Soy médica. Me gusta escribir. Y desde que estamos en cuarentena leo cartas de colegas en las redes y en los diarios. Por lo general son quejas, que usan el poder real para cargar contra el Gobierno. Me propuse ser la otra mirada desde la medicina.

Desde que todo esto empezó me pregunto por qué decidí ser personal de salud. Eso que llaman vocación se traduce en este momento en miedo, no solo a morir, sino a contagiar a seres queridos. Todas las semanas termino mi guardia a las 21hs, y los aplausos que se escuchan desde los balcones me arrancan las lágrimas que contuve por 24 hs. Lo hablamos con los compañeros, no son lágrimas de cansancio, sino de angustia contenida esperando el pico de casos. Y es entonces cuando pienso que ninguno de nosotros sería útil sin el engranaje social que conformamos.

Durante todo este tiempo vi paulatinamente cerrarse escuelas, estadios, clubes, fábricas, comercios, fronteras, gente trabajando desde su hogar, otros que permanecieron en sus puestos, gente que perdió su trabajo o su negocio, niñas y niños aprendiendo a distancia, y otros que van a la escuela a buscar alimento, abuelos que no ven a sus nietxs, y también mucha gente que vive hacinada y suma al flagelo de la pobreza esta nueva amenaza. 

Todo un país cuidando la salud con mucho sacrificio. Se intenta llegar desde el Estado a cada uno de los que no están en condiciones de aislarse para protegerse y a quienes ven afectado su sustento, tambien a las empresas que se encuentran en riesgo para pagar salarios. Es un orgullo ver al ejército repartiendo alimentos, o a la policía sirviendo café a los jubilados. 

El Estado nos otorgará como personal de salud un bono adicional a nuestro sueldo, aún a aquellos que trabajamos en el sistema privado. Es poco, dicen algunos colegas. Quizá no repararon en que es la mitad de lo que reciben los que no tienen con que alimentar a sus hijxs. Entre tanto, algunos empresarios millonarios que han amasado fortunas con la salud privada hoy deciden recortar el salario de sus trabajadores.

Esta pandemia puso a prueba nuestra capacidad de responder a la adversidad: y Argentina se llenó de anónimos fabricando y donando barbijos y máscaras de protección, fábricas reconvertidas para producir insumos médicos, la aerolínea nacional repatriando compatriotas y organizando vuelos de 50 horas para abastecer al país de equipos de protección personal, el sistema científico abocado como nunca al diagnóstico e investigación de posibles tratamientos o formas de prevención.

A costa de muchísimo esfuerzo este país ha ganado lo más difícil de lograr en una pandemia: tiempo. Y no parece que estemos dimensionando cuánto nos sirvió: hoy contamos con edificios reacondicionados para aislar pacientes leves, e inauguramos varios hospitales de tercer nivel de atención con nuevas camas de terapia intensiva, el contagio esta controlado, el sistema de salud recibe a todos los pacientes que lo requieren y los médicos no se ven en la encrucijada moral de decidir quién vive y quién muere (escalofriante dilema al que se enfrentaron colegas en los mejores sistemas de salud del mundo). Nada de esto sería posible sin la aplicación de políticas de salud lideradas por los más reconocidos expertos en epidemiología e infectologia.

¿Errores? Por supuesto. Pero muy pocos países del mundo, aún los de mayores recursos, lograron enfrentar esta emergencia sanitaria de esta manera. Con recursos limitados, pero con un pueblo y un gobierno organizados, Argentina es hoy ejemplo en el mundo, aunque muchos (los de siempre) insistan en hacernos creer que "somos un país de mierda".

Georgina Di Gennaro es médica y socia de Página/12