Las raíces se hunden en la tierra como los muertos. Ahí debajo, en ese infinito manto negro, van a parar también sus secretos. ¿Qué pasaría entonces si alguien pudiese ver con los ojos de la tierra? Si fuese una chica. Frágil, huérfana. Decidida a escuchar esos secretos. ¿Qué le contarían los muertos en un barrio desguazado del conurbano bonaerense? La imagen se le impuso a la escritora Dolores Reyes cuando un compañero del taller literario al que asistía leyó una frase que creció adentro suyo como una hiedra: “tierra de cementerio”. Entre esas palabras se le apareció, casi como una visión, una nena sentada, con el pelo llovido, comiendo esa tierra hecha de historias silenciadas. Lo que floreció, cuatro años después, fue una novela de bordes filosos que se alimenta tanto del espanto como de la ternura. Cometierra (Editorial Sigilo) aparece tallada por una pregunta tan poderosa como cautivante: ¿con qué se encuentra esa chica que tiene acceso al mundo de los muertos?

“A la memoria de Melina Romero y Araceli Ramos. A las víctimas de femicidio, a sus sobrevivientes”, escribió Reyes en la breve dedicatoria que lleva la novela. Apenas unas líneas que funcionan como antesala del horror que se avecina. Porque a “cometierra” –como llamarán a la protagonista de esta historia–, la tierra le habla de mujeres que fueron violadas, mutiladas, torturadas, golpeadas, asesinadas, desaparecidas. La tierra le dirá dónde están esas mujeres, qué hicieron de ellas. Mujeres a las que, casi como un giro macabro del saber popular, se las traga la tierra. Y cometierra será invadida, en su pequeña casa de chapa y madera en la que vive con su hermano Walter, por familias destrozadas en busca de respuestas. Hombres y mujeres que le ruegan por conocer esas visiones profanas.

“Desde un principio yo no lo tomé como un elemento fantástico. La adivinación estuvo presente en todas las culturas precristianas. Desde los auspicios que se leían en el vuelo de las aves en el Imperio Romano, que duró mil años. O el oráculo de Delfos. Incluso eran parte del Estado”, aclara Reyes en relación a ese trazo sobrenatural que recorre su novela. “Para las culturas antiguas, la americana por sobre todas, el principio femenino es la tierra: la Pachamama. La tierra como una fuente de poder, dadora de vida. De alguna forma la que recibe tu cuerpo cuando ya se va. En la tierra se esconden las memorias de los cuerpos y también una posibilidad vital”.

En poco menos de un año, Cometierra pasó de ser un fenómeno de culto a convertirse en un best seller que en Argentina va por su quinta edición y que será editada por HarperCollins en Estados Unidos, además de que ya tiene prevista su salida en Inglaterra, Francia, Italia, Holanda, Polonia, Australia y Turquía. “Yo quería contar la historia desde una lengua particular, que se reconozca en cualquier parte del libro. La voz de pibes y pibas del conurbano súper golpeados, con la violencia de género como algo casi omnipresente. Pibes y pibas enojados, retraídos, que hablan poco y tienen contestaciones brutales”, aclara Reyes. “Ahora, yo puedo describir esa voz o contarte un terreno con alambre y reja con candado. Pero la violencia de género, los cuerpos sustraídos que terminan en una fosa, la identidad negada. Lo que se destruye ahí llega a todo el mundo”.

Para Dolores Reyes, cuarenta y un años, docente, militante feminista, madre de siete hijos, esa explicación sobre lo que acecha en el fondo de Cometierra solo se puede abrir cuando el proceso de escritura terminó. “Nunca quise hacer una novela que fuera una bajada de línea ni un panfleto. Los escribo desde los catorce años, y la literatura es otra cosa. Cuando aparece la voluntad del autor, chau, ese libro no me interesa”, asegura. “Los materiales no los tomo del aire, los tomo de la sociedad en la que vivo. Entonces eso ya está en la literatura. Lo que se puede hacer en la literatura es sensibilizar, quebrar el automatismo”.

En ese corrimiento relucen los detalles que Reyes captó de su entorno más cercano para darle vida a los personajes de su novela. El reggaetón de Ozuna, las noches interminables de Playstation, la cerveza que gira en una ronda tumultuosa, el rocanrol, el abandono escolar, las changas, las peleas afuera de los boliches, los complejos entramados familiares. Entre las calles de su barrio en Caseros y las de Pablo Podestá –donde trabaja en la secretaría de Escuela Primaria Nº 41–, fue recolectando los elementos que permearon esa visión inicial de una nena que se encontraba a los muertos cuando comía tierra. Le dieron los materiales para moldear una atmósfera feroz y solitaria con la que alcanza a pintar el mundo, en palabras de Tolstoi, pintando su propia aldea.

Cometierra se despliega a través de capítulos breves que funcionan como postales percudidas, como puntas de un iceberg cuyos desprendimientos se estrellan en las profundidades del relato. Escrita en inhóspitas jornadas que iban de las cinco a las siete de la mañana –el único horario que Reyes tenía “libre”–, también en algunas tardes con Pantera como banda de sonido –lo único que le hacía competencia a los gritos en su casa–, el corazón de Cometierra se va asomando en párrafos que se sienten como versos. Reyes salpica el relato con líneas que tajean la lectura. Un pulso vertiginoso que ella adjudica al incansable trabajo en los talleres dictados por los escritores Selva Almada y Julián López. “Con cada capítulo que compartía en el taller me iba dando cuenta de que escribía algo que ya estaba viendo. La literatura es un trabajo de búsqueda. Buscar la voz, el cuerpo, los vínculos a los personajes, sus historias, de dónde vienen. Cuanto más adentro estás, mejor”.

-¿La literatura es también un camino para transformar la realidad?

-Siento una analogía con el personaje de Cometierra, porque la literatura puede ver pero no puede solucionar. Ahora, tampoco estamos solucionando las cosas desde otro lado. Estamos cada vez peor. Bajan las horas entre femicidios. A mí me interesa mucho apuntar a un público joven. Hay un sector de adultos muy agarrados de sus privilegios de género, que la única respuesta que tienen es la violencia. Los pibes pueden construir relaciones mucho más saludables que estas que les muestra el mundo de los adultos. No tenemos que formar mujeres en el miedo. Formemos hombres que no sean agresivos, violadores, femicidas. Educando en el respeto, el consenso, distribuyendo las tareas de otra forma, no verticalizando los lazos sociales.

-Por más de que no te hayas planteado hacerlo, ¿esos valores se transmiten a través de la novela?

-Lo que pasa en una novela es algo que está más allá de las cifras. Se modifican las sensibilidades y eso te puede llevar a replantearte lo que pasa a tu alrededor. Aunque depende de muchos otros factores. Si yo digo que hubo “x” cantidad de femicidios, puede ser mucho o poco para vos, pero si vemos las formas de la crueldad, cómo nuestra sociedad genera violadores a granel, impacta de otra forma. O sentir cómo se absorbe la vida de una chica cuando la matan, cuando dicen "era fanática de los boliches", "había dejado la escuela", cómo la existencia entera se absorbe con una sentencia. Lo que intenté fue hacer que el lector sintiera esa pérdida enorme. Después hay que ver qué hace cada uno con eso.