La publicación, hace casi una década, de Bajo este sol tremendo –primera y única novela a la fecha del chaqueño Carlos Busqued– se transformó en un pequeño fenómeno editorial de ventas. Su cruda y descarnada descripción de un universo en descomposición, poblado por seres tan egoístas como oscuros, generó asimismo decenas y decenas de comentarios elogiosos de la crítica. El texto se tradujo a varios idiomas y los derechos para una posible adaptación cinematográfica tuvieron varios interesados al acecho. Nada más lógico: al leer sus capítulos, no resulta difícil imaginar las imágenes y sonidos, en particular por su cercanía esencial con el relato policial. La historia es la de Cetarti, un pobre tipo, desempleado, que se la pasa fumando marihuana mientras espera que algo ocurra. Ese algo termina siendo un inesperado llamado desde el pueblo de Lapachito: su hermano y su madre fueron asesinados salvajemente por la nueva pareja de la mujer. El viaje al húmedo paraje le hará conocer a Duarte, encargado de los asuntos legales del asesino y la persona que podría resolver la cuestión del seguro de vida rápidamente y sin problemas. Pero todo se complica –y mucho– a medida que la trama comienza a incorporar una serie de secuestros, extorsiones y secretos familiares guardados bajo llave. “Me parecía difícil transmitir esa cosa húmeda de la novela y lo cambiamos por un trasfondo árido, de mucho sol, de gente chivando, de guarecerse del calor en algún lugar oscuro, debajo de chapas”, comenta el cineasta Israel Adrián Caetano respecto de uno de los varios cambios que sufrió la historia de origen en su traslado a la pantalla. El más visible, aunque realmente poco relevante desde un punto de vista narrativo, es el del propio título. El otro hermano, protagonizada por Leonardo Sbaraglia y Daniel Hendler, comienza con Cetarti llegando en su desvencijado auto a Lapachito, mientras Duarte lo espera en una parada de colectivos. De allí al reconocimiento de los cadáveres en la morgue –suerte de carnicería de pueblo sin demasiada higiene y una notoria falta de refrigeración–, faena para nada sencilla, dado el lamentable estado de los cuerpos. En esas escenas iniciales, el director de Un oso rojo y Francia vuelve a demostrar su ojo para los encuadres y el pulso narrativo, dejando en claro, al mismo tiempo, que su nueva película no quitará los ojos de los detalles más escabrosos.

Bajo este sol tremendo ofrecía obvios elementos de interés para un realizador que se ha acercado muchas veces a universos marginales, desde su ópera prima, Pizza birra faso, codirigida junto a Bruno Stagnaro y uno de los mitos fundacionales del Nuevo Cine Argentino. Pero el trayecto desde las páginas impresas hacia la pantalla no fue ni tan directo ni tan veloz. “El productor Hernán Musaluppi me acercó el libro hace unos cuatro años, pero a pesar de leerlo y de gustarme, no llegamos a concretar”, continúa Caetano, que por estos días está atareado con la preproducción de una serie televisiva basada en la vida de Sandro. “Supongo que no era el momento. Pasó el tiempo, en el medio hice la película sobre Néstor Kirchner y otra más que no quedó muy lograda, Mala. Después de eso, Hernán me volvió a llamar para retomar el asunto y la verdad es que, de un tiempo a esa parte, estaba medio caliente con hacer un policial, y la novela tenía material como para acercarse a ese género. La idea era transformar el libro en una película y no hacer un apéndice visual del texto. Siempre hay que adaptar, no transcribir. Debo admitir que el de la novela me resultaba un mundo un poco ajeno, porque si bien está instalado en ciertos arquetipos que tenemos como sociedad –el milico malo, el empleado público vago, los trámites, la gente que vive del Estado–, si lo hubiésemos llevado literalmente a la pantalla la cosa hubiera adquirido un hiperrealismo insoportable”. El guión fue escrito por el propio Caetano y Nora Mazitelli, respetando en gran medida los acontecimientos narrados por la novela, pero adaptando y refinando aquellos elementos que les servían para hallar un relato más cinematográfico.

