¿Por orden alfabético o por género? La pregunta que siempre aparece antes de ordenar la biblioteca. Tarea que en principio parece tortuosa pero luego atrapa. Eso sí: jamás quedo contenta con el resultado. No sé ya qué día va de cuarentena e infructuosamente intento por orden alfabético. Ideal nunca alcanzado. La segunda opción termina resultando más fácil. Pero aparecen algunos dilemas: los libros inclasificables, ¿a dónde van? ¿Cuál es la clasificación que luego servirá? ¿Es pecado mezclar la astrología con Sartre? También descubrimientos: tengo más poesía de lo que pensaba. Y, para mi desilusión, menos novelas.

Limpio primero el polvo que se les acumula abajo y mientras los voy acomodando, disfrutando del contacto, empiezo a clasificarlos silenciosamente. Sigo en lo concreto la línea del género pero por dentro no hay ningún orden estricto que pueda materializarse afuera, en los estantes de madera ahora reluciente que me miran desde la pared blanca. Hay un orden caprichoso en torno al pasado, presente, futuro. Orden que obedece menos a alfabetos y géneros que al propio mapa emocional.

Libros del yo pasado: aquellos en que me veo amando algo que ya no amo con la misma fuerza o que apenas defiendo. Fanatizada con alguna corriente literaria, alguna teoría, alguna revolución. En esos libros me veo mucho más joven e inocente. Con nostalgia y ternura como si fuera un personaje de una novela de otra época. Con cierta melancolía de la que ya no seré. Luego están los autores con los que hubiera querido hablar por teléfono, parafraseando a Salinger (“los libros que de verdad nos gustan son esos que, cuando acabas de leerlos, piensas que ojalá el autor fuera muy amigo tuyo, para poder llamarle por teléfono cuando quisieras”, El guardián entre el centeno). Deseo que se mantiene; continuidad entre pasado y presente.

Préstamos que -¡perdón!- no devolví. Los que esperan. Los que faltan. Huecos que se transforman en puteadas. Huecos como tumbas sin cuerpo. Sacrilegios en las colecciones.

Otros parecen hostigar, perseguir, hace ya tantos años varados sin ton ni son. Son como sujetos indeseables y pesados. Sí: debería despedirlos. "Soltar", como se dice ahora. Ver si a otrxs pueden servirles. De ninguna manera pienso que los leeré, pero de nada me cuesta más desprenderme que de los libros. No aplica aquí el método de Marie Kondo. Romantización de la cuarentena y del libro. La maldición, intacta, de sentir que tengo muchos más de los que leo y leeré. Es decir: según mi biblioteca soy una persona mucho más culta de lo que efectivamente soy. Me siento un poco hipócrita con ello.

Volver a sentir cosquilleos con los libros hermosos. Los subrayados, ultrajados, escritos con lapicera. Los que son puente con personas que hoy no podemos siquiera ver. El que me regaló un amigo y me transformó para siempre; el que une a un viejo amor. El que le regalé a mi viejo para leerlo yo. Los que recuerdan algún viaje muy querido. Las guías de turismo mezcladas con novelas. Las fotos de los abuelos resguardadas entre páginas de color avejentado. Los señaladores que pensaba que no tenía.

¿Qué importa si es ficción, no ficción, filosofía, sociología, antropología, autoayuda? Encontré, sí, un libro de autoayuda… y una novela de Coehlo tristemente envuelta en papel film. Gilles Deleuze lo explica mejor. Habla de filosofía puntualmente pero… ¿importa? "Lo que no importa un bledo es que ustedes encuentren lo que les hace falta, que cada uno de ustedes encuentre los autores que les hacen falta, es decir, los autores que tienen algo para decirles. Encuentren sus moléculas. Si no las encuentran, ni siquiera pueden leer. Leer es eso, es encontrar vuestras propias moléculas. Están en los libros. Vuestras moléculas cerebrales están en los libros.”

“Ustedes conocen la especie de amargura de ese intelectual que se venga contra los autores por no haber sabido encontrar a aquellos que amaba… el aire de superioridad que tiene a fuerza de ser tonto. Todo eso es muy enojoso. Es preciso que, en última instancia, sólo tengan relación con lo que aman.” Ordenar la biblioteca, en noche de cuarentena y con la sensibilidad aumentada, es un viaje agridulce, entre lo bello y lo triste, hacia eso que unx es. Unx es mucho más que sus libros. Pero cuánto se parece.