Contagio es una película de 2011 dirigida por Steven Soderbergh y protagonizada por Matt Damon, Kate Winslet, Jude Law, Laurence Fishburne, Gwyneth Paltrow, John Hawkes y Bryan Cranston. Sus similitudes con la situación actual estremecen. De hecho, a principios de este mes, algunas de estas figuras de Hollywood fueron convocadas por el Departamento de Salud Pública de la Universidad de Columbia para grabar un video de concientización sobre los recaudos que la población debería tomar para prevenir la propagación del coronavirus. Uno de los consultores médicos que asesoró al guionista en el film –el epidemiólogo Ian Lipkin– hoy tiene Covid-19. Aunque había quedado rezagada, en la actualidad, es una de las más vistas de la compañía Warner Bros, junto al eterno éxito de Harry Potter.

“La película me pegó muchísimo porque estuve en el CDC (Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades, EEUU​) dónde se rodó la mayor parte y trabajé allí hace algunos años. Me pareció un producto excelente, se nota que para el guion recibieron ayuda de un equipo de especialistas, gente que sabe cómo puede surgir y evolucionar una pandemia. Verdaderamente conmueve”, señala Alejandro Castello, docente e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes.

Para su redacción, el guionista Scott Burns se inspiró en la gripe porcina de 2009. Pensó en cómo un nuevo virus –el MEV-1– podría desencadenar una pandemia de dimensiones globales. Al momento de su estreno recibió buenos comentarios de la crítica cinematográfica pero también de la comunidad científica. La academia reconoció una correcta representación del modo en que se expanden los virus, los intentos de contención por parte de las autoridades políticas y los conflictos sociales y económicos que sobrevienen antes de la llegada de una vacuna. Veamos algunas de las similitudes y diferencias entre la situación actual y la imaginada en 2011. Por momentos el paralelismo es tan marcado que corta la respiración de los espectadores.

Una pandemia con origen en Asia

Personas con fiebre, dolor de cabeza y tos seca en distintas regiones del planeta. Se mueven, frecuentan a otras personas, tocan objetos, rozan superficies. Algunas vomitan, convulsionan y se desploman en el piso. Elizabeth Emhoff (Gwyneth Paltrow), pareja de Mitch (Matt Damon), es infectada y muere luego de volver desde Hong Kong por un viaje de trabajo. El siguiente en morir es su hijo. Hacia el final quedará claro que el virus es transmitido de los murciélagos a los cerdos y de éstos a los humanos. Y que Emhoff, luego de la investigación pertinente, fue el paciente cero que inició con la vertiginosa cadena de contagios.

Sin embargo, al comienzo, como ningún médico sabe de qué se trata la enfermedad comparan con otras epidemias; localizan denominadores comunes, hilvanan razonamientos, apelan a la lógica en medio de mera irracionalidad. La gripe porcina y la aviar quedan en el recuerdo de los personajes mientras vaticinan la llegada de algo más potente. La Organización Mundial de la Salud comunica partes de infectados y muertos alrededor del mundo. Cierran las escuelas, suspenden el trasporte público y las fronteras. El planeta se paraliza. Sin embargo, Castello apunta: “En la película se demoran muchísimo en entrar en cuarentena. Las autoridades nunca terminan de tomar esa decisión con una patología que, aunque se transmite por vías respiratorias, evoluciona hacia una encefalitis. No es como el coronavirus, cuya tasa de mortalidad, además, es mucho más baja. A diferencia del film en que los enfermos tienen una tasa de mortalidad del 25 por ciento, el Covid-19 posee una tasa que oscila entre el dos y el tres por ciento. Nosotros estamos achatando la curva gracias al aislamiento”.

“La gente se toca la cara entre 2 mil y 3 veces al día, de tres a cinco veces por minuto”, dice la Dra. Erin Mears (Kate Winslet), del Servicio de Inteligencia de Epidemias. “A veces la gente puede ser contagiosa sin tener síntomas”, apunta enseguida. Pronto, las familias comienzan a tomar precauciones: se desvisten antes de poner un pie en sus casas y se lavan bien las manos; empapan todas las superficies con desinfectantes. Ellis Cheever (Laurence Fishburne), un médico de renombre y director del CDC, es citado por los servicios secretos de EEUU como fuente de consulta. En una conferencia de prensa señala: “Prefiero que la noticia sea que exageramos a que muchos murieran por no tomar las medidas”. En este punto, el lector ya podrá notar que, pese a las diferencias, la comparación se estrecha en más de un punto. La ficción anticipa a la ciencia. El arte conmueve.

Científicos vs. chantas

Alan Krumwiede (Jude Law) es un blogger que con astucia procura sacar provecho de la crisis. En su sitio, visitado por millones de personas, sugiere la posibilidad de una conspiración, una mampara sostenida por lobbies de poderosas industrias. Luego propone que el virus puede funcionar como insumo para la elaboración de un arma biológica. Convencido de su relato lleva la historia a los diarios y se entrevista con periodistas pero no tiene demasiada suerte. Desde aquí, se advierte la disputa entre dos discursos: el científico vs. el pseudocientífico. Alan Krumwiede demuestra a cámara cómo un medicamento denominado “forsitia” le ayuda a recuperarse luego de haber contraído el patógeno y lo denomina “el suero de la verdad”. La gente ingresa a la farmacia por la fuerza a conseguir varias dosis. Este periodista siembra el miedo y reparte volantes con la leyenda: “Forsitia cura el MEV-1. Los centros de salud mienten, son cómplices de las farmacéuticas”.

