Las situaciones de emergencia suelen desnudar, entre otras cosas, lo mejor y lo peor de cada persona. No importa el ámbito, las buenas intenciones se profundizan tanto como la mediocridad. Y el tenis, uno de los ecosistemas más desiguales del deporte, está lejos de ser la excepción.

El brote de coronavirus atacó sin piedad en cada rincón del planeta, se desconoce cuándo podrá volver el circuito a la normalidad -si es que lo hace- y la enorme mayoría de los tenistas no puede percibir ingresos por su trabajo. Por eso Novak Djokovic, número uno del mundo y presidente del Consejo de Jugadores, ideó un plan solidario con el apoyo de Roger Federer y Rafael Nadal, también integrantes del panel: los primeros cien singlistas y los mejores veinte doblistas aportarían dinero para ayudar a los que se ubican entre los puestos 250 y 700, los más damnificados por el parate. La ATP y los cuatro Grand Slams también harían una gran contribución. ¿El objetivo? Lograr un fondo de 4,5 millones para que cada uno de los más golpeados pueda recibir un auxilio de diez mil dólares. Aquí se vio la faceta más empática.

Dominic Thiem, por caso, exhibió la contracara : “Ninguno de los jugadores de menor rango tiene que luchar por su vida. Conozco muchos que son poco profesionales y no se comprometen al cien por cien. No veo por qué debería darles dinero, ninguno se morirá de hambre”. El austríaco, número tres del ranking, parece haber olvidado su pasado: alguna vez fue el 300 del mundo, tuvo que pasar por la picadora de carne que destruye la ilusión de miles de jugadores y debió batallar en los Futures, torneos del escalón más bajo con premios paupérrimos.

La inequidad monetaria es un problema sustancial pero la falta de solidaridad ataca directo al corazón de los que viven del día a día en el circuito. Es difícil explicar, además, desde qué pedestal moral pretende hablar un jugador para decir que otros colegas se esfuerzan menos que él. La meritocracia, en el tenis, también es un flagelo difícil de erradicar.

Thiem embolsó, en todo 2019, poco más de siete millones de dólares en premios oficiales, más casi dos por jugar apenas trece partidos en 2020. Todo eso, claro, sin contar lo que percibe por sponsors, derechos de imagen y otras acciones. Según el plan de Djokovic, le correspondería poner 30 mil dólares, una cifra que no le afectaría en lo más mínimo.

El alemán Dustin Brown, ex 64º de ATP, le disparó sin tapujos y le dio una lección de conciencia social: “Desde 2004 viví en una caravana y me sostuve semana a semana con el dinero que ganaba. Por perder la primera ronda en un 10K (torneos de diez mil dólares) ganaba US$ 117,50 menos impuestos, por eso encordaba raquetas de otros jugadores por cinco dólares. Si esto hubiera sucedido por entonces me habría costado la carrera”.

El tenis es un deporte muy caro y este tiempo no hace más que recrudecer la disparidad entre los distintos niveles, un problema del que se aprovechan, por ejemplo, las mafias de arreglo de partidos. Si el 400 del mundo pudiera vivir de su deporte no tendría necesidad de aceptar un soborno en plena situación de vulnerabilidad, en momentos en que no sabe si tendrá dinero para seguir. Parece que Thiem hizo mérito suficiente como para abstraerse de toda realidad. Eso nos obliga a explicarle, con humildad, una cuestión elemental: todos los jugadores tienen derecho a sobrevivir.

Como decía Eduardo Galeano, la caridad se practica de arriba hacia abajo, es vertical, mientras que la solidaridad es horizontal y se ejerce de igual a igual. Y el contexto no hace más que mostrar quién es quién en la guerra contra la pandemia.

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