La vida no podía ser esa soporífera rutina domesticada por un “estúpido” trabajo en un banco. El joven holandés, nacido en La Haya, decide recorrer Bélgica y Luxemburgo en bicicleta. Pedalear, callejear, mirar, anotar y vuelta a empezar hasta recorrer toda Europa. El viaje y la escritura como modo de vida. En el libro Hotel Nómada, cuando estaba en Gambia (África), escribió: “Sé que ninguno de mis amigos y parientes sabe que me encuentro en este curioso lugar y eso me procura una sensación de placer. Estar un poco ausente resulta agradable”. No ha parado de moverse por el mundo este políglota que habla en inglés, francés, alemán y español, candidato al Premio Nobel de Literatura, siempre con su libreta a mano y una curiosidad sin fecha de vencimiento. En el movimiento encontró la calma indispensable para escribir. A los 86 años, Cees Nooteboom, el holandés errante, ganó el Premio Formentor de las Letras 2020, dotado de 50.000 euros, un prestigioso reconocimiento recibido en anteriores ediciones por Enrique Vila-Matas, Roberto Calasso, Mircea Cartarescu y los argentinos Ricardo Piglia y Alberto Manguel, entre otros.

Nooteboom –que recibió la noticia del premio en una casa antigua en medio del campo en Alemania, a dos horas de Múnich, donde está cumpliendo con la cuarentena- terminó de escribir un poemario sobre el Covid-19, Canto del tiempo del virus; y pronto publicará su nuevo libro: Venecia: El león, la ciudad y el agua. “Es un escritor viajero que ha hecho del nomadismo una actitud filosófica, estética y espiritual que trasciende las fronteras y revela la naturaleza expansiva de los horizontes humanos”, planteó el jurado que, por primera vez, deliberó virtualmente por la pandemia de coronavirus. El viajero empedernido estuvo en Buenos Aires como “escritor invitado” en dos oportunidades: para participar del festival de literatura Filba Internacional, en 2011; y en la Feria del Libro de Buenos Aires, cuando Amsterdam fue la ciudad invitada de honor, en 2013. Como viajero de a pie estuvo recorriendo el país en otras oportunidades. “Yo estaba acá justo cuando empezaban a mudar la Biblioteca Nacional al nuevo edificio y decidí visitarla –recordó Nooteboom en una entrevista con Página/12-. Me sorprendió el sombrío despacho de quien había sido su director, un hombre para quien el mundo era una infinita Biblioteca de Babel. Y también me llamó la atención los libros acomodados en los anaqueles. Anoté en mi cuaderno una larga lista de títulos, pero no lograba encontrar ningún sentido o explicación a ese orden que me resultaba extraño e incomprensible. Lamentablemente, me robaron la libreta con las anotaciones en un colectivo, y entonces sentí que yo también era ciego como Borges, porque había perdido todo lo que había visto”.

Admirador de Kawabata, Calvino y Borges, el narrador y cronista holandés subraya que no es posible escribir sin otros escritores. “Antes de que empieces a escribir hay al menos cien escritores en tus manos, como en mi caso, que me han educado con griego y latín y en tres idiomas extranjeros: francés, alemán e inglés. Aun no sabiendo que un día sería escritor, ya había leído muchísimo; estas lecturas son influencias, pero no son directas, como cuando leés a Calvino o a Borges. Leyendo a estos autores, se lee también de cierta manera lo que ha leído Borges o Calvino, sin haber leído directamente esos libros. Las influencias son como un río en el que confluyen otras aguas; es como si dijéramos: ‘Río de la Plata, dime quién te ha influido’”, explicaba Nooteboom, que ha publicado en español los relatos de Los zorros vienen de noche, las novelas Rituales y El día de todas las almas, y las crónicas de Hotel Nómada, El desvío a Santiago y Tumbas, entre otros títulos de una obra integrada por más de 50 libros que ha sido traducida a más de veinte idiomas.

Desde Mallorca, Basilio Baltasar, presidente del jurado, precisó que Nooteboom “ha escrito su inmensa obra literaria a bordo de barcos, trenes y aviones”. “Es un explorador del mundo y del alma humana. Su magistral voz literaria ha captado la corazonada de nuestro tiempo y la inmensa belleza de un mundo que no se agota”, agregó Baltasar sobre el escritor holandés, un autor universal que escribe con la conciencia de pertenecer a la gran tradición cultural europea. “Ha vivido de cerca los espectaculares momentos de la historia de nuestro continente y lo ha contemplado desde lejos: conoce muy bien los dilemas que Europa debe resolver. Su obra es el resultado de una indagación penetrante en ese espíritu que nunca nos ha hecho tanta falta como hoy”, advierten los miembros del jurado que deliberaron desde sus domicilios: Judith Turman y Alberto Manguel (Nueva York), José Enrique Ruiz-Domènec (Barcelona) y Alexis Grohmann (Edimburgo).

“Yo quiero crear una atmósfera en la cual la vida es iluminada sólo por un momento. Nuestro privilegio –y hay que utilizarlo- es darle montañas a un país como Holanda, que no tiene montañas”, suele decir Nooteboom, un narrador que sabe hipnotizar con frases y descripciones de un intenso lirismo. “Dejemos de hablar para seguir escuchando, en el rumor de la noche, esa voz que dentro de dos o tres generaciones ya nada significará. Una voz que para entonces sí será verdaderamente antigua, un mito enlatado sobre un estante en un museo financiado por la Unesco, un recuerdo de África, de su gran época, de sus héroes sagrados, de su historia, hasta que la aldea de MacLuhan marque el tanto del empate, y aquello que alguna perteneció al pueblo no sea sino un juguete caro para una descendencia sorda”, se lee en uno de los textos de Hotel Nómada.

Cuando realizaron una exposición sobre su vida en el Museo Literario de Holanda, fueron al catastro municipal para averiguar las casas donde había vivido. “¿Sabía usted que entre su nacimiento, en el ‘33 y hasta el ’39, sus padres se mudaron ocho veces?”, le preguntó uno de los organizadores. No, el holandés errante, no lo sabía. Entonces fue a consultar a su madre, que vivió hasta los 97 años. “Eso no es cierto”, le dijo. Después se enteró de las razones de tantas mudanzas. “Aunque mi padre era de buena familia, alquilaba casas y cuando no podía pagar se iba. Mi padre murió en un bombardeo, al final de la guerra. Pero antes ya se había divorciado y yo iba de la casa de mi madre a la de mi padre. Así se fabrica un modo de nomadismo, a través de las mudanzas. Hasta los 6 años, tenía ocho direcciones donde había vivido, pasé por seis escuelas y al final no terminé nunca la escuela ni estudié en la universidad. Solo tengo dos casas: una en Amsterdam y otra en España, en la isla de Menorca. Yo soy de muchas casas. Me comparo con el pájaro cucú, que pone sus huevos en nidos de otros; escribo mis libros en nidos de otros porque a mí me gusta estar en otras casas”.