para Todos” propuestos por Sanders y Elizabeth Warren le abrieron la posibilidad “de reimaginar nuestro mundo como si fuera ordenado por un deseo colectivo de igualdad radical, un mundo en el que nos unimos para insistir en que los materiales necesarios para la vida, incluida la atención médica, estarían igualmente disponibles sin importar quiénes somos o si tenemos medios financieros”. 

Me llamó la atención su esperanza en re imaginar un mundo de esa naturaleza ahora, cuando hace ya casi un siglo fue imaginado (por el socialismo primero) y puesto en práctica en sociedades capitalistas, desde principios del siglo XX. Primero por Alemania, por iniciativa del canciller Otto von Bismark, se instituyó en 1881 el seguro social dirigido a los trabajadores, el que incluía acceso a la salud y, luego durante y en la pos guerra de mediados del XX, por el plan Beberidge en Inglaterra. Se denominó Estado de Bienestar y se expandió por muchos países, incluida la Argentina

El caso de EEUU, que se autodenomina el más “desarrollado”, el más rico, el más poderoso, tiene a 27 millones de personas sin ninguna cobertura médica. No tienen Estado de Bienestar, solo escasos hospitales públicos que dan servicios muy básicos y cobran. El sistema de salud es privado y en manos de corporaciones tan poderosas que han logrado parar, en las cámaras, todas las iniciativas recientes de instituir un sistema público.

Ante la pandemia, aquellos países que consideraron que había que priorizar la economía (las ganancias y el lucro por encima del bienestar de la población), como EEUU e Inglaterra, entre otros, no planificaron ni gestionaron los recursos necesarios para prevenir los efectos desbastadores de la pandemia. Tuvieron que tomar decisiones para parar el contagio, algunos por haberlo vivido en su propio cuerpo.

Un ejemplo de la inhumanidad del capitalismo que promueven es la frase de Trump: “no vaya a ser peor el remedio que la enfermedad”, en la que fundamentaba por qué no tomó, al principio, medidas de cuarentena. Por todo ello es, en estos momentos, el país con más muertes de Covid-19. Siendo la ciudad cuna del capitalismo financiero, New York la más castigada. No sirvió de nada tener los mejores hospitales o centros de investigación del mundo, era necesario un buen sistema de Bienestar Social, parar la economía y evitar los contagios. La mayor cantidad de muertos en ese país, son de origen “latino”, los más pobres, marginados y sin posibilidades de tener servicios pagos de salud. La desigualdad estructural que todos queremos invisibilizar, se devela en acontecimientos como estos, en los cuerpos de aquellos que no tienen recursos “materiales necesarios para la vida, incluida la atención médica”, diría Butler.

El caso de Boris Johnson, el primer ministro inglés, es otra dura lección, al estar en terapia intensiva contagiado por el Covid-19, él, que auguraba para el resto de los ingleses la muerte: “se van a morir muchos de sus seres queridos”, pero no vamos a hacer cuarentena. Cualquiera podría decir que es un castigo divino, aunque no creo en eso. Finalmente, ante su ausencia, la reina tuvo que anunciar medidas de cuarentena, cuando también su hijo estaba contagiado. Murió un médico que había escrito a Johnson hace un tiempo, para que provea de elementos necesarios para enfrentar la pandemia, al hospital que trabajaba, sin éxito (ver “Doctor who pleaded for more hospital PPE died of coronavirus”, The Guardian.com).

Vale entonces recordar ahora, que el señor Johnson ha puesto en juego su propia vida y la del resto de su país, otro hito en el desarrollo del Estado de Bienestar: la publicación del Beveridge Report en 1942 acerca de la seguridad social, seguido por el proyecto difundido por Churchill como un White Paper en 1944 y el proyecto de National Insurance, convertido en la ley de 1946, el que llevó a asegurar a toda la población, y tuvo una importancia fundamental en la definición de la salud como derecho para todos los ciudadanos, a partir de la idea de Beberidge de que este seguro social debe ser «desde la cuna hasta la tumba». Vaya paradoja, ahora que en Europa los muertos por el Covid-19 no tienen derecho ni siquiera a que los velen después de haber muerto solos. 

