Alelí 7 puntos

Uruguay/Argentina, 2019

Dirección: Leticia Jorge

Guión: Ana Guevara y Leticia Jorge

Duración: 88 minutos

Intérpretes: Néstor Guzzini, Mirella Pascual, Cristina Morán, Romina Peluffo, Fabián Arenillas, Laila Reyes, Pablo Tate, Carla Moscatelli

Estreno: La película puede verse en la plataforma Netflix.

El de la familia es uno grandes escenarios del cine: un paisaje oportuno para poner en acción algunas de las facetas más íntimas de los vínculos humanos. Sobre las aguas a veces calmas y otras más bien turbulentas de la cartografía familiar navega la película uruguaya Alelí, de la cineasta Leticia Jorge, una comedia dramática que elige avanzar sobre la cálida corriente de las sonrisas, manteniéndose a prudente distancia del oleaje más bravo de la carcajada abierta.

Se trata de una decisión no solo estética sino, sobre todo, profundamente ética, que se hace explícita en la proximidad emocional que la película elige mantener con los personajes. Principalmente en el respeto de sus procesos y sus tiempos, permitiendo que sean ellos los encargados de marcar el ritmo con el que el relato ira avanzando, sin explotar ni abusar nunca de sus conflictos para congraciarse con el espectador. De esa manera, sin apuro, va dándole forma a una historia que, a su modo, también puede ser vista como un modesto pero sólido ensayo sobre la pérdida, el luto y el duelo.

Jorge ya había utilizado la escena familiar con solvencia y sensibilidad en su ópera prima, Tanta agua (2013), en donde narraba los torpes esfuerzos de un padre por conectar con una hija, que de a poco empezaba a transitar el camino árido de la adolescencia. Como aquella, Alelí está protagonizada por Néstor Guzzini, una de las figuras más recurrentes dentro del cine uruguayo de las últimas dos décadas. Es él quien en ambos casos se encarga de marcar y sostener el tono humorístico adecuado: un desborde contenido que siempre fluye más cerca de la cara de piedra que de la morisqueta.

Esta vez Guzzini cuenta con la inestimable colaboración de un elenco que incluye a Mirella Pascual (otro rostro conocido), a la joven cantante y actriz Romina Peluffo y, sobre todo, a Cristina Morán, una celebridad histórica de la radio, la televisión y el teatro uruguayo, quien a sus casi 90 años hace su sólido debut cinematográfico. Un equipo compacto que se maneja con precisión tanto en el terreno de la puesta en escena de una trama familiar tensa, como en el abordaje cercano al absurdo de los procesos involucrados en el duelo. Es en esos pilares donde se concentran las fortalezas de esta película que retrata con gracia los tironeos que aparecen entre una madre octogenaria y sus tres hijos tras la muerte del patriarca de la tribu.

El fallecimiento reciente ha dejado a todos muy sensibles, como si el hueco de la figura paterna también hubiera puesto al descubierto algunas grietas que la presencia del finado hasta ahora mantenían ocultas. El más afectado parece ser Ernesto, el hermano del medio interpretado por Guzzini, que todo el tiempo sobreactúa un dolor que se manifiesta en forma de enojo, pero que de todas formas se percibe genuino. A Ernesto todo lo irrita. Le molesta que los demás hayan aceptado vender la casa de veraneo donde la familia pasó todas las vacaciones; que su hermana mayor se apropie de pequeños objetos de sus padres sin consultarlo; y que la menor parezca incapaz de comprometerse con la dinámica que la nueva situación exige. Sus picos de furia acaban siempre en escenas de llanto que él oculta con pudor.

Hay algo de infantil en tales mecanismos. Como si ante la pérdida del padre Ernesto hubiera decidido atrincherarse en el rol de hijo, resistiéndose a ocupar lugar de hombre que ahora le corresponde. Resulta interesante que en tiempos de una profunda reconfiguración de lo masculino, sea una mujer la que aporta esta mirada comprensiva de las limitaciones y obstáculos que debe enfrentar un hombre para expresar y aceptar su propio mundo sensible. Sin olvidarse, claro, de pintar un fresco femenino en forma de tríptico que abarca las edades claves: juventud, madurez y vejez. En esa delicadeza para poner en escena lo intangible está lo mejor de Alelí. Con eso le alcanza para surfear por encima de cierto costumbrismo que amenaza con asomar por acá y por allá, pero que la directora logra casi siempre mantener bajo control.