“Están metidos los políticos, los militares, los medios. Los bloggeros en aquella época tenían mucha presencia en la esfera pública. Eran los influencers de la década pasada. Como antes eran menos influían más. Entonces, el film muestra a un personaje encarnado por Jude Law que intenta sacar ventaja de la situación vendiendo buzones. Recomienda medicinas falsas, arma un desastre increíble”, opina Castello.

Mientras tanto, el virus muta e incrementa su capacidad infectiva. La tasa de mortalidad alcanza el 25% y llegan a fallecer 30 millones de personas. En la población crece la incertidumbre; en internet circulan noticias sobre la posibilidad de que Francia y EEUU estén cerca de una vacuna. Otras indican que en India, una droga denominada “Rivabirin” ha demostrado efectividad. “Continuamos evaluando drogas y tratamientos pero la mejor defensa ahora es el aislamiento social. Lo que el señor Krumwiede esparce es más peligroso que la enfermedad”, apunta Cheever. Carrera internacional por una vacuna e infodemia, dos caras del mismo prisma a través del cual es posible abordar al coronavirus.

Hacia el final, un empresario le comunica a Krumwiede que forsitia no funciona y lo llevan a prisión por fraude, conspiración y homicidio. Sus fanáticos pagan la fianza y sale. El discurso de la comunidad médica-científica siempre se ha enfrentado con otros minoritarios que encienden la llama de la duda. Charlatanes que venden recetas mágicas, curas que sirven para aplacar los peores males. El cine se adelanta a la realidad pero también se retroalimenta a partir de ella. Los chapuceros no fueron creados en la pantalla grande. Por el contrario, existieron, existen y existirán en el futuro.

La cocina de la ciencia

La película exhibe con precisión el espacio de trabajo de los investigadores. Escenarios habitualmente vedados para la mayor parte de la población. Laboratorios que responden a diversos parámetros de bioseguridad y reciben las muestras. El personal, equipado con trajes herméticos, las secuencian y estudian el comportamiento molecular del virus. Recrean modelos para comprender cómo podría ingresar a los pulmones y al cerebro.

“En Contagio no se aborda el tema de los tests que para nosotros es fundamental en una pandemia como la actual. El diagnóstico es exclusivamente clínico porque las manifestaciones son patentes y el período de incubación es mucho más corto que el coronavirus. En dos días los personajes tienen la cabeza explotada”, plantea Castello. Y completa su análisis: “Para crear una vacuna se necesita que el bicho crezca en cantidad. En el CDC declaran que no se puede tratar la patología sin un nivel 4 de seguridad. Un investigador desobedece y gracias a eso pueden avanzar con los trabajos. Para los que trabajamos en el laboratorio esta película nos hace muchas cosquillas, nos sentimos tocados de una manera impresionante”, confiesa el virólogo de la Universidad Nacional de Quilmes.

Las autoridades sanitarias generan mapas que describen cómo avanza la pandemia a través del globo. Anuncian que no hay tratamiento ni vacuna disponibles, pero –como indica Castello– un médico en San Francisco logra cultivar el virus in vitro. El primer paso para desarrollar la cura, pero llevará tiempo. Los especialistas, conscientes de ello, comunican a la población todo lo que podrían demorarse los ensayos clínicos. Solicitan paciencia, explican que los procesos científicos no pueden responder de inmediato a la demanda social. Con el correr de los meses, una experta del equipo de Cheever se prueba una vacuna y tiene éxito.

Estados que intervienen para evitar el caos

Al advertir cómo avanza la epidemia, los profesionales de la salud realizan juntas médicas y discuten cómo le comunicaran al público las noticias sobre el avance del MEV-1. Calculan la velocidad de multiplicación del virus, predicen los problemas políticos, económicos y sociales que se avecinan. Desabastecimiento y pánico generalizado.

Preparan galpones y estadios de fútbol para que ingresen las camas cuando el sistema de salud se vea desbordado ante tantos pacientes infectados. Pronto, los servicios fúnebres colapsan, los familiares no pueden enterrar a sus muertos y, como resultado, se improvisan cementerios de ocasión. Militares controlan los pasos fronterizos y entregan raciones de comida. En algunos puntos de EEUU implementan el toque de queda. La premisa es sencilla: hay que frenar por todos los medios posibles que la situación se desbande. Algunos grupos de personas, desesperadas, asaltan las casas del vecindario en busca de comida y provisiones.

El fármaco comienza a producirse en serie y los gobiernos sortean quiénes se lo aplicarán primero. Aquellos que reciben su dosis tienen una pulsera y recuperan libertad. El resto debe permanecer confinado. El ritmo de la vida parece restablecerse.

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