Desde los millonarios, como el caso del presidente del Banco Santander (cuya hija escribió un twitt que se viralizó) hasta aquellos que solo son cifras estadísticas ¿Por qué será que nos llaman más la atención las muertes de los millonarios por Covid-19 que las del resto de la población, o los de aquellos que huyen de las hambrunas o las guerras y son dejados a su suerte para morir o las miles de muertes por hambre en el mundo? Los millonarios, los funcionarios gubernamentales y de multinacionales, han sido los primeros en contagiarse, al mismo tiempo que fueron seguramente los promotores de la globalización y de las medidas neoliberales que vinieron a desfinanciar, privatizar, empeorar la calidad de los servicios de salud de sus propios países y las del resto del mundo, para aumentar la ganancia de los sectores privados y profundizar las desigualdades sociales ya existentes. Esperemos que la calamidad que estamos viviendo les de algunas lecciones.

En mi país, Argentina, Ramón Carrillo, ministro de Salud en la primera presidencia de Perón, instituyó, creó y solidificó políticas públicas y se fundaron instituciones de alta calidad a partir de 1946, algunas que todavía existen, aunque deterioradas, desfinanciadas y transformadas por las sucesivas políticas liberales y neoliberales de los gobiernos posteriores. 

Carrillo propuso, para enfrentar la desnutrición y otras enfermedades endémicas, un Sistema Nacional de Salud de carácter nacional público y gratuito con el objetivo, entre otros, de mejorar las diferencias inter jurisdiccionales entre el centro y las provincias, tender a la igualdad y enfrentar el problema, a partir del acceso a la salud de toda la población y particularmente la sin recursos.

Parece mentira que luego de 70 años hayamos retrocedido, en nuestros deseos de igualdad en el derecho a la salud para todos y todas y tengamos las mismas preocupaciones y disquisiciones que entonces cuando surgieron estas iniciativas. En el caso de Beberidge, se promovía un “piso universal” de beneficios igual para todos los ciudadanos (trabajadores o no) y era partidario de continuar con el sistema de asistencia social para todos aquellos que no podían trabajar y que por lo tanto, no contribuían al sistema de seguro, una forma de garantizar un “piso social” para todos. Medidas que se están tomando en todos los países con gobernantes sensibles con la vida humana.

Henry Kissinger en un reciente artículo (https://www.infobae.com/america/eeuu/2020/04/05/henry-kissinger-la-pandemia-de-coronavirus-alterara-el-orden-mundial-para-siempre/) ahora apela a la solidaridad social para enfrentar la “agitación política” y promover medidas, eso sí, en orden a “salvaguardar los principios del orden mundial liberal”, siendo que ese orden es el que nos ha llevado a la situación en la que ahora estamos. 

La solidaridad aparece cuando la desigualdad y el dolor amenazan el orden estatuido. Sin posibilidades de enfrentar el virus, con instituciones, infraestructura sanitaria, y derechos sociales debilitados y la investigación científica de medicamentos, en manos de grandes monopolios lucrativos, a pesar de que se sabía que se venía otro virus que los científicos habían previsto, después del anterior Covid (ver https://www.eldiario.es/interferencias/Causalidad-pandemia-cualidad-catastrofe_6_1010758925.html). 

Las grandes empresas de medicamentos, unas de las actividades que mayores ganancias produce en el mundo, junto con la industria armamentista, no se puso a investigar el tema y todavía no ha dado respuestas para parar la pandemia. Hasta ahora son los investigadores de instituciones públicas las que están dando algunas respuestas.

A veces el capitalismo se aprovecha de las catástrofes y, como muestra Naomi Klein, en La doctrina del shock, lo hace para aumentar la ganancia y el lucro privatizando servicios de “ayuda” (ver https://www.lavaca.org/notas/el-desastre-perfecto-naomi-klein-y-el-coronavirus-como-doctrina-del-shock/). O como el Banco Central Europeo que anunció que inyectará 1,1 billón de euros y el FMI otro billón de dólares a la economía (léase apoyo al mercado financiero), dinero que tendría que ser utilizado para salvar vidas y no para salvar especuladores. 

Otras veces surgen iniciativas más igualitarias y humanitarias, o nuevos derechos que amplían el bienestar de las personas y disminuyen las desigualdades sociales, como luego de la Segunda Guerra Mundial en Inglaterra. Algunos auguran un mundo más humano post pandemia, igualitario, que no destruya la naturaleza, donde el lucro y la ganancia no sean los valores fundamentales. La esperanza es lo último que se pierde, sobre todo si aprendemos de las lecciones que atraviesan nuestras vidas y la política vuelve a ser la búsqueda del bien común y no la concentración de la riqueza en un mundo donde el 1% de los ricos acumula el 82% de la riqueza global (ver https://www.bbc.com/mundo/noticias-42776299).

*Socióloga y antropóloga