Hace dos meses Rosa Rodríguez Cantero, una poeta de pelo verde, se bajaba del 159 que la traía del conurbano a la plazoleta que está frente al Centro Cultural Néstor Kirchner. Habíamos concretado una cita para conversar sobre su último libro de poemas “El amor en tiempos de PAMI” (Puntos Suspensivos Ediciones): “Tocarnos, reconocernos/ descubrirnos sin tapujos/ sucumbir ante el embrujo/ de un cuerpo sexagenario”, cita en el prólogo María Laporte con un rotundo “acá estoy y acá estamos, acá están nuestros cuerpos para seguir viviendo la vida”. En ese tiempo de no pandemia, Rosa se acercaba a nuestro punto de encuentro a paso lento, apoyada en un bastón que había incorporado a su vida cotidiana después de haber perdido el equilibrio en la calle un par de veces. Entonces, sus días transcurrían entre talleres, charlas, presentaciones, encuentros amorosos y el libro de poemas siempre en la cartera para hablar por ella de su libido fermentada. Ni el bastón, ni el asma, ni los meniscos maltrechos la frenaban; a la hora del goce, decía: “Dejo que fluya y la verdad es que la mayor parte de las veces no tengo ningún problema, salvo que no me puedo poner en cuatro”, y subrayaba la provocación con una sonrisa.

La cuarentena fue un corte abrupto. Desde aquel momento, Rosa cumple con el aislamiento obligatorio en el monoambiente de zona sur, en un edificio que ella describe como “la vecindad del Chavo”. Una de sus hijas -tiene 5, 11 nietxs y 2 bisnietxs- le lleva la comida y se la deja en la mesa. No tienen contacto porque además de estar dentro del grupo de riesgo por su edad, a Rosa le diagnosticaron Epoc hace seis años, se lo atribuye a los trabajos de limpieza que realizó durante dos décadas en una casa en donde todas las personas fumaban. A pesar de los límites infranqueables de este momento, la poeta sabe lo que quiere y lo quiere ahora: “Coger hasta las últimas consecuencias o a pajearse que se acaba el mundo”.

--¿Cómo estás pasando la cuarentena?

A pura paja (risas). Tengo la vida muy desorganizada y la incertidumbre que tenemos todes. Se que esto para mí viene para largo, por mi enfermedad probablemente tenga que quedarme guardada hasta que pase el invierno. Hago un poco lo que quiero, como estoy sola no jodo a nadie. Me refugio en escribir. Este año iba a salir mi próximo libro “Lo senil no quita lo caliente”, aunque ahora todo es incierto.

Rosa tiene 73. A los 16 se casó para liberarse del mandato de cuidar a sus cinco hermanos, pero ese intento de fuga terminó siendo todo lo opuesto a la liberación. Ahora, mientras pasan lentas las horas del aislamiento obligatorio, está escribiendo un fanzine sobre sexo y amor, pero hace 60 años sus relaciones sexuales se reducían a lo que su marido quería sin que ella pudiese siquiera hacer un ruido

--¿No disfrutabas de joven?

--¡No podía! Yo pensaba que el sexo era eso, no imaginaba que, por ejemplo, podía decir lo que me gustaba. Tampoco me animaba...

--¿Por qué?

--Creo que fue por una experiencia muy triste que tuve con mi ex marido. Cuando llevábamos dos años de casados me pidió que le hiciera sexo oral. No me daba asco ni nada, pero yo sabía que lo iba a usar en mi contra. Estuvo un año taladrándome la cabeza hasta que finalmente accedí. Cuando terminamos, él me dijo: “Así me metes los cuernos, puta de mierda. Yo a vos no te beso nunca más en la boca”. Así fueron los siguientes 10 años que estuve casada con él. Nunca más me besó.

--¿Qué pasó cuando te separaste?

