Jair Bolsonaro pronunció otra de sus célebres frases: “La libertad es preferible a la vida”. Este tipo de frases estilo-Twitter, común hoy, desinvitan a pensar. No solo eso, tienen el efecto de verdades sin paréntesis que, por lo mismo, prohíben el pensamiento. Solo queda decir sí o no.

Pero exploremos los rastros de libertad y vida.

Libertad es un universal abstracto. Vida remite a la fluida energía del cosmos. La vida de la especie humana, junto a todo organismo viviente, es parte y resultado de esa energía. De modo que en cierto sentido la vida no puede ser parangonada con la libertad. Sin embargo, hay otras situaciones de relación inversa. En la historia de Brasil hay muchos casos de africanos y africanas esclavizados y esclavizadas que escapaban de las plantaciones y formaban quilombos (quilombolas, maroonage) y palenques en la América hispana. Muchxs no huían, preferían terminar con sus vidas, puesto que la vida esclavizada no tiene sentido. En aquel entonces era posible escapar de las plantaciones -hoy es más difícil escapar del Estado-. En aquel contexto, la libertad es preferible a la vida.

Bolsonaro tiene otra idea de la libertad: la economía es preferible a la vida. Esta creencia tiene muchos defensores. Pero, ¿por qué la economía tiene que ser el horizonte de vida y no la vida el horizonte de la economía? En el primer caso, se teme el paro de la economía y ser aplastado por ella. En verdad, la economía no puede pararse. Solo la muerte para la economía. Lo que ocurre es que hoy la covid-19 hizo que la economía des-cubra su sentido originario: administración de la escasez. Oyko-nomos, la regulación del oykos, del vivir comunal. En los Andes el equivalente del oykos griego era y es hoy el ayllu.

Todo esto nos lleva a dar el paso difícil de dar: desacoplar economía de capitalismo. Capitalismo es un tipo de economía, economía de muerte que pone la vida al servicio de la economía. Pero no es la economía. Invertir la ecuación y poner la economía al servicio de la vida nos lleva a vislumbrar una economía comunitaria del Buen Vivir y de la vida plena. En cambio, la economía de acumulación y explotación es una economía de muerte que ha llevado al planeta a un callejón sin salida: climático, pandémico, de desigualdades económico-sociales y al Mal Vivir.

En este sentido, la libertad que pregona Bolsonaro (aunque no sólo él) es la “libertad” del trabajo y de la vida al servicio de la economía. Su filosofía, si se puede llamar así, promueve el vivir para trabajar. Esa es la economía de explotación y acumulación. La economía comunitaria, la del oyko-nomos y del ayllu, la del Buen Vivir, es una economía donde la gente trabaja para vivir en plenitud no en esclavitud.

Libertad, igualdad, fraternidad: tres pilares en la fundación del Estado-nación, moderno, secular y burgués. Son tres pilares del pensamiento liberal. Al ser conceptos abstractos, añadidos a la expansión colonial de Europa occidental primero y de Estados Unidos después, no sólo fueron globalizados, sino que fueron universalizados, prohibiendo, por su misma abstracta universalidad, abrir la cuestión de los significados de la libertad, la democracia y la economía.

El horizonte marcado por universales abstractos (libertad, economía democracia) que justifican y legitiman conductas estatales, corporativas y mediáticas para imponer verdades sin paréntesis suplanta el Buen Vivir por el Vivir Mejor. Para unos pocos. Necesitamos crear condiciones para vivir en armonía y plenitud. Para ello necesitamos conductas y regulaciones estatales que promuevan el Buen Vivir junto con la formación de una sociedad política que sea crítica (en un sentido kantiano) y no antagónica del Estado, que trabaje junto a él para el bien común. No necesitamos Estados patriarcales ni paternalistas, sino una forma Estado al cuidado de lo comunal, de la vincularidad con todo lo viviente. Necesitamos un Estado que, junto a la sociedad política, asegure la armonía de lo social (entre las gentes), distinta y complementaria de la armonía comunal (con todo lo viviente, la “naturaleza.”). Para ello, debemos despojarnos de la idea de que la naturaleza ofrece recursos naturales, las gentes recursos humanos y de que el desarrollo económico es la fuente de la felicidad.

En el horizonte del Buen Vivir, ni la libertad, ni la democracia, ni el desarrollo son objetivos a perseguir. Si los objetivos son la armonía comunal/social y vivir en plenitud, ni la democracia ni la libertad pueden ya tomarse en su universalidad. Hay otras varias maneras de alcanzar tales objetivos. Solo hace falta invertir el razonamiento: el objetivo es el Buen Vivir cotidiano, ya no los universales abstractos (libertad, democracia, desarrollo).

Cuentan que le preguntaron a Mahatma Gandhi qué pensaba de la civilización. Respondió que le parecía una buena idea. Tanto civilización, como libertad, desarrollo y democracia fueron buenas ideas que se convirtieron en justificaciones imperiales y legitimación de controles económicos, políticos y culturales. Hoy la economía de muerte continúa avanzando. En ella, el Estado patriarcal está atrapado entre su forma corporativa neoliberal, que deja la mano libre a las finanzas y las corporaciones, y el fundamentalismo secular nacionalista. Un Estado socialista sería una variante siempre patriarcal, en la misma lógica y con distintos contenidos.

La cuestión hoy, decolonial si se quiere, debería ser ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario. Necesitamos un Estado de cuidado, materno, en colaboración con la sociedad política, con la sociedad corporativa-financiera y con la esfera mediática, criticas y no antagónicas, que contribuyan a retomar la belleza del vivir y del pensar. Es decir, se trataría de un Estado matríztico (en el vocabulario de Humberto Maturana y Jimena Dávila).

La trata de esclavos africanos, desde el siglo XVI, introdujo la dudosa moral de las vidas descartables. La producción de bienes y las ganancias primaron sobre la vida humana. La tendencia continuó hasta hoy. Las vidas económicamente descartables se conjugaron con las vidas políticamente desnudas. La revolución industrial y la revolución tecnológica convirtieron al planeta en vida descartable. Progreso, desarrollo, libertad, democracia fueron -y son- los grandes universales abstractos que sometieron la vida a su servicio y nos hicieron olvidar el horizonte del vivir en armonía y plenitud. Hoy este horizonte ya no puede ser negociable: la libertad, la economía, el Estado deben estar al servicio del Buen Vivir y no al revés.

* Walter Mignolo es semiólogo y profesor de Duke University (EE.UU.).