En toda la corriente escultórica dedicada a hacer arte con desechos, Carlos Regazzoni destacaba particularmente: los hacía con restos de vagones y material ferroviario, en general metales, que son de muy difícil manejo. Con ellos forjó –literal y metafóricamente- una prolífica y exitosa trayectoria artística hasta su fallecimiento este domingo con 76 años. Regazzoni llevaba un tiempo internado en el Hospital Italiano y la noticia la difundió en las redes sociales su hijo, el médico y político Carlos Javier Regazzoni (ex director del PAMI durante el gobierno de Mauricio Macri).

Regazzoni padre instaló su vivienda y taller en Retiro, muy cerca del complejo de estaciones terminales del tren, su principal fuente de material artístico y primera inspiración. El espacio estaba a 20 metros de la puerta del Museo Ferroviario, sobre Avenida del Libertador. El escultor comenzó su camino pintando la electrificación del Tren Roca en Longchamps, donde vivía de chico. Con los años ese acercamiento al universo ferroviario se profundizó y se amplió en distintas direcciones. El desmantelamiento que propició el menemato le dejó servida una cantidad ingente de materia prima y por entonces su obra alcanzó nuevos niveles de sentido. Ya no era sólo el reutilizar material desperdiciado, sino el trasfondo social y económico que había llevado a ese desecho. Era “arte chatarra” en todo sentido posible.

En público, Regazzoni solía vestir de overol sucio, como si se la pasara debajo de una locomotora que necesitaba arreglos para volver a las vías. Su pinta “de linyera”, como se lo describió alguna vez, no le impidió el éxito internacional. Se ufanaba de su esculturas vendidas a estrellas del mundo del espectáculo, como Antonio Banderas o Madonna. Ese alcance le llegó con el documental de Franck Joseph El hábitat del Gato Viejo, que recibió varios premios y le permitió a Regazzoni instalarse un tiempo en el castillo de Fontaine Française. Solía sostener un discurso anti-sistema y para muchos eso lo ubicaba en las antípodas ideológicas de su hijo, vinculado al macrismo.

Además de los temas ferroviarios, el escultor también trabajaba en torno a las figuras de insectos (como las hormigas metálicas que “recibían” a quienes visitaban su atelier) y animales. Durante años contó que tenía una escultura inspirada en el cuadro El malón y sus caballos, para vender a la Ciudad e instalarla en una peatonal porteña, pero se quejaba de que a los gobernantes “sólo le interesaban los espectáculos”. Pese a eso, sus obras sí llegaron a distintos espacios públicos. Hay algunas en Palermo, y en Pico Truncado, Santa Cruz, hay un “Bridasaurio” de 17 metros que realizó con desechos petroleros. Todo un modo de decir, siempre, sobre los modelos productivos del país.