--¡Ahí sí me liberé! (risas). A los 32 conocí a un chico 10 años más joven que yo, pero no se lo conté ni a mi mejor amiga. Fui a su casa, comimos unas empanadas, un vino, cogimos y yo encaré para irme a mi casa. Él me pidió que no me fuera y tuvimos sexo dos veces más, yo no lo podía creer, disfruté por primera vez de coger, después lo dejé y conocí a un viajante que venía seguido al Chaco que era donde yo vivía. Íbamos a un telo que tenía habitaciones como bungalows con cortinas. En ese momento trabajaba de cocinera y entonces para mis hijos no era extraño que pasara la noche afuera. Cogía de lo lindo, pero esa historia se terminó porque él estaba casado. Fue en el 82 que nos despedimos y lloramos un montón. Al mes siguiente hubo una gran inundación en Chaco y perdimos todo, con un metro y medio de agua en mi casa me entero de que estaba embarazada.

--¿Qué hiciste?

--Me vine a Buenos Aires y empecé a trabajar como empleada doméstica cama adentro. Tuve a mi hija y después empecé a traer al resto. Era todo supervivencia. Mis hijas y mis hijos se fueron armando hasta que se casó la última. Me jubilé y empecé a hacer talleres de escritura en Berazategui, Avellaneda y Lomas de Zamora, me formé. A pesar de que yo había leído mucho en mi casa de la infancia, cuando le dije a mi familia que quería ser poeta, me respondieron: “Las poetas son locas o son putas”, por eso tuve que retomar a los 60.

--¿Ahí empezaste a escribir poesía erótica?

--Pasó algo muy raro, una de mis profesoras de 29, otra compañera tenía 50 y yo, que estaba por cumplir 62, teníamos historias con tipos muy parecidas. Los tipos te insistían mientras decías que no pero cuando decías sí, se escapaban como si te quisieras casar ¡y lo único que quería era echarme un polvo!; mucho histeriqueo sin importar la edad. Entonces los días de lluvia, a través de mensajes de texto, empezamos a escribir poesía con un grupo de amigas contando estas cosas. Era con rima y en cuartetos, gastamos fortunas en tarjetas de teléfono. Yo después los compilaba en la compu y así salió “Pólvora en chimangos” (Puntos Suspensivos), el primer libro que publicamos. Un poco este libro fue para derribar esa represión y muchas otras que compartíamos.

--¿Y lograste finalmente lo que querías?

--Antes de todo lo de la pandemia tenía un chongo.

--¿De tu edad?

--No, tiene 20 años menos.

--¿Cómo empezó la historia?

--Nos conocíamos desde hacía tiempo, pero una vez me escribió un mensaje durante la madrugada diciéndome que estaba loco por mí. Yo pensé que estaba borracho o drogado, ni le contesté. Eso fue a las 3 de la mañana, a las 5, recibo otro más directo: quiero coger con vos y que me cojas. Tampoco respondí. Al mediodía de ese día me escribió pidiéndome disculpas, pero me dijo que no se arrepentía de nada de lo que me había dicho. Al principio me resistí, después le di para adelante.

--¿Y dónde se encontraban?

--Generalmente él venía a mi casa a la mañana, ahí yo le avisaba a mi nieta de 20 que no baje y ella ya sabía, a veces me preguntaba si tenía forros a mano y siempre se preocupaba: “Cuidate, abuela”. Otra veces no nos vemos pero nos decimos cosas por WhatsApp y eso termina en tremendas pajas.

--¿Con cámaras?

--No, no me animo porque no las se manejar muy bien.

--Decime que no rompiste la cuarentena para verlo...

--¡No! (risas) Para mí la masturbación siempre es una vida de escape, se encuentra placer, se descargan tensiones, de generar esas hormonas que dicen que son buenas para el cuerpo. Yo lo asumí tarde, por suerte ahora no tengo que reprimirme.

--Volvamos a esas mañanas de encuentros ¿Cómo te preparabas?

--Antes no me depilaba el pubis, pero como vi que ahora un poco se usa, lo empecé a usar. Después me ponía crema, elegía la ropa. No tengo mucha historia con mi cuerpo, a este le dije: “Mira que yo tengo el cuerpo como el de tu vieja, eh”. Él me respondió “qué me importa”.

--¿Siempre tuviste amantes o romances desde que te separaste?

