En los cuerpos ya está ese llamado difuso a la sombra de Ubú Rey. Las palabras salen con bravura. Pueden quedarse estancadas como un eco inaudible que refleja un balbuceo tan dadá que provoca risa, o son dichas por lo bajo para que otrx las repitan. Pero el verdadero lenguaje, el que entiende lo guarango, la grosería como un gestus o la transpiración como otra forma de ese mundo asqueroso que Alfred Jarry llevó a escena, está en esos cuerpos que no paran, en esa acción un poco salvaje que desconcierta y atrae porque entra en un conflicto indescifrable con el texto. 

Invocar a un autor como Jarry implica un trabajo de descuartizamiento. Lo que importa es la lectura de esa esencia que puede traducirse como efecto, esa experiencia caótica que deberá reconstruirse en la materialidad presente del teatro de una manera nueva, inesperada. 

Esto es lo que logra Mariana Chaud al asumir la escena casi como un trance donde lo paródico le sirve para pensar un humor un tanto surrealista, hijo del nonsense como partículas que desploman temporalidades, que pueden asumir variadas referencias porque no están atrapadas en una historia. 

Su Ubú patagónico es una puesta en escena de procedimientos para acercar una sensación que podría parecerse a ese mundo dadaísta que Jarry anticipó a finales del siglo XIX pero con una corporalidad muy propia de está época, donde surge una voluntad de romper con las escenas, de crear un mecanismo para intervenirlas y así destruir su literalidad, de obligar al público a desentenderse de la anécdota como si el teatro fuera una bomba, un conjunto de misiles que rompen todo el tiempo con cualquier tipo de figuración, con algún comportamiento que pueda ser asimilable a la cotidianidad. 

Mariana Chaud reescribe los textos de Jarry como si su espectro pudiera situarse en escena en el momento que ella se caracteriza imitando la imagen del autor bretón en un travestismo silvestre de bigotes y tetas al viento. El tránsito teatral lleva a ese mundo patagónico, con una Madre Ubú cautiva y un fraseo gauchesco que establece una conexión con ese territorio aindiado y alucinado que evoca el ritual y lo inscribe en la línea de Antonin Artaud, de estéticas que conspiran contra el orden y la racionalidad para instalar una escena que se vive desde una percepción inenarrable.  

Se da aquí la posibilidad de ver el teatro como un ejercicio reflexivo. La incorporación de Jarry al ciclo “Invocaciones” supone hacer de la tradición una materia inspiradora, una herramienta para discutir con la actualidad del teatro pero también para generar un alerta frente a las costumbres. Obligarse a volver a ese momento donde la vanguardia se precipita, donde nace sin nombre, no implica una intencionalidad arqueológica. Lo que hace Chaud es convertir esta investigación en acción donde el verdadero conflicto pasa por preguntarse cómo se interpreta hoy esa escritura Patafísica. En el ciclo “Invocaciones” no se entiende a los autores como teorías a aplicar sino como posiciones escénicas que trazan discusiones. En el caso de Jarry se trata de extirpar su alma bufona para llevar la escena a esa abstracción del sin sentido. 

En los cuerpos, que son la verdadera dramaturgia de la obra, lo inanimado, cierta imagen hueca de la marioneta o el maniquí convive con una gestualidad satírica. Hay un ir hacia la animalidad que no solo se manifiesta de modo directo en esas sonoridades de pato, en las escupidas como una lluvia imperfecta, en esa voz ancestral que interrumpe la palabra. La actuación es creada como una construcción física, como una totalidad sabia que el teatro despliega. M

Jarry, Ubú patagónico, con las actuaciones de Mariana Chaud, Laura Paredes, Marcos Ferrante, Nicolás Levín y Santiago Gobernori se presenta los lunes a las 21 en Espacio Callejón.