Con un descaro que debería ser asombroso, el conjunto de la prensa opositora pasó a preguntarse repentinamente si acaso no ha sido un error flexibilizar la cuarentena en vista del aumento y la proyección de los contagios.

Ya ni siquiera es un secreto a voces que se contempla retroceder a fases más proscriptivas. Lo reconocieron en público autoridades porteñas y aumenta la preocupación por la estrechez física con el conurbano bonaerense.

Tras haber militado en forma sistemática por el relajamiento de las prohibiciones porque --se cansaron de agitarlo-- un escenario económico paralizado terminaría siendo más mortal que el virus, los grandes medios (medios grandes, es siempre mejor definición) descubren a la enfermedad como, quizá, peor que el remedio.

Como tampoco se trata de incurrir en extremismos de signo contrario, sirve reforzar lo cierto de que el funcionamiento económico, de cualquier sociedad, no puede permanecer eternamente detenido.

En todo caso, debe afilarse cuáles son las actividades que requieren de iniciación y cuáles las susceptibles de ser postergadas. La frontera es difusa entre una cosa y la otra, al menos para quienes aspiramos a no ejercer de “todólogos”.

También es cuestión de que el Estado pueda ser justo y eficaz en llegar con su auxilio a los que quedan afuera de las reaperturas comerciales y productivas, aunque sea obvia la existencia de una cuarentena blue.

Bares, restaurantes, pequeños comercios, boliches varios, instituciones educativas sin aportes del fisco, y largos etcéteras, sufren diferentes morosidades en el acceso a beneficios impositivos y líneas crediticias (no tienen dificultades similares algunos de los grupos más poderosos del país, que reciben ayuda del Estado para pagar sueldos mientras continúan con el reparto de dividendos…).

Eso afecta particularmente a las franjas medias. Hacia abajo, y ante las necesidades del sector pasivo, hay un asistencialismo estatal innegable, pero en tanto el motor económico no pueda reactivarse mínimamente, el Gobierno depende por un lado de la emisión monetaria y de ser creativo en la búsqueda de soluciones ejecutables a corto, mediano y largo plazo.

Por otra parte, sin embargo, el grueso de la imaginación siempre desembocará en generarse recursos a través de afectar a los que más tienen.

Quien disponga de más magia que ésa, bienvenido que aparezca.

El viernes, hablando de medios grandes y tras conocerse públicamente a cuentagotas que en la gestión de Macri se fugaron capitales por 86 mil millones de dólares, un meme recordó que la realidad se puede tapar o hacer tapa.

Ocurrió que Clarín y La Nación dedicaron su título central de portada, casi con las mismas palabras porque en temas como éstos operan hasta en bloque sintáctico, a que la Oficina Anticorrupción dejaba de impulsar las causas contra Cristina.

Félix Crous, el titular del organismo y al que, con suerte, sólo pueden encontrarle haber asistido varias veces a 6 7 8, explica chiquicientas veces que en las causas “Hotesur” y “Los Sauces” está garantizada la querella por la fiscalía y por la Unidad de Información Financiera (UIF).

No importa. A ellos nos les importa.

A Crous están matándolo en reemplazo elemental de dedicarse a la corrupción macrista.

Y, mucho más allá o en rigor más acá, trabajan en percudir o desviar la atención contra el impuesto extraordinario a las grandes fortunas; contra el decreto que prohíbe despidos, y contra la oferta pagadora de deuda por la que presentan a Martín Guzmán --por extensión a Alberto Fernández-- como un tarado sin la menor idea de cómo lidiar frente a los lobos de Wall Street.

Pensemos en un ausente sentido común que, desde ya, necesita asistirse con dosis básicas de información: cuando consumimos a la bartola que el ministro (“único”) interlocutor de los acreedores es un académico sin calle lobbística, mero discípulo de Stiglitz y que mejor se hubiera dedicado a explotar sus notables condiciones futbolísticas en Gimnasia, estamos leyendo y escuchando a representantes periodísticos del interés buitre. Y aledaños.

Todas las corporaciones, lo cual incluye a esos inmensos conglomerados mediáticos que además o en primer término son bonistas acreedores de Argentina, prorrumpen en furia contra el Gobierno.

Ese es el contexto.

“Resistencia conservadora”, como tituló el colega Diego Rubinzal en el suplemento Cash del domingo pasado y en artículo precedido por una cita del célebre economista canadiense John Kenneth Galbraith: “Nada ha contribuido con más fuerza a la desigualdad de las rentas que la reducción de los impuestos a los ricos; nada contribuiría tanto... a la tranquilidad social como unos gritos de angustia de los muy ricos”.

Rubinzal, a más de citar declaraciones de la comandante ticktokera Pato acerca de que “no estamos de acuerdo en quitarle capacidad o capital a nadie”, remite a unos dichos del senador radical Luis Naidenoff (es jefe del interbloque de Juntos por el Cambio en el Senado).

Dice el formoseño, créase o no, que el primer gran relato construido es que son los empresarios quienes debieran aprender a ceder, a ganar menos y a tener mayor solidaridad. Que siempre se construyen relatos buscando enemigos, y que el impuesto a la riqueza es parte de la continuidad del relato.

Veámoslo por carácter antinómico y transitivo.

Si no son los empresarios gigantescos de las corporaciones dominantes quienes tienen que “contribuir” en etapas como éstas, según se propone actualmente no ya en las periferias ni desde del progresismo setentista sino en el corazón del mundo central, ¿quiénes vendrían a ser los que deben cargar con el costo de la crisis? ¿Los trabajadores? ¿Los jubilados? ¿Las pymes?

La izquierda, que en términos de disputa por el poder real tiene hoy, entre nosotros, el único nombre de peronismo (o populismo, si se desea extenderlo) dispone de sus taras históricas. Varias de ellas, no saldadas. Alianza o confrontación de clases; ausencia absoluta de una corriente ideológica internacional contra-hegemónica; desprecio por el análisis de las correlaciones de fuerzas; triunfo del neoliberalismo en la construcción de subjetividad masiva; infantilismo sectario. Entre otros, son elementos que aguardan mejores vanguardias teóricas y prácticas.

Pero la derecha, aun juntando con gran esfuerzo sus cuadros políticos locales y ¿universales?, es francamente paupérrima sin que por eso deba faltársele el respeto como si estuviera derrotada por su carencia de ideario renovado --y abundancia de personajes payasescos-- frente a los desafíos de la pandemia presente o futura.

Por fuera de las definiciones y lugares comunes que el Presidente dejó en las últimas entrevistas que le hicieron, sobresalió la cantidad y calidad de objetivos solicitados al mismo tiempo.

Así lo dijo, Fernández, en su sentido conceptual y casi literal: quieren que no entremos en default, que no se emita moneda, que se cuide el déficit fiscal, que no salte el dólar y que el Estado socorra a las empresas a las que les interesa el país.

¿Quieren a Superman?

Sí: un salvador al que jamás se le ocurra tocar grandes intereses.

El reto, reiterado, es que no se puede seguir teniendo un millón de amigos.