SIN LUGAR PARA LOS DÉBILES

Lejos de la pujanza y el bullicio de cualquier localidad mínimamente activa, el Lapachito ficcional que describe el film (en realidad, locaciones del interior bonaerense) parece ser un lugar donde el hastío de la rutina cotidiana sólo se disuelve ante algún hecho violento y la amabilidad es sólo la fachada de una traición futura. Y donde todos, absolutamente todos, tienen como principal interés el dinero. El Cetarti de Hendler, una versión destilada de su persona cinematográfica, llega así a un hábitat ideal para que su inmovilidad continúe en desarrollo, a la espera del cobro del seguro. Adrián Caetano dice que, a la hora de adaptar la novela, la decisión más difícil que tuvo que tomar está relacionada con el género cinematográfico. “En una película que pretende ser un policial el protagonista es siempre un hombre de acción, alguien que rompe con la inacción. Y acá ocurre todo lo contrario: es un tipo que no hace nada para que las cosas ocurran y lo que hace lo hace de manera muy torpe. Incluso el mecanismo criminal es poco preciso: son un grupo de tareas torpe, que sale y secuestra al que se le cruza, piden poca plata, hacen los trámites a cara lavada en el banco. Hay algo post apocalíptico, medio futurista, en la novela. Una descripción de cómo podemos llegar a terminar si esto sigue avanzando en esta cosa de validarse cínicamente como estructura social, la idea de ‘así somos, vivimos todos del estado, así nos corrompemos’. El más humano ahí es Danielito, un pibe que tiene padres que no lo quieren, un hermano muerto, una vida sin ningún tipo de futuro”. Danielito (Alian Devetac, en su segundo papel cinematográfico) es el muchacho que ayuda a Duarte en sus actividades delictivas, manteniendo en secreto una cárcel subterránea, oculta ante los ojos de su propia madre (interpretada, cortesía de la coproducción europea, por Ángela Molina) y de las fuerzas de la ley, a las que poco y nada suele verse por esos parajes.

Es extremadamente difícil, imposible en realidad, encontrar una vía de identificación con alguno de los personajes. Con cualquiera de ellos. La presentación de Duarte es, en ese sentido, sintomática. Típico gestor de pueblo, la apariencia es importante/lo es todo: camisa planchada, pelo prolijo, anteojos a tono. Pero cuando la cámara se acerca a su rostro los dientes de Leonardo Sbaraglia, maquillados para la ocasión, evidencian que debajo de esa máscara hay algo en estado de putrefacción. El poder de la imagen como símbolo es tan fuerte que la idea de la visita al dentista pasa inmediatamente a un segundo plano. “Me divierten los villanos crueles y divertidos. Había algo de eso en el Turco de Un oso rojo o en los villanos cínicos de Crónica de una fuga y Tumberos. Pensé en alejarme un poco del Duarte de la novela, un tipo gordo y desagradable, y pensar en un langa de pueblo, con la camisita adentro del pantalón, casi una caricatura. Sbaraglia podía lograr eso, la idea de que el espectador piense: ¿ese tipo es capaz de hacer lo que hace con esa pinta? Es un villano como el Guasón, que tiene a sus secuaces haciendo el laburo por él. De Hendler me gustaba esa cosa apática que podía llegar a generar, esa impresión de que todo le chupa un huevo, y el hecho de que Daniel, como todo buen actor de cine, se banca la cámara sin necesidad de ser verborrágico. Por otro lado, Hendler era ideal a la hora de ‘empatarlo’ con el personaje de Danielito: ambos tienen un mundo acotado, miran documentales en la tele, fuman porro. Los dos, de una u otra manera, son sometidos por ese psicópata que es Duarte. Es un Hendler a la enésima potencia, el correlato de un Sbaraglia pasado de rosca. Finalmente, no hay inocentes ni culpables, hay una imposibilidad no sólo de identificarse sino de poder siquiera empatizar con alguien. No hay amor acá. Nunca me había pasado de agarrar una película donde uno no pudiera sentir pena por nadie”.

