La pandemia ha visibilizado aún más que de costumbre la impúdica desigualdad de la sociedad y sus efectos en la vida de las personas. Nos presenta más dramáticamente todavía la realidad de quienes pueden vivir y de quienes no tienen mayores opciones para vivir. En este sentido hay una discriminación de hecho frente a la cual, además de contribuir para modificarla, debemos estar alertas a que no se consagre, naturalizándola, en una desigualdad de derechos. Toda aproximación a la pandemia debiera estar guiada, en el pensamiento y en las acciones, por la ética de los derechos humanos. La Declaración Universal de los Derechos Humanos ha instalado una concepción ética taxativamente enunciada a través del “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”. Como sabemos, esta declaración ha sido la consecuencia del genocidio nazi en el que desde el Estado se decidió quienes debían morir y quienes debían vivir. Aunque hay otra forma de decidir sobre la vida, la de dejar morir. Por eso en esta pandemia es importante discernir planteos orientados por éticas utilitaristas respecto a quiénes asistir y a quienes no asistir en función de la utilidad social, al clásico estilo, por ejemplo, de considerar que es más útil una vida joven que la de un viejo.

La ética utilitarista ha sido superada por la ética de los derechos humanos en la que ya no hay espacio para decidir a quien hacer vivir y a quien dejar morir, ya que todos los seres humanos son iguales en dignidad y derechos. No hay lugar para falsos dilemas éticos acerca de a quién asistir si los recursos sanitarios son escasos. Si no los hay, deben ser exigidos. Las situaciones extraordinarias, como es el caso de la pandemia, requieren soluciones extraordinarias.

En este momento los más afectados por la pandemia son los discriminados de hecho al vivir en las villas miseria (la mejor denominación para no cubrir con eufemismos la miseria en la que viven), los geriátricos que han sido abandonados por la falta de prevención y las instituciones cerradas en general por la mayor posibilidad de contagios; dentro de ellas los manicomios. Una larga lucha por la desmanicomialización no ha arribado aún a una efectiva organización comunitaria de la salud mental. La pandemia pone más en evidencia la necesidad de una atención descentralizada de las personas con padecimiento mental, acorde con la Ley Nacional de Salud Mental, ampliamente inspirada en la ética de los derechos humanos. En ese sentido son auspiciosas las experiencias que comienzan a gestarse en la provincia de Buenos Aires, como en el hospital psiquiátrico Estévez, de Lomas de Zamora, en el que se están favoreciendo las internaciones en el hospital general al brindar asesoramiento y acompañamiento a los profesionales del mismo. Un ejemplo de ética y creatividad.

* Psicoanalista, miembro de APdeBA y de la Cátedra Libre de Salud y Derechos Humanos.