Desde Río de Janeiro.

La crisis en Brasil alcanzó un nuevo peldaño, elevadísimo.

Ahora, es posible afirmar que el gobierno del ultraderechista Jair Bolsonaro se acabó.

Puede que se inicie un segundo periodo con el mismo titular, pero en condiciones de una fragilidad escandalosa y con un plazo imprevisible.

La figura más popular del gobierno, el hasta el viernes ministro de Justicia y Seguridad Social, Sergio Moro, actuó exactamente como Bolsonaro había actuado con él: de manera traicionera.

Luego de largas negociaciones con Moro el jueves, en la madrugada Bolsonaro emitió un decreto presidencial cesando al director general de la Policía Federal, que en Brasil funciona como una especie del FBI de Estados Unidos, Mauricio Valeixo. Era todo lo que el ministro no quería.

Moro le respondió a la misma altura: convocó una atípica conferencia de prensa (sin espacio para preguntas) y anunció que tan pronto saliese de donde estaba, el auditorio del ministerio de Justicia, presentaría su renuncia. O sea, informó al país, con transmisión en vivo, lo que diría después al excelentísimo señor presidente de la República.

En el gobierno, tan pronto se supo de la iniciativa de Bolsonaro de cesar al director general de la Policía Federal, un núcleo específico se irritó profundamente: los cuatro militares de alto rango que ocupan despachos en el palacio presidencial.

También ellos se sintieron traicionados por el presidente, ya que habían pasado el día anterior tratando de convencer a Moro que permaneciera como ministro de Justicia. De inmediato surgieron rumores de que estarían “re-examinando su permanencia en sus puestos”.

A las cinco de la tarde del viernes el presidente hizo un insólito y largo (casi una hora) pronunciamiento a la Nación.

Aseguró que es un tipo honesto y que trata de salvar al país.

Dio ejemplos de semejante esfuerzo. Dijo, por ejemplo, que ordenó que se apagara el calentador de la piscina de la residencia oficial, y que determinó cambios drásticos en el menú, con tal de ahorrar dinero público.

Luego enumeró una serie de iniciativas semejantes, como para dejar claro que su compromiso fundamental es con la nación, y no quiere beneficios personales.

También contó que Moro, en la víspera de la fulminación del director de la Policía Federal, le pidió que esperase hasta noviembre, cuando se abre una plaza en el Supremo Tribunal Federal.

Cuando llegase a esa fecha, él, Moro, sería nombrado para la Corte Suprema y el director podría finalmente ser catapultado.

El pronunciamiento de Bolsonaro ha sido un desastre sin límites.

De inmediato, Moro lo desmintió, con un argumento lógico: si su objetivo fuese ser nombrado, bastaría con quedarse donde estaba.

Además, acusó Bolsonaro de intentar manipular la Policía Federal. Sin ser explícito, dejó evidente que tal manipulación tendría por objetivo proteger al menos a dos de sus hijos, el senador Flavio y el concejal Carlos, de las investigaciones de la Federal determinadas por la Corte Suprema.

El primero, por quedarse con la mayor parte de los sueldos de asesores fantasma en sus tiempos de diputado provincial por Rio. Y el segundo, por controlar un ejército de robots que activan las redes sociales convocando a manifestaciones públicas que reivindican un golpe de Estado.

Por esas afirmaciones, la fiscalía general de la Unión pidió al Supremo Tribunal Federal que abra una investigación. Ahora, Moro podrá ser convocado a presentar pruebas.

Bolsonaro no rozó el tema en su larguísimo pronunciamiento.

Sergio Moro es un asiduo actor en las redes sociales. Se supone que tendrá muchas pruebas de sus conversaciones con Bolsonaro por los medios digitales.

En el caso de que haya mentido, tendrá que responder por cargos graves e infundados contra el presidente de la República.

Pero conviene recordar que Moro es un hábil manipulador, que ha sido un juez parcial y de una deshonestidad a toda prueba al actuar de manera decisiva para meter preso a Lula da Silv –condenado por él en sus tiempos de juez de primera instancia– e impedirle disputar las elecciones de 2018. Así facilitó la elección del desequilibrado ultraderechista Jair Bolsonaro, y alcanzó, como premio, el ministerio de Justicia.

O sea: seguramente tiene en su poder pruebas de lo que dijo.

Moro es un elemento despreciable bajo cualquier aspecto, pero no es para nada un idiota: ayer lanzó su candidatura para las próximas elecciones.

Ah, sí, dos detalles finales: todo eso ocurrió en medio de una pandemia que se muestra cada vez más descontrolada en Brasil.

Y en el pronunciamiento de Bolsonaro, solamente uno de los ministros, no ostentaba saco ni corbata y, además de usar mascarilla, estaba descalzo: Paulo Guedes, el ex funcionario pinochetista que ocupa la cartera de Economía.

Todo indica que será la próxima víctima de la guillotina presidencial.