--¡No! Estuve casi 20 años sin tener sexo. Hubo una época en la que trabajaba todos los días menos los miércoles, ahí también me había enganchado un pibe que tenía un departamentito vacío justo los miércoles en Once. En ese momento yo tenía 4 nietos y con mis hijos no era todo tan abierto como ahora y lo dejé, teníamos una relación como de 3 años.

--¿Por qué lo dejaste?

--Creo que la cuestión social. Fundamentalmente de estar cogiendo y ser abuela. Tenía un montón de prejuicios, me daba cosa la cuestión de la edad pero no se lo contaba a nadie. Y ahí tenía 45, desde ahí a los 70 nada.

--O sea que los años se llevaron los prejuicios.

--Sin dudas. Ahora tengo toda la libertad de decir lo que me gusta. Que se pajeen por mí, me gusta.

A la gente de mi edad le cuesta mucho asociar el sexo al disfrute, porque el sexo era una obligación. Para la reproducción y para que el marido se sacara las ganas porque si no te dejaba por otra. No pasaba por pedir que te hagan lo que te gusta porque ni sabías qué era lo que te gustaba. ¿Cómo vas a saber que el sexo es otra cosa si nunca tuviste la oportunidad de llegar a eso? Yo no sabía que se podía disfrutar.

--¿Recordás cuando sentiste ese disfrute por primera vez?

--¡Ay si! Cuando estaba con el pibe aquel, al que veía cuando todavía estaba con mi marido pero dormíamos en camas separadas. Llegué a mi casa después de coger y sentí una cosa rara: felicidad.

--Contame algo parecido a esa felicidad en este tiempo.

--El dormitorio de mi monoambiente da a la calle y la cama está contra la ventana, cuando cogíamos con el chongo gritábamos bastante. Nos reíamos un montón de eso, a mí me encanta jugar y ser una puta, eso me vuelve loca, cuando me dice puta me vuelve loca.

--Puta, loca y poeta…

--Me encanta. Igual no se trata de lo que hago, hay fantasías también, sobre todo en el primer libro. Y también me gusta reírme, cuando me pusieron la primera prótesis le dije a mi profesora que me iba a costar mucho chupar pijas. Y el primer poema de El amor en tiempo de PAMI dice: “el bastón y la renguera/ no serán impedimentos/ para tener sexo violento”.

Pareciera como que en la vejez se invisibiliza el goce...

Y sí, pero yo siempre digo que después de la menopausia cerré la fábrica y abrí el parque de diversiones. Me acuerdo la primera vez que salí con este chico con el que estoy ahora, me preocupé por si iba a lubricar o no. Tenía vaselina en la mesita de luz y después deje que fluya. Al final no necesité.

¿Que hacés para que fluya?

Yo estaba caliente con el pibe, entonces tampoco me fijé una meta como lubricarme o tener un orgasmo. Tengo graves problemas para flexionar las piernas, en esta rodilla tengo el menisco roto y esta otra esta a punto de romperse y la verdad es que en ese momento ni me acordé de las rodillas. Al principio obvio que pensé me pongo arriba, abajo...pero después me olvidé. Igual en cuatro no me puedo poner ni en pedo

¿Y te molesta que te vean en público con alguien más joven?

No, para nada. Con este nos chapamos y nos manoseamos en la puerta sin problema. Entramos a mi casa y ya nos sacamos la ropa.

Ningún preámbulo…

Después tomamos cafecito. Igual es un break y después de vuelta.

Ahora toca esperar…

Si, esto va a pasar, espero que mas temprano que tarde

¿Tenés miedo?

Lo peor que me puede pasar es morirme, y la verdad es que espero que llegue tranqui, aunque las probabilidades no me juegan a favor. No hubo ni hay longevos en mi familia. Mi mamá se fue a la 55, de cáncer, mi viejo a los 73, de la misma enfermedad. Un hermano, a los 38 en un accidente de auto, y otro hermano a los 64. Sospecho que me moriré pronto, pero ya no me asusta. Lo que viví, fue y sigue siendo hermoso.