En el siglo pasado, durante la década del 30 había un fantasma recurrente, una y otra vez se hablaba del peligro amarillo. El testimonio maligno de esta tendencia lo ofreció el escritor Sax Rhomer con su personaje Fu Manchú. Que era un mago chino con intenciones de devorarse el mundo. En los 30 lo hizo Boris Karloff y a fines de los 50 Christopher Lee lo hizo para la Hammer. Hollywood ofreció otros personajes chinos como el de Charlie Chan, que cuando visita Nueva York es recibido (porque nadie conoce el himno chino) con la alegre canción “China Town”. Hoy otra vez la China se avecina. Esta dispuesta a sacarle mercados a los norteamericanos, pretende ser un desahogo para los países latinoamericanos que traten de eludir un compromiso muy estrecho con el norte. Estos países, los de Suramérica, encuentran un alivio en la posible llegada de capitales chinos. O esa posibilidad les permitirá negociar en mejores términos con EE.UU. China, entre otras cosas, promociona pianistas. Hay más de un millón de pianistas en China. Cuando Richard Clayderman tocó por televisión lo vieron más de 600.000 personas. Pero China produce grandes pianistas. Pianistas clásicos. Llenan las salas de conciertos de los EE.UU. Como en otro tiempo lo hicieran Horowitz y Rubinstein. Si el violinista Isaac Stern visitó China y se sintió el padre de esos jóvenes ejecutantes, hoy los pianistas Lang Lang y Yuja Wan, se han apropiado del repertorio occidental. Si la China se cerraba en el siglo XIX, hoy se abre y conquista. Yuja ofreció una memorable interpretación del concierto en Fa de Gershwin y Lang Lang toca con una velocidad insuperable. Es payasesco como Liberace pero mueve más rápido sus dedos.

China mezcla el autoritarismo comunista del pasado y el capitalismo de mercado de hoy. No hablan mucho de derechos humanos, ni de democracia, ni defiende a las minorías sexuales o étnicas. Ahí son todos varones y viriles. Si Sarmiento llamó al Paraguay de Solano López la China de América porque era un Estado proteccionista, la China de hoy es parte de la globalización. Con algo que preocupa a los occidentales, quiere hegemonizar ese proceso. 

Podríamos decir que China aprendió la lección nietzscheana, la voluntad de poder tiene como condición no detenerse nunca. Crecer es conservarse. Solo se puede mantener la densidad de lo propio si se crece sin cesar.

China se quiere a sí misma, quiere su voluntad de poder. Así su voluntad es ante todo voluntad de voluntad. La voluntad de poder es la cara esencial de la vida, es el proceso autopoiético de todo lo vivo.  Con la voluntad de poder el capitalismo consolida su rostro verdadero. La voluntad se asume en constante expansión y crecimiento. Si Hitler hablaba del espacio vital, hoy China lo reclama para sí. Pero no solo como espacios territoriales, si no como mercados. Además son tantos y tan ricos que pueden emigrar y ser recibidos en otros países como beneficiosos conquistadores. 

China no enfatiza el papel de los superhéroes, no tiene a Superman, no tiene a Batman ni a Iron Man. Japón tiene a Astroboy. China es el dueño del número, de la cantidad. No hay un individuo poderoso que salve al resto. Tiene sin duda un Estado fuerte que impone orden y organización que conduce a las multitudes y las transforma en ciudadanos del nuevo sol naciente. 

El número no siempre es fundamental, decisivo. El número no es valor de verdad. Pensemos en las interpretaciones de la huelga del pasado 7 de marzo. Hay una de izquierda y otra de derecha. La de izquierda pone en primer lugar el desborde numérico. Esto le permite disminuir la importancia de los incidentes. La de derecha se centra en los incidentes. Sería otro Ezeiza. Un Ezeiza geriátrico. Y aún más. También hubo juventud y la derecha dirá que los muchachos de La Cámpora quisieron copar un acto que no les pertenecía, como sus abuelos los montoneros. Así, se establece una brutal filiación de La Cámpora con la organización armada de los 70. Algo que a la derecha le deleita hacer. En suma, ¿quiere Ud. exaltar el acto? hable del número. Pero recuerde una frase de Cook: “La política es transformar el número en fuerza”. ¿Ha transformado en fuerza la política opositora a su caudal multitudinario? China sí.