Me contó mi mamá que le contó un amigo que los animales se están volviendo locxs en cuarentena. A su amigo, su gato Rimbaud lo mordió sin motivo, a otra amiga el perro de su novia le aúlla toda la noche en el oído, el perro más sano y joven del mundo se enfermó y tuvieron que operarlo y mi Nilda G. de repente, después de doce años, hizo pis en mi ropa. Una amiga corrobora la teoría: es que los animales no están acostumbrades a estar con nosotras todo el día, necesitan su espacio. Todas lo sabemos, las que tenemos gates más que todo, que la casa es de elles y simplemente nos dejan habitarlo con nuestras porquerías que miran con desdén o lástima: pobrecitas nosotras necesitando de tantas cosas, hasta de salir. Eso piensan. Recuerdo un meme de hace unos años (porque ahora me sucede en pandemia y cuarentena que recuerdo memes y no novelas o cuentos) era así: la imagen de unx perrx que mira con amor a su humane que le alcanza su plato y piensa: me da comida, debe ser un dios. Al lado, unx gatitx mira a su humane acercándole comida pero piensa: me trae comida, debo ser un dios. Con esos dioses cotidianos vivimos y miramos desde el balcón a tantes humanes dando vuelta con sus perrites, solos en la ciudad, y casi escucho como mi gata le grita a la perra de enfrente: te dije boluda, que la ciudad era de nosotras, míralos ahora.

Así lo escribe la poeta lesbiana Angélica Freitas: “lo que dicen de los gatos/ es verdadero/ nosotros somos de ellos/ y no lo contrario.” Les admiro ahora también la otra conciencia de la devastación, estoy segura de que saben algo, diferente a lo que sabemos nosotres, y habitan este espacio y su territorio con otros estoicismos: hacer pis, romper cosas, volverse locos para que no sepamos que en realidad somos nosotras las que estamos aullando toda la noche o haciendo pis donde no debemos. Se burlan un poco. Los pájaros también; todas las tardes aparece en la ventana de mi hermano una bandada de pájaros, le cantan mientras toma mate, son muchísimos y se ponen como en un coro en una grúa de una construcción parada. No quiero ni pensar la risa que les estamos dando. Porque se burlan también de nuestra lengua, de nuestros cantos, como cuando los miramos y les (nos) decimos palabras de aliento. 

Mis preferidas son parte de un poema de Elizabeth Bishop ¿la recuerdan, verdad? Se tomó un crucero desde New York con destino al sur argentino pero se bajó a visitar a una amiga en Río de Janeiro, se enamoró de Lota Soares y se quedó diecisiete años. El final es triste. Pero en algún momento en esos años le escribió un poema a Minoww, su gato de la adolescencia, y es cualquiera de nosotras mirando a su gata y diciéndole “La alegría y el amor serán tuyas / Minoww, no estés triste / los días felices vendrán pronto / duerme, y déjalos venir”. Una noticia en un portal muestra a un rubio espectacular, medio jaspeado que cruza muy campante una avenida y una morocha de ojos verdes sentada en la puerta de un bar. Dice la bajada: “Los gatos han recuperado las calles en varias de las ciudades paralizadas por la pandemia”. ¿Qué recuperado? Si siempre fueron nuestras, responden desde el sillón lxs nuestrxs mientras leemos la noticia. Por lo menos quince notas con fotos de cómo perros, gatos, venados, monos y hasta panteras han tomado las grandes ciudades europeas o asiáticas. Siguen comentarios del estilo: “el virus somos nosotros”. Una poeta amiga adoptó una gatita en plena cuarentena. La recibió hace unos días, la llamó Futura pero antes creímos que se iba a llamar Futuro e hicimos mil chistes vía Zoom acerca de sus vocativos: Futuro está durmiendo, Futuro está gritando, Futuro no quiere comer, Futuro se escapó. Por lo pronto Nilda G. hizo algo nuevo también: aprendió a meterse bajo las sábanas y hace noches que duerme tapada igual que yo. También se está burlando. Lo sé.