Algunas cuestiones se delinean en esta época de coronavirus y cuarentena, entre pacientes, amigues, colegas, familiares, se escucha la problemática de “el tiempo”. Me aparecen distintos interrogantes, por un lado, el que emerge directamente del problema: ¿qué es el tiempo? Y por otro, me pregunto, ¿de qué está hecho este tiempo configurado en un “entre-tiempo” de la vida que hasta aquí habíamos construido?

Podríamos decir que el tiempo es un ordenador, además de constituirse en una unidad de medida y ubicación para los seres humanos. A su vez, de la mano de esta conceptualización, hay un tiempo que nos ubica y que es efecto de un consenso social y cultural el cual habitamos.

El tiempo sucede, se nos va, “pierdo el tiempo”, “gano tiempo”, pasa, no es posible tomarlo entre las manos; sin embargo, el Yo intenta hacer algo con esto, aunque efectivamente siempre pierde la partida. Cuando era chica circulaba en mi casa un libro que se llamaba “¿Cómo dominar el tiempo?”, ni siquiera sé quién era su autor, pero me llamaba mucho la atención esas dos palabras: dominar y tiempo.

El tiempo se escurre de las manos de cada quien. Sabemos que el tiempo no depende de la voluntad, ni de la conciencia y, sin embargo, encuentra un principio y un fin en los bordes que construye históricamente, socialmente, culturalmente y subjetivamente -como mínimo.

El DNI dice de nuestro tiempo cronológico, pero no de nuestro tiempo subjetivo. Una vez escuché a una analista decir que siempre que un paciente viene a la consulta hay que preguntarse ¿en qué tiempo subjetivo se encontrará? Y si, hay dos tiempos --al menos--, el cronológico y el subjetivo.

Sin embargo, esto no resuelve mis interrogantes sobre el tiempo actual o “entre-tiempo” que vivimos a partir del aislamiento.

Si en el intervalo que se produce entre la satisfacción y la necesidad comienza el deseo --me remito al comienzo de la vida donde el bebé que nace llora y el Otro interpreta que es por hambre, le da de comer y así satisface su necesidad--, ¿es en ese mismo intervalo donde comienza el tiempo? ¿Cuál tiempo? En principio podría pensar que confluyen allí, en el inicio, ambos tiempos. Luego, el Otro primordial se encargará también de marcar en el cuerpo diferentes ritmos con su presencia y ausencia, que irán marcando los tiempos subjetivos.

Si el deseo comienza al inicio junto al tiempo sería utópico pensar que los seres humanos deseen un tiempo sin falta. El tiempo falta, como el deseo que es pura falta. La promesa de la pura felicidad ya quedó destartalada, sin embargo, sostenemos la creencia de que en algún lugar “alguien tiene la posta”, de que habría una garantía de cómo ser felices y dejar de padecer de nuestros viciados síntomas. La pandemia vino a demostrar que nadie tiene la posta, nos dejó a todos sin una respuesta. Respuesta que sabíamos, era una ilusión, pero que, sin embargo, cada tanto, uno paseaba por ahí --por los lugares de la garantía del Otro-- y se sentía un ratito casi, casi, en plenitud.

La pandemia se llevó un organizador fundamental de nuestro Yo: la noción de cómo se distribuye nuestro tiempo ha quedado descompaginada.

¿Cómo qué cosa nos matamos en este entre-tiempo que nos trajo la pandemia? ¿Estamos viviendo como testigos de nuestra propia muerte? Creo que no. La clínica y las charlas con otres lo demuestran también. El deseo del sujeto del inconsciente se mantiene vivo, así como el tiempo, por más de que no se lo cuente a nuestro Yo.

Claramente, es otro ordenamiento del tiempo cronológico, pero el tiempo subjetivo --donde quizás estaba detenido-- continúa su partida, las respuestas que tenía o que no tenía para vérmelas con lo que falta están allí, al servicio de este entre-tiempo. A veces de más, a veces de menos. Algunos síntomas comienzan a hermanarse con otres: “por momentos me aburro”, “a veces no me alcanza el tiempo”, “me fastidio”, “me gustó hacer esto que tenía pendiente”, “me di cuenta de que tenía que parar”, etc. Son los discursos que dibuja la época de la pandemia y el aislamiento entre los seres parlantes.

Nunca leí aquel libro que les contaba, el de “¿Cómo dominar el tiempo?” y, sin embargo, podría responderle: no hay posibilidad alguna de dominarlo.

El Yo se siente “un extranjero en su propia casa”, lo dijo Freud hace más de 100 años. Lo es. No por esto vamos a decir que en tiempos de aislamiento “debemos armar rutinas y hábitos para sentirnos mejor”, si lo hacemos está buenísimo, seguramente el Yo se sienta más organizado y de esa manera maneje cierto grado de satisfacción, le damos un like a eso (¡y de a ratos funciona!).

Pero en este “entre” (entre-tiempo) hay algo que sigue pulsando y que no olvidemos, es indestructible porque nace en el inicio de los tiempos, se llama deseo. Y de ese no nos tenemos que olvidar.

El deseo desde que nace, indestructible como digo, se encuentra “entre”, siempre recorriendo aquello que falta. Deseamos porque hay falta. La realización del deseo no consiste en satisfacerlo sino en reproducirlo como deseo. Diana Rabinovich en una de sus hermosas clases nos contaba sobre el juego de las sillas, si lo recuerdan bien, este juego solo puede realizarse si una silla falta, sino no hay juego.

Que ese deseo pulse es ya casi una realización del mismo, que pulse para volver a encontrarnos, que pulse para escribir, pintar, dormir, mirar Netflix, que pulse para sostener nuestros análisis, que pulse para seguir atendiendo, que pulse para volver a abrazarnos, para volver a tocarnos, para volver a besarnos, que siga pulsando… Es la única garantía, dentro del tiempo subjetivo y fuera del tiempo cronológico, de que estamos vivos. ¡Qué paradoja!

Florencia González es psicóloga y psicoanalista, docente de la Facultad de Psicología de la UBA e Investigadora UBACyT.