"Narrar se volvió imperioso", dice Laura Alcoba, en el prefacio de La Casa de los Conejos como si le hablara a Diana Teruggi, a quien dedica esta novela escrita desde la reconstrucción minuciosa de la mirada de una niña de siete años. El tono infantil es lo que da personalidad a esta novela, que ya fue convertida en película, con estreno aplazado por la pandemia. 

La narradora sitúa el inicio de la acción en 1975, en La Plata, cuando su mamá le dice que van a ir a vivir a una casa con tejas rojas, como ella quería, en lugar del pequeño departamento donde viven. Y también que "ahora los Montoneros deberán esconderse". Como es una niña, se preocupa por la escuela, pero su madre le dice que no cambiará mucho, sólo que allí deberá ocultar donde vive y qué hace su familia. Una carga inusitada para aquella pequeña. 

Pasarán otros lugares, y llegarán a la Casa de los Conejos, donde el criadero es fachada de una imprenta. La niña dirá algo inconveniente a una vecina. "Pero no hay por qué ponerse así, mamá, ya me doy cuenta de que fue una estupidez. No, perdón, una estupidez no, entiendo perfectamente que se trata de algo grave, muy grave. Que puse a todos en peligro, que se me escapó una barbaridad suficiente para hacer sospechar a cualquiera, porque no hay en el mundo una nena de siete años que ignore su apellido o que piense que es posible no tener uno", dice un fragmento de la página 68. No se trata de una visión edulcorada o épica. El miedo se respira, también la mirada candorosa hacia las personas adultas con las que convivía su madre. El padre ya está preso para entonces. 

El recuerdo de Diana es refulgente. Estaba embarazada durante los meses que compartieron vivienda en las afueras de La Plata. Finalmente, la niña se va con su madre, que logra exiliarse en Francia. "Diana, de eso sí me acuerdo, ya estaba a punto de dar a luz. Me veo aún diciéndole lo triste que me ponía partir antes de que naciera el niño", rememora la autora. Unos años después se enterará del operativo conjunto del que participaron el comandante del Ejército Carlos Suárez Mason y el jefe de la policía de Buenos Aires, Juan Ramón Camps, del 25 de noviembre de 1976, del secuestro de Clara Anahí, la hija de Diana y Daniel Mariani, los dos asesinados en ese enfrentamiento fraguado. 

En todo el libro, hay un juego sobre las apariencias, el mal "escondido" a la vista, el cuento La carta robada, de Edgar Allan Poe, a modo de relato de misterio. Entre el testimonio descarnado y la maestría narrativa, el libro terminado en París, en marzo de 2006, deja entrar la emoción como luz por la ventana abierta. "Clara Anahí vive en alguna parte. Ella lleva sin duda otro nombre. Ignora probablemente quiénes fueron sus padres y cómo es que murieron. Pero estoy segura, Diana, que tiene tu sonrisa luminosa, tu fuerza y tu belleza. Eso, también, es una evidencia excesiva", termina esta novela que abrió otras narrativas de la historia reciente. 

La casa de los conejos, de Laura Alcoba, editorial Edhasa, 2014.