UNA PELÍCULA CRUEL

Uno de los cambios más radicales de El otro hermano respecto de la novela es el final, que no se revelará aquí en detalle pero que Caetano insiste en señalar, a pesar de esa incomprensible y contagiosa enfermedad contemporánea: el miedo al spoiler. “Una pregunta que nos hicimos muchas veces fue: ¿hasta qué punto me meto con el policial de lleno y me olvido de la novela? En el libro hay algo más azaroso hacia el final y en la película optamos por cambiarlo completamente y acercarnos a la idea de género cinematográfico, de construir un final con un enfrentamiento y tiros. La idea del secuestro, el botín, el robo al banco, elementos típicos”. Ese cierre del relato vuelve a ubicar a los personajes en un espacio abierto, luego de más de un tercio de película donde los ambientes suelen ser cerrados, claustrofóbicos, asfixiantes. Los lugares secretos de un pueblo al que no se puede calificar de fantasma, pero con características definidamente espectrales. “A pesar de que transcurre en el interior del Chaco, la cosa es muy urbana. Son personajes urbanos. Y muy oscuros. Hay películas donde todos son crueles, como La naranja mecánica, pero al final hay una redención, perversa y extraña, con un humor que hace que todo lo anterior lo digieras de alguna forma. Acá es muy difícil eso, lo que te lleva adelante es la trama y ver cómo funcionan los personajes de un mundo que, insisto, es post apocalíptico. El espacio abierto vuelve al final: se refugian en un lugar donde nunca se hizo nada, donde se había prometido la construcción de un polo científico, pero lo que hay en realidad es un campo pelado”.

Cinéfilo como siempre, Caetano confiesa que, justo antes de comenzar el rodaje, casualmente volvió a ver varios capítulos de la famosa serie Los intocables (“mucho plano de jeta, muchos planos desde abajo, mucha caracterización. Me interesaba trabajar con las miradas de los personajes. Y mostrar muchas armas: en El otro hermano se ven más chumbos que en Un oso rojo”) y que también se encontró con una similitud en la última secuencia de Mientras la ciudad duerme, el film de John Huston que “transcurre todo el tiempo en la ciudad, pero el tipo al final se va a morir al campo. Cuando parece encontrar la libertad termina cagado a tiros por la policía. No hay que olvidad que el título original es The Asphalt Jungle, la jungla de asfalto”. Aquí no hay prácticamente calles asfaltadas, sí mucho ripio y algún atisbo de ruta, cuando hay que salir a hacer algún “trabajo”. Y fluidos: sangre en cantidades importantes, mucha transpiración, un poco de semen. “Hay algo gore en la película que me divierte mucho y que me hace acordar a 2000 maníacos, tal vez la película con la sangre más roja de la historia. Decidí respetar esa cosa obscena de la novela, esa descripción sin ningún miramiento de las cosas. La descripción de las fotos en el texto, por ejemplo, me llevó a pensar que había que mostrar fotos muy gráficas. Lo mismo con la violación de una de las víctimas: en la primera versión de la película esa escena era más corta, pero tenía un ritmo que no cuajaba con el resto. Además, había que terminar de demostrar que el personaje era capaz de hacer cualquier cosa. Es un plano secuencia muy desagradable, en el cual Duarte termina de transformarse en un tipo muy peligroso, un hijo de puta”. Ante la posibilidad de que El otro hermano pueda ser leída bajo algún tamiz político, el realizador no puede más que sonreír y recordar que “incluso Un oso rojo tuvo sus lecturas políticas. Creo que hay algo de Mad Max o de algunos cómics de la revista Fierro. Como si hubiera habido una guerra. Tanto el personaje de Sbaraglia como el de Cedrón, el chatarrero del pueblo, son como veteranos de guerra. Yo no adhiero a la idea de que acá hubo una guerra, pero para el personaje de Sbaraglia, para el milico que mató gente, sí la hubo. Una guerra de mierda. Y hay algo que se pudrió y ahora lo que queda es vivir del Estado, ya sea como empleado público o como milico retirado. En la película no hay mano de obra, no hay gente trabajando, construyendo. Hay obras que nunca se terminaron de hacer, un intendente que se está postulando, pero al cual nunca se ve. Un lugar arrasado, donde no queda nada, salvo bichos y gente que compra y vende basura. Como en la serie Los invasores. Es una película cruel”.